Lost Memory

Eres igual que yo

La clase iba de lo más normal que siempre. Podía escuchar ciertos murmullos en la parte de atrás del salón.

Bufe en silencio, personas como ellos nunca progresaran en la vida. Ese tipo de cosas no me distraen o llaman mi atención, pero mientras hacía anotaciones en mis cuadernos, el profesor alzo la voz.

—¡Señorita Entoni!

Volteé de inmediato, creía que se trataba de aquel grupo murmullando, pero me sorprendí cuando me di cuenta de que se trataba de aquella chica nueva.

No sabía mucho de ella, más allá de su reciente apellido dicho por el profesor. Nunca la vi relacionarse con nadie del salón, no porque los demás la excluyeran, sino porque ella misma se apartaba del resto.

Aparentemente ella estaba distraída y es por eso que le llamo la atención nuestro profesor.

—Iras a la oficina del director más tarde –lo escucho decir con enfado.

—Si… Maestro –la escuche decir.

El maestro continúo con su clase, pero yo no aparte la vista de ella. Parecía decaída, deprimida, sin ánimo de vivir. Me recordaba un poco a mí.

El recuerdo de mis padres ausentes llego a mi mente y dirigí mi mirada hacia el pizarrón y mi cuaderno. Siempre he usado la lectura y el estudio como método de distracción.

Mis padres no podrían importarles menos mi existencia y sobre todo mis calificaciones, pero me comprometí a que debo hacer que al menos una sola vez reconozcan mis capacidades… Solo una vez.

Apreté la pluma con fuerza, recordando como todos los días esta realidad en la he vivido. Al menos desde que te fuiste de mi vida…

Las clases concluyeron más rápido de lo que hubiera querido. Tome mi mochila y me estaba por dirigir a la tienda más cercana para quedarme en un parque cercano. No suelo regresar nunca a clase, al menos no tan temprano.

Hago la tarea en las calles y cuando ya es bastante tarde, regreso únicamente para cenar y dormir. A mis padres en realidad no les importa si llego antes o después, creo que hasta llegan a olvidarse que existo.

Para fortuna o desgracia, el profesor de antes me retuvo un momento, quería hablar conmigo.

—¿Qué ocurre? –pregunte.

—Me gustaría que llevaras a la señorita Entoni a la oficina del director. Para asegurarme de que ira como le indique.

—Mierda –pensé.

Odio que me hagan hablar con otros estudiantes, o en general, que me hagan relacionarme con mis demás compañeros. Me he acostumbrado a hacer todo yo solo, no necesito a nadie y los trabajos los hago individualmente, es por eso que continuamente me obligan a convivir con otros de estas maneras.

—Sé que ya es algo tarde y que probablemente quieres irte a casa –se rasca la nuca.

Sin embargo, al no tener aprobación en mi casa, me hace querer buscarla en otras figuras de autoridad. Me gusta que los profesores reconozcan mis habilidades y también es algo reconfortante que se preocupen por mí, ya que mis padres no lo hacen.

Sujeto mi mochila con fuerza, tratando de convencerme de que esto es bueno para mí, por más que desee salir corriendo.

—No se preocupe –alzo la mirada—. No tengo problema –le sonreí.

—¡Muchas gracias! Sabía que podía dejártelo a ti –halago—. Nos vemos mañana, suerte y cuídate –se despidió y lo mire irse poco a poco.

Deje soltar un suspiro estresante. Mire dentro del salón, ella se encontraba aun en su asiento, mirando el pupitre sin expresión alguna en su rostro. Una chica bastante peculiar si me lo preguntan.

Deje mi mochila en un pupitre cercano y me acerque de poco a ella. Al estar lo suficientemente cerca me detuve y esperé a que me volteara a ver. Tardo un par de segundos en darse cuenta de que yo estaba ahí. Parecía perdida en sus propios pensamientos.

—¿Quién… eres? –pregunto después de mirarme por un tiempo.

No pude evitar molestarme por esa pregunta, realmente parecía no recordar donde diablos se encontraba. Parecía ser de esas mujeres cabezas huecas.

—William Wanderbar –le respondí—. Yo te llevare con el director –agregue rápidamente.

Quería acabar con esto lo más rápido posible y con el menor dialogo entre ambos.

—Oh… Si –vi cómo se levantaba de su asiento lentamente.

Definitivamente ella era diferente. Una cosa es ser desinteresado, pero otra cosa es perder todo tipo de esperanza. Sus ojos lo decían cuando los mire, están sin vida.

—¿Estas bien? –mis palabras fueron más rápidas que mi mente.

Sabía que ella no estaba bien y quería saber que la hacía tener esa mirada tan triste que incomodaba. Sin embargo, no importa lo que ella me dijera, no sabría cómo ayudarla.

—Sí, no te preocupes –respondió nuevamente con esa cara apagada.

—Igual, no me importa –respondí velozmente mientras me giré para caminar hacia la puerta, hasta que me di cuenta de lo que había dicho.

Me estaba mintiendo, entiendo que algunas mujeres dicen indirectas bastantes estúpidas creyendo que el hombre se dará cuenta de ellas por arte de magia, pero siempre hay un rasgo en las delata. Sin embargo… Es distinta, no tiene razones para mentirme, no en estas circunstancias… A menos…




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