Lothlonde: The Hidden Kingdom

El Rey de Lothlode

En medio de las montañas del continente de Orialloth, se alza un reino oculto a la vista de los mortales.

Fueron gobernados por semidioses justos y sabios, a los que servían con gran devoción.

Una gran espesura de árboles y follaje de hojas cubrían cada uno de los límites del lugar. En el centro, se podía captar el colosal palacio de la deidad reinante. Pero lo que más resaltaba, era el reptil que sostenía la gran biodiversidad.

Asdiel corría por el bosque de Enon como si el mismo Baraph persiguiera su alma.

Llegaría tarde, su madre la reina Byzu, esperaba impaciente la presencia de su joven retoño. No había duda que el joven se llevaría la regañada de su corta vida.

Cuando cruzo las inmensas puertas del palacio de Lothlode, encontró la imagen que quedaría marcada en la historia del reino, claro, adicionando el hecho que él estaría sentado en el trono real, siendo coronado por su madre.

Ese día, su estilo de vida cambiaría para siempre.

Su madre llegó acompañada de sus siervas, organizadas en dos columnas de seis, para dirigirse al príncipe.

- Asdiel, ¿te parece esta la hora indicada para llegar? – cuestionó – Estas a tan solo horas de convertirte en rey, ¿no puedes ser más responsable?

- Lo siento, madre – murmuró cabizbajo.

- Por el dios padre, estás cubierto por suciedad.

La entonces reina, dio la orden de enviar al chico a sus aposentos. Todo tenía que resultar perfecto, la coronación sería en tan solo cinco horas y su hijo no se había dado siquiera un baño.

Las muchachas se encargaron de dejar al príncipe presentable. Limpiaron hasta la minúscula mugre en el cuerpo del adolescente, lo vistieron con las ropas adecuadas para la ocasión.

Finalmente, colocaron una capa aterciopelada de color carmesí, la misma que su padre, el dios Panael, utilizó el día de su coronación.

Pasó su mano por la ondulada cabellera rubia que poseía, estaba nervioso, no lo podía negar. Tenía apenas dieciocho años.

¿Cómo iba a dirigir todo un reino? – se cuestionó.

Los minutos iban pasando mientras el príncipe se sentía cada vez más ansioso, por otra parte, su madre estaba alucinando de felicidad.

La reina se veía radiante, utilizando una versión mejorada de lo que fue su vestido de coronación.

Poco a poco, el salón fue llenándose de gente. Se encargaron de invitar a todas las familias con grandes influencias del continente.

En la entrada de palacio se veía a los guardias reales de Lothlode, quienes, comandados por el Gran General, se encargaban de la tranquilidad en la ceremonia.

La trompeta fue sonada por el Consejero Superior, la hora había llegado, cada uno de los asistentes fue tomando su lugar correspondiente. Ocuparon tanto la derecha como la izquierda del Salón Dorado dejando únicamente sin ocupar, el estrado y el centro de la habitación, ya que ahí se extendía la alargada alfombra azul con el escudo real.

El príncipe fue acompañado por Consejero Superior hasta la entrada del salón.

Las manos le temblaban, solo podía ocultarlas por la capa carmesí colocada detrás suyo.

Cuando llegó al final de las escaleras, el consejero dio la orden de abrir las grandes puertas doradas en forma del arco para el príncipe.

Todos en la sala dieron una formal reverencia para su príncipe y próximo rey.

La reina ya estaba ubicada en el Gran Trono de Shielik, padre de dioses, que luego le fue otorgado a Panael, su difunto esposo. Al morir su cónyuge, fue puesta como Reina Regente hasta que su hijo alcanzara la edad requerida para gobernar.

El príncipe subió unas pequeñas escalinatas y dio una reverencia a la futura Reina Madre.

El éxtasis del momento se sentía en plena salón, todos estaban expectantes en lo que resultará la ceremonia, por su parte, el muchacho quería que, de una vez por todas, esa tortura terminase.

El Pryster se presentó ante los ciudadanos, otra reverencia pudo ser observada, pero en esta ocasión fue dirigida al anciano con una capa pluvial.

Posteriormente, el hombre dio inicio a la ceremonia de coronación.

- ¿Promete y jura gobernar el reino de Lothlode, así como sus posesiones y demás territorios pertenecientes con sus respectivas leyes y costumbres? – interrogó al príncipe.

- Lo prometo solemnemente – anunció.

- Esta es la verdadera Ley, esta es la palabra viva de Shielik, nuestro dios padre.

- ¡Que así se cumpla! – bramaron los súbditos.

El Pryster procedió a tomar la corona puesta sobre la cabeza de la monarca y colocarla sobre la del chico.

Pero, antes de lograrlo el cuerpo del hombre se vio atravesado por una flecha de Kupparde convirtiéndolo en una antorcha viviente, los guardias reales alejaron al príncipe del cuerpo cubierto en llamas.

Las seis puertas ubicadas al lado de unas columnas fueron cerradas simultáneamente provocando un estrepitoso eco.

Una mujer de cabellos negro y rostro pálido hizo presencia frente a la reina. Parecía que flotaba sobre un espesa neblina y su cuerpo parecía emanar pequeñas hileras de humo ondeantes.

Byzu, la contempló estupefacta, el Gran General fue inmediatamente a proteger a su soberana plantándose frente a la sospechosa mujer.

- Hola Byzu... ¿Cómo te ha tratado la vida? – interrogó mientras la veía fijamente y daba un paso hacia ella.

- Si da un paso más, enterraré la espada hasta lo más profundo de su ser – anunció el comandante.

Ella, solo lo vio con burla, junto sus labios hasta dar un pequeño soplo hacia la espada convirtiéndola en polvo.

Los presentes se alarmaron y empezaron a desesperarse al ver que sería imposible vencerla.

- Muévete – exclamó – tengo un asunto que atender con Su Majestad – expresó con sorna.

Nadie ahí presentesabia del caos que se desataría con la presencia de aquella desconocida dama.




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