Capítulo 28 - LO CAMBIASTE TODO PARA MÍ
HARRY
Voldemort aparta su mirada de mí para examinarse así mismo. Mueve cada parte de su cuerpo, observando su nueva figura, ignorando a Colagusano que sigue retorciéndose de dolor en el suelo. Saca de su bolsillo su varita y apunta con ella al traidor, elevándolo en el aire y haciendo que se estrelle contra la tumba en la que estoy. Voldemort vuelve a posar sus ojos rojos en mí, haciendo que se me erice la piel.
Una risa fría, aguda resuena en el cementerio proveniente de él.
- Señor… - ruega Colagusano desde el suelo – señor… me prometisteis… me prometisteis…
- Levanta el brazo – ordena el Señor Oscuro con desgana.
- ¡Ah, señor… gracias, señor…! – dice algo más alegre aunque llorando aún, mientras tiende el muñón en su dirección.
- ¡El otro brazo, Colagusano! – se ríe de él.
- Amo, por favor… por favor… - suplica.
Yo me quedo quieto como un simple espectador. Prefiero no decir nada, pasar desapercibido con la esperanza de que se olviden de mí.
Voldemort se inclina hacia él y tira de su brazo izquierdo. Le retira la manga hasta el codo y veo algo en su piel, como si fuera un tatuaje. Agudizo más la vista y veo que es una calavera con una serpiente saliendo de su boca. Justo el mismo dibujo que se proyectó en el cielo la noche del Mundial. Lo toca con la punta de la varita y Colagusano solloza de nuevo por el dolor.
- He retornado – habla con voz suave, escalofriante – Todos se habrán dado cuenta… y ahora veremos… ahora sabremos….
No termina ninguna de sus frases y yo me quedo descolocado. ¿A qué se está refiriendo? La cicatriz vuelve a dolerme más intensamente e intento mantenerme consciente para no perderme nada de lo que está ocurriendo.
- Al notarlo, ¿cuántos tendrán el valor de regresar? – susurra fijándose en el cielo - ¿Y cuántos serán lo bastante locos para no hacerlo?
Y entonces lo entiendo, está esperando a ver quiénes vuelven a él, que mortífagos le siguen siendo leal.
Se pasea de un lado a otro, expectante, sin dejar de mirar al cielo. Pasa por delante de mí y aguanto la respiración, me está poniendo muy nervioso por qué no sé a qué está esperando. Hasta que finalmente sus ojos se vuelven a posar en mí.
- Estás sobre los restos de mi difunto padre, Harry – su voz está sosegada poniéndome los pelos de punta – era muggle y además un idiota… como tu querida madre. Pero los dos han cumplido su función, ¿no crees? Tu madre murió para defenderte cuando eras niño… A mi padre lo maté yo, y ya puedes ver cómo de útil ha sido hasta después de muerto – hace alusión al hecho de que gracias a sus huesos ha podido regresar.
Se ríe falsamente y sigue caminando de un lado a otro.
- ¿Ves la casa de la colina, Potter?- me pregunta y yo miro en esa dirección – En ella vivió mi padre. Mi madre vivía en la aldea y se enamoró de ella – pone cara de asco al pronunciar esas palabras – Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que era ella: una bruja. La abandonó y se marchó con sus padres muggles antes de que yo naciera. Y ella… Ella murió al darme a luz, por lo que me crié en un orfanato muggle – sus ojos se posan en mí de nuevo – Pero juré que lo encontraría y me vengaría, a ese estúpido loco que me dio mi nombre, Tom Ryddle – yo me callo, no digo nada, solo escucho – Vaya, me estoy volviendo un sentimental… Pero bueno, Harry, no te preocupes, allí viene mi verdadera familia.
Ante nosotros resuena un ruido de capas procedente de las tumbas, detrás del tejado, en cada rincón sombrío aparecía una figura encapuchada con una máscara. Uno a uno se va acercando a donde estamos, de forma lenta, cautelosa, como si no pudieran dar crédito a lo que ven sus ojos, a que Voldemort está vivo.
Voldemort no dice nada, se queda quieto, esperando a que formen un círculo alrededor de él, de nosotros.
- Bienvenidos, mortífagos – anuncia en voz baja – Trece años… Trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero seguís acudiendo a mi llamada como si fuera ayer… ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así? – sigue hablando pero nadie responde, por lo que continúa hablando – Huelo a culpa. Hay un hedor a culpa en el ambiente – los presentes en el círculo tiembla como hojas – Os veo a todos sanos y salvos, con vuestros poderes intactos… ¡qué apariciones tan rápidas!... Y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna? – nadie habla, nadie se mueve y yo aguanto la respiración – Y yo me respondo – sigue hablando – debieron de pensar que estaría acabado, que me había ido. Volvieron con mis enemigos y perjuraron haber actuado por ignorancia, por encantamiento… ¿Cómo pudieron creer que no volvería? Yo, que había tomado precauciones tiempo atrás, para preservarme de la muerte – la tensión corta el aire de forma rápida, gélida – Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento decepcionado…
Uno de los hombres de Voldemort da un paso hacia delante, temblando de pies a cabeza y cae de rodillas al suelo.
- ¡Perdonadme, señor! ¡Perdonadnos a todos! – dice el mortífago.
Voldemort se ríe descaradamente y levanta su varita.
- ¡Crucio! – dice con voz suave, haciendo que el mortífago se retuerza de dolor y grite. Y yo solo rezo porque los vecinos nos oigan y llamen a la policía o a quien sea.
Siguen hablando, pero no presto demasiada atención, solo intento mantenerme despierto. Atisbo a ver cómo surge una mano de plata en el muñón de Colagusano, hasta que un nombre me llama la atención.
- Lucius, mi escurridizo amigo – dice Voldemort deteniéndose delante de una figura – Me han dicho que no has renunciado a los viejos modos, aunque ahora tienes un estatus respetable. Pero nunca intentaste buscarme, Lucius. Tu demostración en los Mundiales fue divertida, pero ¿no crees que deberías de haber malgastado tu energía en buscar a tu señor?
- Señor, estuve en constante alerta – la voz del señor Malfoy me llega clara aun debajo de la capucha – si hubiera visto cualquier señal vuestra, habría acudido inmediatamente a vuestro lado. Nada…
- ¡Ya basta! – lo corta Voldemort – Me has decepcionado Lucius. Espero un servicio más leal en el futuro.
- Por supuesto, señor, por supuesto… Sois misericordioso, gracias – lo oigo hablar tembloroso, con miedo. Nunca lo había escuchado así, con tanto miedo impregnado en su voz.