Dario Harun, la persona de la que más se ha hablado desde que lo conozco.
Cuando supe que era amigo de William, sentí como todo mi circulo se reducía a él, definitivamente el mundo era sumamente pequeño.
Poco después note como un aparente interés en mi hacía que buscara de vez en cuando lo que decía la prensa sobre él. Algo en mi decía que no debía hacerlo, ya que teniendo a Carina tan cerca nuevamente, no deseaba que recordara algo tan oscuro como eso
Sin embargo, las cosas se salieron de control un dia, el dia que fui a visitar a Carina a su casa.
Toque la puerta de su casa, esperando a que abriera.
—¡Alina! Me alegra tanto que hayas podido venir —sonrió con su característica sonrisa torpe.
—También me alegra haber venido, Carina.
—Ya te dije que me llamaras Rina.
No es mentira, sin embargo, es aún incomodo llamarla así cuando no me considero una verdadera amiga, al menos yo no puedo llamarme así, la culpa sigue molestándome de vez en cuando.
—No es tan fácil como parece —trate de defenderme mientras sonreía nerviosa.
—Bueno, esperare a que lo hagas pronto —da media vuelta y me invita a pasar.
Su casa era mucho menos lujosa de lo que pensé, imagine que esas fueron una de las cosas que quisieron cambiar para que no llamara la atención como en el pasado, pero también quiero suponer que no le ha de faltar absolutamente nada.
—Estaba preparando algunas galletas, pero Abraham decidió que las haría el mismo —comenta mientras me guía hacia la cocina.
—Quiero creer que hubieran estado deliciosas —alenté.
—Lo dudo mucho, nunca he estado en la cocina. Todo lo cocina Abraham.
Otra mentira, a este punto ya no me importa tanto, pero al principio era casi imposible aceptar afirmaciones de ella que no eran verdad.
Carina amaba cocinar, siempre se la pasaba leyendo recetas de comidas sencillas y extravagantes, estas últimas eran sus favoritas, pero conforme fui conociendo a esta Rina, puedo decir que es más simple para todo tipo de cosas.
—Pero te puedo garantizar que la comida que hace Abraham es mejor de que lo jamás has probado —recito con su entusiasmo infantil.
No puedo parar de comparar a Carina con una niña pequeña, es definitivamente tierna cuando hace esos ademanes.
Al llegar al comedor, pude ver a aquel hombre que me conto la verdad de Carina el dia que me la volví a encontrar.
—¡Abraham! ¿Ya casi están las galletas?
—No solo las galletas, todo el menú para que tengan una excelente velada, sin embargo, me falta algo de leche —comento mientras meneaba algo en la estufa.
—Voy enseguida —hablo Carina veloz—. Prometo no tardar, espérame —me miro y sale deprisa de la casa.
—¿No la dejas cocinar? —pregunté mientras me senté en un banco cercano.
—Si… —detuvo su actividad para hablar—. No quisiera que eso arriesgue su memoria… Ella amaba cocinar ¿Sabes?
—Si, lo se… Pero eso solo la hace más dependiente a ti ¿No crees?
Puede que no haya hablado mucho con el antes, pero realmente puedo empatizar con él, ambos estamos en una situación similar, ya que acompañamos a una persona que conocemos, pero no nos conoce a nosotros.
Él suelta una leve risa debido a mi comentario.
—No me molesta que sea así, al contrario, me gustaría servirle para siempre.
—¿Qué era usted para Carina antes? —pregunte curiosa.
—Era su mayordomo, yo la cuidé, crie y educaba —recito.
—¿Por qué usted acepto cuidar de Carina? —pregunte nuevamente.
Era mi primera vez en la casa de Carina, era más que obvio que quería todas las respuestas que pudiera.
Nuevamente, suelta una risa.
—Eres muy curiosa, Señorita Freund.
—Quizás… —jugué con mis manos avergonzada—. Es mi amiga, quiero saber todo lo que no supe en el pasado.
Guardo silencio por un momento y luego continuo.
—No quería que el padre de Rina sufriera más de lo que ya sufría ¿Sabes? La madre de Carina murió en un accidente automovilístico y fue devastador para ambos.
Escuche atenta sus palabras, sabía que Carina no tenía madre, pero nunca quise indagar más en cómo o porque había muerto.
—Básicamente ahora su hija había muerto en esencia y debía interactuar con otra persona que no tenía conocimiento alguno de nada —explico y suspira—. No podía dejarlo experimentar tal dolor.
—¿Y usted? ¿No le duele?
—Claro que me duele… Pero, al fin y al cabo, ella también es como mi propia hija —volteo a verme con una sonrisa cálida.
—Definitivamente, Carina estaba rodeada de gente extraordinaria —hablé sin pensar, rápidamente me cubrí la boca.
El mayordomo solo me sonrió considerado.