Love Game

CAPITULO 1

Cuando abrí los ojos, supe inmediatamente que lo que había vivido no era un sueño.

Me encontraba acostada en una cama que no era la mia, unas sábanas que nunca había visto me envolvían y, desde mi posición, podía ver algunos detalles de una habitación preciosamente decorada, si, pero en la que nunca había estado. Aparte de la cama individual donde me encontraba, había una pequeña mesa con cojines para invitados y un escritorio donde se encontraba una lámpara, un par de libros y cuadernos adornando las inmediaciones aparte de lo que parecía una laptop. Todo estaba débilmente iluminado por los rayos de sol que se colaban por las rendijas de la persiana que estaba echada, dando una iluminación un poco lúgubre a pesar de notar el claro color durazno que adornaba las paredes. Una antítesis de lo que era mi cuarto en el mundo real. Entonces no fue un sueño, ¿eh?

Me aovillé en la posición donde desperté y cerré los ojos con fuerza cubriéndome hasta la cabeza, dejando escapar unas lágrimas amargas. Sentía frustración, ira, tristeza. No entendía aún cómo se había salido todo de las manos y, de jugar un estúpido juego para revivir mi adolescencia, pasé a tener que vivir en uno y luchar para poder sobrevivir a la vez. ¿Acaso mis padres iban a entender dónde estaba? Me sentí culpable de no responder más atenta a sus mensajes y llamadas. ¿Qué hay de mis amigos? ¿Y mi carrera en la universidad? ¿Realmente podré sobrevivir a esto para volver a verlos? ¿Podré volver a mi mundo algún día? Me tomé unos minutos para llorar por el fin inesperado de mi pasada existencia y desahogarme un poco. Una vez que me levante de esta cama, no volveré a llorar, me prometí.

Inspiré y exhalé con profundidad hasta que las lágrimas dejaron de correr. Todavía acostada, observando el techo y con la mirada perdida, comencé a analizar más fríamente la situación en la que estaba: por lo poco que había leído en ese escueto resumen —sumado a lo poco que me informó ese demonio gato— estaba atrapada en un juego. Y no cualquier juego, uno de temática otome donde debo conquistar a cuatro completos desconocidos o moriré en tres años.

Genial.

Había mencionado algo como llaves y un candado. ¿Sería metafórico o literal? Bueno, literal creería que no, pero supongo que lo sabré mientras avance un poco más el tiempo y sepa más las mecánicas de este mundo. Si el juego era con temática escolar, eso significaría que yo, como protagonista, no debería tener más de quince o dieciséis años… ¿Bien, supongo? Los objetivos capturables también. O tal vez no, tal vez tenga que tratar de conquistar a algún profesor o algo así. ¿Cómo se supone que voy a saber quiénes son los objetivos? Ese maldito bicho no me dijo nada.

Solté un último suspiro y me incorporé en la cama. Si bien había desafiado a ese ser sobre la idea de suicidarme, sabía que no iba a hacerlo. Un parte de mi —tal vez estúpida e inocente— tenía la esperanza de volver a mi mundo. Tres años era un buen plazo, incluso para mí y mis escasas habilidades sociales y amorosas. ¿Qué tan difícil podría ser tratar de gustarle a un par de chicos de secundaria con hormonas alborotadas o a algún profesor rabo verde?

Una de las cosas que llamaron mi atención casi inmediatamente fue mi cabello. Contrario a mi castaño natural, era de una tonalidad oscura y largo, mucho más largo de lo que lo haya mantenido durante mi vida, posiblemente llegando a mis caderas. Mis manos también, tenían un aspecto demasiado blanco por lo que recordaba de mi piel original, ligeramente tostada por el último verano en Karuizawa; también eran muy pequeñas y en apariencia delicadas. ¿Qué estaba pasando? Toqué mi rostro, explorando mis facciones y tratando de hallar similitudes a lo que recordaba, pero me sentía incómoda. Aún suponiendo que tenía varios años menos, sabía que no debería haber cambiado tanto. Me levanté de la cama y, explorando rápidamente la habitación, encontré un espejo de cuerpo entero cerca de la cómoda. Con pasos cautelosos me acerqué y di un respingo por la imagen que devolvió el cristal.

La chica delante de mi me observaba confundida, imitando mis torpes movimientos. Ya nada quedaba de mis cortos cabellos y ojos cafés, reemplazándolas por una tonalidad negra como la noche. La piel era demasiado blanca y de aspecto suave; ya no tenía la complexión de una mujer de 22 años, sino de una pequeña y delicada adolescente. El rostro era perturbadoramente hermoso, con una expresión de confusión casi encantador. ¿Por qué…?

Antes, nunca me había considerado ni especialmente bella ni especialmente fea. Llegué a entender —luego de mucho tiempo— que cada quien tenía su lucha contra el espejo, con días buenos y días malos. Yo me incluía ahí, y si bien seguía teniendo complejos con mi cuerpo, era mio, lo conocí durante toda mi vida y así me sentía cómoda. Muchas personas podrían definir a este nuevo y precioso cuerpo de cara angelical como un regalo de los cielos. Yo… me sentía extraña. Me pregunto si lograré acostumbrarme rápido…




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