Capítulo 4
Las semanas pasaron lentamente, como si el tiempo quisiera darles a Gabriel y Jihoon el espacio necesario para adaptarse a esta nueva etapa en sus vidas. Aunque no habían puesto etiquetas a lo que sentían el uno por el otro, ambos sabían que las cosas estaban cambiando. Empezaron a pasar más tiempo juntos, explorando no solo la ciudad de Seúl, sino también lo que significaba estar tan cerca y, al mismo tiempo, tan expuestos.
Una tarde de sábado, mientras las primeras lluvias de otoño comenzaban a caer, Gabriel estaba en su habitación, mirando distraídamente por la ventana. Jihoon le había propuesto pasar el día juntos, pero Gabriel había notado que últimamente algo no estaba bien. Jihoon se mostraba más callado, más distante. Gabriel lo atribuía a la universidad o al estrés de la vida diaria, pero no podía ignorar esa sensación en su estómago de que algo más estaba sucediendo.
Esa tarde decidieron reunirse en el apartamento de Jihoon, un pequeño pero acogedor espacio que compartía con otro estudiante que rara vez estaba en casa. Cuando Gabriel llegó, la lluvia caía con más fuerza, y para cuando entró al apartamento, ya estaba empapado.
—Estás hecho un desastre —dijo Jihoon, sonriendo ligeramente al verlo entrar—. Deberías haberte traído un paraguas.
—Siempre olvido esas cosas —respondió Gabriel, sacudiéndose un poco el agua del cabello—. Pero no me importa. Me gusta la lluvia.
Jihoon le ofreció una toalla y ambos se sentaron en el sofá, con una taza de té caliente entre las manos. El ambiente era tranquilo, pero había una tensión que Gabriel no podía ignorar. Sabía que era el momento de hablar, de preguntar lo que había estado rondando en su mente durante días.
—Jihoon —comenzó Gabriel, con cautela—. ¿Te pasa algo? No sé, te he notado un poco distante últimamente.
Jihoon bajó la mirada a su taza, sin responder de inmediato. El silencio en la habitación se hizo palpable, roto solo por el suave sonido de la lluvia golpeando las ventanas. Gabriel esperó, dándole el tiempo que necesitara para hablar.
Finalmente, Jihoon suspiró profundamente y se recostó en el sofá, mirando al techo.
—No es que quiera alejarme de ti, Gabriel. De verdad que no. Pero... hay algo que no te he contado —dijo con voz baja, como si las palabras pesaran demasiado.
Gabriel sintió una punzada de preocupación en el pecho, pero se obligó a mantener la calma. —Puedes contarme lo que sea —respondió suavemente.
Jihoon se incorporó y lo miró, con una vulnerabilidad que Gabriel no había visto en él antes.
—Mis padres no saben nada de esto —confesó Jihoon—. No saben de nosotros, no saben que soy... que soy gay. Y eso me ha estado comiendo por dentro.
Gabriel sintió como el peso de la confesión caía sobre ambos. Sabía que la situación era complicada, pero no había considerado completamente lo que significaba para Jihoon mantener esto en secreto. En su familia, en México, Gabriel había tenido sus propias luchas para ser aceptado, pero al menos sabía que sus padres lo apoyaban. Ahora se daba cuenta de que para Jihoon, las cosas eran muy diferentes.
—¿Has hablado con ellos sobre esto antes? —preguntó Gabriel, con cautela.
Jihoon negó con la cabeza. —No. Nunca. Siempre he tenido miedo de lo que pensarán. Mi familia es bastante tradicional, y creo que nunca lo aceptarían. He escuchado lo que dicen sobre estos temas, y no es nada positivo.
Gabriel puso su mano sobre la de Jihoon, ofreciéndole el poco consuelo que podía en ese momento.
—Siento que estés pasando por esto —dijo Gabriel, sinceramente—. No quiero presionarte para nada. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, en lo que decidas hacer.
Jihoon apretó su mano, agradecido por la comprensión de Gabriel, pero aún había una sombra de preocupación en sus ojos.
—Es solo que... no quiero que sientas que estoy jugando contigo. Lo que siento por ti es real, pero hay días en los que todo esto me abruma. No sé cómo manejarlo.
Gabriel lo entendía. Entendía el miedo, la incertidumbre, el peso de querer ser uno mismo pero al mismo tiempo temer el rechazo de las personas que más amas. Era una lucha que él mismo había enfrentado, aunque en circunstancias diferentes.
—No creo que estés jugando conmigo, Jihoon —dijo Gabriel, con suavidad—. Y no tienes que manejar todo esto solo. Si necesitas tiempo, lo entiendo. Si necesitas hablar, aquí estoy. No hay prisa, no hay un camino correcto. Solo quiero que sepas que estoy contigo, sea lo que sea lo que venga.
Jihoon lo miró fijamente, sus ojos reflejando el alivio que esas palabras le habían traído. Por primera vez en días, parecía relajarse un poco. El peso que llevaba encima no había desaparecido por completo, pero al menos ahora lo compartía con alguien más.
—Gracias, Gabriel —susurró Jihoon, y sin pensarlo demasiado, se inclinó hacia él, apoyando su cabeza en su hombro. Gabriel pasó un brazo alrededor de él, sosteniéndolo en silencio mientras ambos miraban la lluvia caer a través de la ventana.
El tiempo pasó lentamente, y en ese silencio compartido, ambos encontraron un pequeño refugio. Gabriel sabía que las cosas no serían fáciles, pero también sabía que no se trataba de resolver todo de inmediato. Se trataba de estar ahí el uno para el otro, de apoyarse, de entender que el amor no siempre era sencillo, pero que valía la pena luchar por él.
—No quiero perderte —dijo Jihoon, casi en un susurro, como si temiera que decirlo en voz alta lo hiciera real.
Gabriel sonrió, sintiendo una calidez que comenzaba a llenar el vacío que había sentido.
—No me vas a perder —respondió, firme—. Esto lo enfrentamos juntos.
Mientras la tarde se desvanecía y la lluvia continuaba cayendo, ambos se quedaron en silencio, sabiendo que, aunque el futuro era incierto, en ese momento, lo único que importaba era que se tenían el uno al otro.