"Lo que fui me persigue. Lo que soy me pesa. Y lo que podría ser... me asusta."
El rancho está en silencio, tan quieto que parece abandonado. La noche, cómplice de los pensamientos más profundos, me envuelve con su calma inquietante. Las estrellas están particularmente hermosas esta noche… O quizás hace demasiado que no me detenía a mirarlas.
Mi vida ha sido una sucesión de baches, uno más profundo que el otro. Mi carrera truncada, un compromiso que fracasó, la ausencia constante del amor. Tal vez, todo fue mi culpa. O tal vez, simplemente lo merecía. Por arrogante. Por soberbia. Por creer que mi apellido me hacía mejor que los demás. Me convertí en una mujer que estiraba la mano y lo tenía todo... menos respeto por sí misma.
Caer en cuenta de que mi valor no estaba en lo que tenía sino en lo que era, me condenó a una soledad que en su momento dolía, pero que hoy abrazo con resignación. Aprendí que todos los que me rodeaban estaban por lo que yo representaba, no por quién era. Todos, menos mis dos amigas.
Envuelta en una manta, observo la oscuridad del campo. Las noches aquí son frías y llenas de verdad. Una sombra en la entrada me sobresalta. Me acerco al barandal. No es cualquier figura... es él.
Retrocedo instintivamente.
—Me estoy volviendo loca... —susurro.
Corro a mi cuarto, cierro el ventanal con seguro. No puede ser. No puede haberme encontrado. No aquí. No ahora.
La cama no ofrece descanso. Su presencia, real o imaginada, me persigue. Y el miedo, ese que nunca me permití sentir, se instala en mis huesos.
5:00 AM
Todo el rancho cobra vida. Los peones van y vienen. Las del servicio limpian. Mi hermano Óscar ya está encerrado en su despacho, como siempre. Yo, sin haber dormido una sola hora, termino de calzarme las botas y bajo.
Cuando estoy por descender, escucho su voz gritando desde el despacho.
—¡No me interesa! ¿Dónde estaban?
Me acerco con cuidado. Golpeo la puerta.
—¿Qué sucede?
Óscar se deja caer en la silla, derrotado por una noticia que parece haberle sacado el alma del cuerpo.
—Sabotearon la producción —dice.
—¿Qué?
—Perdimos todo, Stefany. No quedó nada. —Sus ojos, por primera vez, muestran miedo.
—Pero… ¿cómo? ¿Los compradores? ¿Las entregas de este mes?
—Lo sé —murmura. Su voz es la de un hombre que carga con el mundo entero.
—Déjame ayudarte.
—No. Lo voy a solucionar. Como siempre. Ve a desayunar.
Me muerdo la lengua para no discutir. Salgo cerrando la puerta con suavidad.
Paso por la cocina, evitando a mis padres en el comedor.
—Marta —susurro.
—¿Gema? —me pregunta al voltear.
—Salió temprano con Miguel Ángel —asiento y me extiende una taza.
—¿Estás bien?
—Sí —miento.
—No dormiste en toda la noche.
—¿Cómo lo sabes?
—Nunca apagaste tu luz.
—Problemas con la soledad —respondo mientras me siento.
—La soledad es buena, mi niña. Te enseña a no necesitar compañía, sino a elegirla.
Sus palabras caen como agua en tierra seca. Tiene razón… pero también duele. Porque ¿y si nadie me elige a mí?
—Ahí empieza el problema, Marta. Hace mucho que dejé de pensar. También dejé de ser para los otros.
—Lo sé. Lo que pasaste no fue fácil, pero saliste adelante. Y eso no lo hace cualquiera.
—Tal vez me lo merecía —susurro.
—No digas eso.
—Me fui de aquí porque sentía que este lugar me quedaba chico… y la verdad es que siempre me quedó grande. Abandoné todo por una vida que no me pertenecía.
Marta me abraza. En sus brazos siento ese calor que me recuerda que, aunque todo se pierda, el hogar es el único lugar que siempre espera sin rencores.
—Siempre podrás volver, mi niña. No importa qué pase.
—Lo sé —respondo, con la voz rota.