Capítulo 1
El viento fresco de Seúl rozaba suavemente la piel de Gabriel mientras caminaba por las concurridas calles de la ciudad, con su maleta rodando detrás de él. La emoción de estar en Corea del Sur, un lugar que siempre había soñado visitar, lo llenaba de una mezcla de entusiasmo y ansiedad. Había llegado para un intercambio académico, un año completo en una universidad en Seúl, y la idea de una nueva vida en un país tan lejano le daba vueltas en la cabeza.
Aunque había estudiado coreano durante meses, Gabriel aún se sentía inseguro con el idioma. Era su primer día en el campus y apenas había logrado encontrar la residencia estudiantil. A su alrededor, estudiantes hablaban rápido en un coreano que apenas comprendía del todo. Mientras caminaba, perdido en sus pensamientos, chocó accidentalmente con alguien.
—조심해요! (¡Cuidado!) —exclamó la voz suave de un chico, deteniéndose bruscamente para no caer al suelo.
Gabriel, sorprendido, se apresuró a disculparse. —Ah, lo siento mucho. No te vi... —dijo en coreano, tratando de sonar lo más fluido posible, aunque con un marcado acento extranjero.
El chico lo miró, evidentemente sorprendido. Era alto, delgado, con una piel pálida y rasgos finos. Sus ojos oscuros lo observaban con una mezcla de curiosidad y amabilidad. Llevaba el cabello castaño claro, ligeramente desordenado, que le daba un aire despreocupado.
—Está bien —respondió en un coreano mucho más pausado al ver que Gabriel no era nativo—. ¿Eres nuevo aquí?
—Sí, acabo de llegar para el intercambio —respondió Gabriel, nervioso—. Soy Gabriel.
El chico le ofreció una pequeña sonrisa y una reverencia ligera, como era costumbre. —Soy Jihoon. Bienvenido a Corea, Gabriel. ¿Estás buscando algo?
—Sí, en realidad... estoy un poco perdido. No puedo encontrar la residencia de estudiantes internacionales —admitió Gabriel, sintiéndose un poco torpe.
Jihoon asintió, como si entendiera perfectamente lo que estaba pasando. —Ven, te llevaré. No está muy lejos de aquí.
Mientras caminaban juntos, Gabriel no pudo evitar sentir una extraña conexión con Jihoon, aunque apenas lo conocía. Había algo en su manera tranquila y despreocupada que le resultaba reconfortante, algo que le hacía sentir menos solo en un país tan distante.
—¿De dónde eres? —preguntó Jihoon mientras cruzaban un puente que conectaba varios edificios del campus.
—De México —respondió Gabriel, feliz de poder hablar un poco de sí mismo—. Siempre quise venir a Corea. Me encanta la cultura, el idioma… aunque todavía estoy aprendiendo.
—Tu coreano no está nada mal —dijo Jihoon, levantando las cejas con admiración—. La mayoría de los extranjeros tienen más dificultades.
Gabriel se rió, un poco sonrojado por el cumplido. —Gracias, pero aún tengo mucho que mejorar.
Al llegar a la residencia, Jihoon se detuvo frente a la puerta. —Aquí es. Si necesitas algo más, estaré por aquí. También vivo en el campus.
Gabriel agradeció sinceramente, sorprendido por la amabilidad de alguien que acababa de conocer. Jihoon se despidió con un gesto y comenzó a caminar hacia el otro lado del campus. Mientras lo veía alejarse, Gabriel se dio cuenta de que no podía quitarle la vista de encima. Era como si Jihoon irradiara una calma y una familiaridad que Gabriel necesitaba en ese momento, en un lugar donde todo era tan nuevo e incierto.
Los días siguientes pasaron rápidamente, llenos de clases y descubrimientos. El campus era enorme, y Gabriel aún estaba acostumbrándose a la vida en Corea, pero no podía dejar de pensar en Jihoon. Había algo en ese encuentro casual que lo había dejado marcado, como si algo importante estuviera por suceder entre ellos.
Un par de semanas después, mientras Gabriel estudiaba en una cafetería del campus, escuchó una voz familiar.
—¡Gabriel!
Alzó la vista y vio a Jihoon, con esa misma sonrisa tranquila en el rostro. Se acercó a su mesa con un café en la mano.
—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó, señalando la silla frente a él.
—Claro, siéntate —dijo Gabriel, sonriendo sin poder evitarlo.
Jihoon se sentó y comenzaron a charlar, esta vez más relajadamente. Gabriel descubrió que Jihoon era de Seúl, estudiaba literatura y que, al igual que él, también se sentía un poco fuera de lugar a veces. La conversación fluyó con facilidad, y por primera vez desde que había llegado, Gabriel no se sintió un extranjero.
Con cada palabra, cada risa compartida, Gabriel sentía cómo algo en su interior cambiaba. No era solo la amistad que empezaba a nacer entre ellos; era algo más profundo, algo que no había sentido antes. Mientras el sol comenzaba a ponerse detrás de los edificios del campus, una silenciosa certeza empezó a arraigarse en su corazón: Jihoon no sería solo una cara conocida en su vida en Corea. Estaba destinado a ser mucho más.
Y aunque Gabriel aún no lo sabía del todo, en ese momento comenzó una historia que cambiaría sus vidas para siempre.