Lovers in Litnet.

Capítulo 2: Las ventajas de un país tercermundista.

Brittany estaba sentada en el asiento de copiloto mientras que su novio manejaba de regreso a casa. Ricardo iba en el asiento trasero con su hermana usándolo de almohada. 


Bryan había conseguido ese viejo automóvil hace unos meses, cuando cumplieron dos años de estar trabajando en un call center. Empleo que parecía estar de moda. Todo el que hablase inglés de forma fluida por lo menos un 80% tenía posibilidades de ser empleado y ganar el doble o triple del sueldo base que el resto de empresas te ofrecía. 


Por ello, un día Ricardo y Bryan, decidieron estudiar más inglés, pues siempre se les dio bien, para dejar de trabajar en un restaurante de comida rápida. 


Ahora, tres años después tenían sus empleos. Pero eso no era garantía de una vida total y completamente independiente como en las películas. 


Pues si tu madre ya no trabajaba por su mala salud, tu padre se jubiló pero aún necesitaba seguir trabajando aunque se tratara de un empleo distinto al que tuvo por años y tu hermana menor a penas estaba comenzando el bachillerato donde debía pagarse colegiatura, útiles escolares, uniforme y todas esas tonterías para lo que las instituciones piden dinero; tenías que aportar económicamente sin remedio. Y más aún si el tuyo es el mayor sueldo de la casa. 


Así que Ricardo, además de sus gastos personales, estaba a cargo de los gastos de su hermana y el pago del internet. Su padre cubría las facturas y la comida que era apoyada por los tres adultos, incluyendo los pequeños ingresos de su madre con las múltiples ventas comerciales que hacía los fines de semana. 


Y aunque deseaba tener su propio auto, como Bryan, quien ahora deseaba deshacerse de él y comprar una motocicleta, el sueldo ya no daba para más. Así como la casa: dos cuartos, un baño, sala comedor y una cochera que siempre estaba vacía.  


Eso lo llevaba a compartir habitación con su hermana. Algo que no le molestaba en absoluto, quince años y medio de convivir  juntos los volvió más unidos. Sin importar que tuvieran casi 8 años de diferencia en edades. 


—¿Ya hiciste las tareas? — le preguntó desde su cama. 
—Sí Oppa. 
—Y ¿Qué haces? 
—Leer. 
—¿Qué lees? — Insistió ya que ella no desprendía los ojos de la pantalla del teléfono. 
—Un libro. Es tan bonito — respondió sonriendo. 
—Entonces es romántico — asumió sin ponerle más atención. 
—Sí… 


Tatiana comenzó a relatarle la trama de la historia aunque él no le respondiera nada. Y le habló de todos esos libros que decía leer en línea. 


—No leas mucho de eso Taty. 
—¿Porqué? Si son bonitos — dijo sentándose en la cama. 
—No es bueno creerse todo lo que las historias cuentan. Tenés que recordar que solo son eso, historias, ficción. 
—Pero son bonitas — volvió a alegar. 


Ricardo sonrió ante el pequeño argumento. Qué podía decirle a una niña como ella. Dulce e inocente. Que aún le gustaba ver la Cenicienta y su película favorita era Zootopia. 


Pero en el fondo Ricardo temía que su mente creciera con influencias poco productivas y realistas. Como esos libros de romance que tanto leía. Y que eso solo la llevara a un gran corazón roto cuando la golpeara la realidad. Como a él. 


—Vos decís esas cosas porque no te gustan. Pero a mí sí. 
—Ya sabes que hay algunos que si me gustan — respondió sentándose en la cama para mirarla. 


Y era cierto. Luego de que ella se encargara de dejarlo traumado con tantos hombres lobo y vampiros guapos, había visto un par de Doramas coreanos, simple y sencillamente porque le apeteció ver algo con ella y le llamó la atención la historia. A pesar que en algunos capítulos pusiera los ojos en blanco por las escenas empalagosas de romance. 


—Solo porque vos no sos romántico no significa que los demás tampoco lo tengamos que ser — espetó en un nuevo todo de voz. Se recostó en la cama y volvió a su lectura. 
—Taty. 
—¿Qué? 
—Te quiero. 


Ella no respondió. Siguió ignorándolo a pesar de notar que Ricardo se había sentado en el suelo entre sus camas y le tocaba el cabello.   


—Y porque te quiero no me gustaría que te pasará nada malo, nunca. Ni que te hagan llorar o te mientan. 
—¿Y eso que tiene que ver con lo que leo y mis doramas? 
—Solo… Nada. Tenés razón. No me hagas caso — dijo tocando su pendiente brillante en forma de botón —. Seguí enamorada de tu Edward Callen — añadió sonriendo.
—Oppa — le llamó cuando él se levantó. 
—¿M?
—También te quiero. 
—Gracias. Ya ves que si puedo ser romántico. Ahora a dormir que mañana tenés que ir al colegio. 
—Y vos a trabajar. 
—Pero vos te tardás en prepararte. 




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