Carina se encontraba en la cama de su antigua casa, es decir, en la casa de Abraham. Si bien quería estar sola, necesitaba sentirse segura y al mismo tiempo, tener un lugar donde no la fueran a buscar.
Si bien Alina sabía dónde vivía Abraham, no pensaría que estaría con él. Carina estaba abrazando sus piernas mientras sollozaba sin control.
Trataba de calmarse lo más que podía. Impotencia, confusión, miedo y frustración son las emociones que la absorbían por completo.
De repente, ella escucha la puerta de su cuarto abrirse, al girarse para ver de quien se trataba, resultaba ser que era Arthur.
—¿Qué haces aquí? —dice al cubrirse con una almohada.
Arthur tarda un poco en responder.
—Abraham me llamo —responde sin mirarla—. Está preocupado por ti —se acerca a la cama y se sienta—. Dice que entraste corriendo y te metiste aquí.
Carina asiente con la cabeza.
—¿Todo bien? —intenta tocarle el hombro.
—¡No me toques! —lo aparta agresivamente.
Arthur se sorprende, pero no se ofende en lo absoluto.
—Debió ser muy grave —supone.
Carina suspira frecuentemente mientras trata de regular su respiración.
Arthur respeto su espacio y dejo que se calmara poco a poco. Frecuentemente le pasaba la toalla para que se limpiara la cara y le insistió que bebiera líquidos, pues podría deshidratarse por llorar tanto.
—Gracias —hablo una vez que se calmó por completo.
—No me molesta cuidarte. Somos amigos, ¿no? —pregunta con una sonrisa.
Carina le sonríe de igual forma, pero al instante decae de nuevo, soltando un largo suspiro.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunto interesado.
Carina vuelve a suspirar.
—Supongo que tengo que hacerlo si quiero entender que es lo que está pasando —admite desanimada.
—Te escucho —se acomoda para mirarla directamente.
Carina aclara sus ideas y decide contarle todo.
—¿Recuerdas cuando te hable de mis nuevos compañeros de trabajo?
—Así es. Recuerdo que te dije que hacían todo eso porque querían coquetearte —bromea.
Carina no responde su comentario, Arthur se sobresalta al verla así.
—¿No me digas que lo intentaron?
—No. Bueno, algo así —suspira—. No lo sé —se cubre la cara.
Arthur la espera para que continúe explicando.
—Cuando me dijiste esto. Yo también creí que solamente trataban de conservar su trabajo. Así que trate de aclararles que por tratarme bien no tendrían un mejor trato… Pero entonces…
—¿Qué? ¿Entonces qué? —pregunto Arthur.
—Entonces empecé a tener una especie de… ¿Alucinaciones? ¿Visiones? No lose —trato de explicar—. Yo veía algo, en mi cabeza, un recuerdo, pero no lo identificaba.
Arthur la mira confundido.
—Yo llegué a pensar que se trataban de fragmentos de mi pasado. Pero me daba tanto miedo que decidí no indagar más, además de que solo me pasaban cuando ellos estaban cerca. Así que solo comencé a tratarlos cuando fuera estrictamente necesario.
—¿No fuiste al doctor para checar que era eso? —pregunto intrigado.
Carina niega con la cabeza.
—No lo considere… importante —responde desinteresada.
—Siempre fuiste así… Dejabas tu salud de lado —comento algo enfadado.
Carina lo miro algo asombrada, aparta la mirada lentamente y asiente lentamente.
Un silencio incómodo invadió la habitación, hasta que el tomo la palabra nuevamente.
—Y… ¿Qué paso después? —pregunto aún sin mirarla.
—Después… Ocurrió lo del baile.
—¿La reunión? —pregunta para confirmar el evento en cuestión.
Carina asiente.
—Se supone que Harun y Wandelbar deberían de ir… Pero…
—Sí, el final del mes —completo Arthur.
—Así es. Es por eso que los clientes me solicitaron personalmente a mí —explica—. Yo no quería ir, con él. Alina me acompaño, pero aun así… Los eventos sociales nunca fueron lo mío.
—Lo sé —comento Arthur.
Sus miradas se cruzaron por un momento, hasta que Carina continúo su relato.
—Sin embargo… El Señor Harun, pareció distinto. Más formal, más serio y diferente. Era egocéntrico, pero diferente. Parecía otra persona —aclara.
—A veces las personas actúan diferente en distintos grupos de personas —dijo Arthur, tratando de justificarlo.
—Sí, puede ser eso… —respondió Carina—. Al terminar de hablar con los clientes… Tuve que bailar con él, demasiada presión social de parte de todos. No pude negarme —admite avergonzada.