Lovers in Litnet.

Capítulo 11: Encuentros. La tormenta.

Por fortuna solo faltaban dos días para que hubiera internet de nuevo, luego de pagar la factura. 


Sin embargo, tenía sus dudas respecto a lo que había logrado escribir. Las últimas dos semanas se habían pasado lentas, demasiado lentas. 


Las cosas con su novio no mejoraban. Al contrario, terminaron. Pero Lilian sentía que era lo mejor. Lo constató cuando dejaron de hablar, liberándose de un enorme peso sobre su espalda. 


Aún así, la nueva libertad no hizo gran diferencia en su estado de ánimo. No fue consciente de lo poco que sentía ya por él hasta que pronunció: 


—Ya no más. Lo siento mucho. 


En casa las cosas parecían estabilizarse un poco. Su madre buscó un trabajo por aquello de querer más dinero en la bolsa para poder gastar en chucherías para comer. 


La falta de internet resultó ser una buena noticia después de todo. Con un torbellino mental y sentimental, no pudo escribir mucho. Y lo poco, no la convencía. No del todo. 


Así que ni siquiera se asomó a su cuenta durante esos días. Sabía que no era justo para sus queridos lectores pero, presentía que cualquier tipo de comentario que leyera la haría sentir culpable por no escribir algo de calidad. 


Y por si las cosas no pudieran ser peor, “Harry”, “Su Harry”, estuvo ausente. 
“¿Se habrá mudado? ¿Cambió de horario en el trabajo o la universidad? ¿Le habrá ocurrido algo? ¿Estaría enfermo? ¿Se cambió de trabajo?”. 


Y aunque había visto en otro horario al amigo de “Harry” e incluso a la novia de este último, no se atrevía a preguntar por él. 


“¿Y qué le diría? Ni siquiera sé el verdadero nombre de “Harry”. Sonaría como: —Hola. ¿Qué tal? Una preguntita. ¿Y su amigo? El muchacho guapo que siempre viene los Viernes en la noche con ustedes. ¿Cómo está? ¿Se quedó si empleo? ¿Se mudó? ¿Se fue a vivir con su novia la colegiala? Bueno. Me lo saluda.— Y saldría corriendo luego de su respuesta—. Que horror”. 


Con tal de evitar semejante vergüenza se limitó a seguir creando conjeturas al respecto. 


Al día siguiente, una fuerte tormenta caía sobre la capital. Sin importarle la lluvia, caminó debajo del chaparrón hasta la gasolinera. Con el cabello empapado y las ropas pegadas al cuerpo llegó al refugio. El aire acondicionado solo le provocó escalofríos. 


Disculpándose con todos se encaminó hacia los servicios. Siempre traía ropa limpia extra así que no dudó en cambiarse. 
Pasó por el corto pasillo de las galletas cuando chocó con alguien. 


—Ay. Lo siento. Perdón — dijo a la persona a quién le había mojado la manga de la chaqueta. 
—No te preocupes. Ya venía mojado. Dios mío pero estás empapada — habló admirado al verla cual polluelo mojado. 


Lilian alzó la vista sonriendo para mirar al extraño pero, al hacerlo, su mente no pudo asimilar tan rápido como quería la imagen frente a sus ojos. 


“Es él. Es él. Es él. Oh Dios mío”. Saltaba en su fuero interno. 


—Ah sí. Eh.… Si. Bueno, con su permiso — dijo desviándose para salir de ahí. 


Tenía frío pero ahora presentía que el agua en sus ropas se estaba evaporando por lo acalorada que se sentía al verlo y hablarle por primera vez. 


“Dios. Su voz es mejor de lo que pude escuchar antes, sus ojos, el aroma de su perfume. Esperen. Su perfume. ¡¡SU PERFUME!! Que aroma tan maravilloso. Dulce, sólido, masculino. Si pudiera no vuelvo a bañarme”. 


Por mera curiosidad olfateó “discretamente” su muñeca derecha, que fue la que tuvo el primer contacto con él. Lamentablemente no había rasgos de su perfume. 


“Aunque… Me parece que sí”, pensó rastreando cual sabueso sobre su piel. Una pizca de su aroma era percibido. 


Volvió a tocar la puerta del servicio, ya que solo era uno, para que la chica de adentro se apresurara. 


Negó con la cabeza cuando escuchó el típico:
—¡En un momento! 


Y un empalagoso aroma a chocolate sintético proveniente del atomizador de esa persona llegó a su nariz. 


Estaba por salir del pequeño pasillo para buscar comprar algo caliente cuando notó la figura parada a su lado. 


El paro cardíaco y espasmos en los pulmones le hicieron detenerse en seco antes de que chocara de nuevo con él. 


—¡Tatiana! ¡Salí ya! — dijo aporreando la puerta. 
—¡Ya voy! ¡Me estoy peinando! 
—¡Salí ya! ¡Que necesitan entrar! 


Él le sonrió a modo de disculpa al pollito desplumado. Lilian desvió la mirada. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.