DRACO
Esto es el puto infierno, desde que abro los ojos, aún sin la salida del sol, hasta por la noche cuando los cierro. No llevo en casa ni una semana y ya estoy deseando salir de aquí y volver al colegio, o a cualquier otra parte.
Estamos los tres igual, pero sinceramente, yo soy quien se lleva la peor parte, porque no solo es el vivir con el ser despreciable al que siguen todos como corderos, sino que el imbécil de mi padre también se desquita conmigo. No le vale con que sea perfecto en todo, no, a él eso no le sirve y paga todo lo malo que hace en mí. Aunque realmente lo prefiero antes de que la pague con mi madre. No soporto verla con una marca más en su piel.
He bloqueado mi mente ante todos, no pienso permitir que nadie urge en mi cabeza y menos Voldemort, al que se le da especialmente bien la Legeremancia. Pero yo soy un experto en Oclumancia, en ocultar mis pensamientos y levantar un muro ante los posibles ataques a mi mente. No pienso dejar que nadie se entere de lo que hago y dejo de hacer, o incluso de lo que siento.
No me lo puedo permitir. No puedo permitir que la descubran a ella, que conozcan lo importante que se ha vuelto para mí y que la utilicen en mi contra. Está mejor ahí, en el fondo de mi mente.
—¡CRUCIO! —grita mi padre y otra vez el dolor me atraviesa por todo el cuerpo, sacándome de mis pensamientos—. Otra vez —me exige.
Yergo mi cuerpo después de encogerme ante el dolor que me provoca una de las maldiciones imperdonables y la que más disfruta mi padre contra mí. Vuelvo mi atención a lo que me pide y realizo los conjuros una y otra vez.
—Has vuelto a fallar —su ira incrementa y yo me tenso ante la espera—. ¡Crucio! —vuelve a lanzarme el conjuro y como cada vez, el dolor es insoportable, aunque ya estoy tan acostumbrado que casi ni se me refleja el dolor en la cara.
Sigo una y otra vez, la cabeza comienza a dolerme y siento mis músculos protestar, pero mi padre insiste una y otra vez. Joder, creo que disfruta infligiéndome dolor.
—Lucius —la voz cautelosa de mi madre me hace darme la vuelta rápidamente y me tenso aún más cuando veo como mi padre la mira con furia y asco.
—¿A qué has venido, mujer? ¿No ves que estamos ocupados? —le habla con tal deje de desagrado, que solo me entran ganas de darle un puñetazo en toda su cara. Disfrutaría de ello, aunque las represalias después serían importantes.
—Siento interrumpir —mi madre se recompone y muestra su fachada de mujer fuerte y elegante, esa que en el fondo sé que es, pero que estando con mi padre a veces se le olvida—, pero tienes visita. El señor Nott y el señor Zabani te están esperando en el salón. Dicen que es urgente.
—Mañana seguiremos —me dice sin mirarme y se larga del campo en el que estamos entrenando o más bien dónde se dedica a torturarme día sí y día también.
—Oh, cariño —mi madre se acerca a mí preocupada y me acaricia la mejilla observando mi rostro.
—Estoy bien, no te preocupes —le dedico una mueca intentando ser cariñoso con ella, pero una ráfaga de dolor me atraviesa por el cuerpo y es lo único que me sale.
—No, no lo estás —sus ojos se aguan y sé que se siente impotente, pero no puede hacer nada. No con todos esos mortífagos dentro de casa—. Los chicos han venido a verte. Te están esperando en tu cuarto.
—Muchas gracias.
Beso la mejilla de mi madre y camino de vuelta a la mansión. Llevo aquí una sola semana y ya he conseguido pasar desapercibido entre los nuevos inquilinos de nuestra casa. No quiero tener que cruzar ni una sola palabra con los imbéciles de los seguidores de Voldemort.
Al llegar a mi habitación me encuentro a Theo y a Blaise tirados en mi cama, mirando al techo. Cierro la puerta y lanzo los hechizos pertinentes para que nadie nos interrumpa ni nos oiga.
—Tío, estás hecho una mierda —me dijo Blaise cuando me miro de arriba abajo.
—Vaya, gracias. No me había dado cuenta —le respondo irónico.
—Tú padre se está cebando contigo —es Theo quien habla ahora.
—Eso no es nada nuevo.
—Deberías decirle algo.
—¿Y qué quieres que le digo? Si me revelo lo pagará con mi madre y no quiero que le ponga un solo dedo encima.
—Ya…
Ninguno de los dos me mira con lastima, sino más bien con comprensión. Estamos los tres hasta arriba de mierda.
—¿Habéis tenido noticias? —pregunto mientras me quito la camisa que está hecha una bazofia y la sustituyo por una camiseta.
—¿De Brooke? —me mira Theo con las cejas alzadas y una sonrisa pícara.
—Sabes que sí, idiota —le tiro la camisa que me acabo de quitar y él se ríe.
—Pues no, la verdad. No nos ha respondido a ninguna de las cartas que la hemos mandado —es Blaise quién responde a mi pregunta.
—No hay que preocuparse, seguro que está liada de vacaciones, pasando tiempo con sus padres. Cuando pueda nos responderá —dice Theo.
Asiento con la cabeza, porque tiene razón, es pronto aún. Seguro que responde pronto. Estoy convencido.
***
***
Ha pasado un puto mes y no sé nada de ella. ¿Dónde se ha metido? ¿Estará bien? ¿Le habrá pasado algo? No puedo creerme que no nos haya respondido a ninguna de nuestras cartas. Yo ya he desistido, soy tonto por mandarle tantas cartas, pero tampoco tanto. Mi orgullo me impide seguir arrastrándome por leer alguna de sus palabras.
Pero… ¿Por qué no responde? ¿Estará enfadada conmigo? Y si es así, ¿por qué? No recuerdo haberle hecho nada, salvo darla uno de los mejores besos de su vida en la estación de tren cuando nos despedimos. Fue un buen beso, joder. No puede haberse enfadado por eso, ¿no?
Estas semanas han sido todas igual. Conjuros y maldiciones, por un lado, entrenamiento físico, por otro, y torturas como premio por hacerlo bien como de premio de consolación cuando fallaba, las pocas veces que erraba. Creo que ya soy inmune a la maldición Cruciatus por todas las veces que la han ejercido sobre mi durante estas semanas.