“Pero a los ciegos no
le gustan los sordos
y un corazón no se endurece
porque sí”
Patricio rey y sus redonditos de ricota.
Humillaciones e insultos hicieron que la personalidad de Elizabeth se volviera la de una persona totalmente diferente a la que tenía antes, ahora era retraída y tímida. En la primaria, su prima, la única de su edad, solía dar el presente por ella, el saber que en cualquier momento podía ser humillada la aterrorizaba. Las idas y venidas de la economía de sus padres la obligaban a cambiarse de escuela, cuando por fin se estaba acostumbrando a una, la movían a otra y así la conoció a Olivia, por suerte, ella llegó a su vida.
Así, todo marchó viento en popa por un tiempo, pero, pronto apareció Andrés Benítez. Elizabeth sabía bien lo que era ser nueva, así que se acercó a él e intentó darle la bienvenida – Hola – saludó Lizi − ¡Bienvenido a la escuela!
−Gracias – dijo el chico.
−Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedirme o consultarme – sonrió la chica, la sonrisa de Lizi es esa que expone todos tus dientes y se le forman un degrade de hoyuelos a los costados de la boca.
−Muchas gracias, no dudaré. Sos muy amable – le devolvió la sonrisa.
−De nada – Elizabeth se alejó.
A penas cinco días después comenzó un verdadero calvario para ella. Elizabeth lo saludó, pero él la miró de una forma aterradora.
−Elizabeth Banks – dijo el preceptor, que tomaba lista luego del ingreso a la escuela.
−Presente – respondió ella.
−Banks, Banks – se oyó, era la voz de Andrés, en un tono que utilizas cuando estás pensando algo. La voz sonaba en el fondo del aula –Banks, banquito, bancote. Sentate en un banquito, se cae del banquito y se clava un clavito. Banks, banquito – finalizó y todos y cada uno de sus compañeros, a excepción de sus amigas, Andrea y Olivia, se rieron. Elizabeth volteó a ver y Andrés levantaba los brazos, orgulloso de haber empezado a cavar la fosa a la que enviaría a Elizabeth durante los años siguientes, por un largo tiempo.
Desde ese día, cada día fue una cruel tortura.
¿Siempre iba a ser rechazada? En la infancia, sus compañeros nunca querían balar con ella en las clases de folklore o en os actos escolares o pararse a su lado para la foto grupal de cada año, ahora no solo era eso, sino que cada vez que escuchaba su apellido, venía acompañado de un molesto canto, que, aunque parezca tonto, vivirlo cada día era agotador. Y no tardaron en llegar los insultos a su físico. Lo sabía muy bien, no era para nada hermosa, además de tener en su haber, por lo menos, veinte kilos de más, en el fondo sabía bien que estaba llenando el vacío y el dolor con comida, las perdidas eran moneda corriente. No sabía cómo canalizar, cómo sanar ese dolor que le causaba el rechazo. El rechazo empeoró cuando salieron las primeras calificaciones
− ¡Felicitaciones Elizabeth! – dijo el preceptor – Sos la mejor de la clase, deberían todos ustedes aprender de ella. Eso señores, es ser responsable.
Esas palabras la crucificaron, pronto ese pequeño grupo empezó a ser mortificado.
− ¿Qué nos falta? – Preguntó Olivia, que tomaba toda la situación de una forma más ligera.
−No lo sé – Sin dudas, Andrea no imaginaba así el primer año de secundaria.
−Nos golpearon la última vez, nos faltaría… − se rascó la nuca – un revolcón en la zanja – finalizó Lizi.
Llegar a casa era ahogarse en comida y más tarde, en llanto. El cuarto de Elizabeth era un desastre, un cochinero, acostarse a llorar hasta dormirse era casi su única actividad. Al otro día se levantaba a las seis de la mañana para alistarse y comenzar todo otra vez.
Los desastres dentro del aula iban más allá de los tratos hacia Elizabeth y su grupo. Poco a poco esa aula se había vuelto un salón de loquero, las mañanas eran un caos. Llamaban a la policía, las sillas y mesas volaban por encima de las cabezas, juego de cartas y apuestas de golpizas, incluso una vez jugaron a la copa, ese famoso juego de invocar espíritus; si bien Elizabeth no era la persona más religiosa del universo, respetaba esas cosas de los espíritus, no jugaba con ello ¿esos eran estudiantes o seres con comportamiento primitivo?
−Profesor – Elizabeth se dirigió al maestro de matemáticas − ¿puedo ir al baño? Es una emergencia.
−Vaya, señorita − respondió y justo cuando Elizabeth salí, alguien más preguntó:
−Profesor ¿puedo ir al baño? – suspiró – es una emergencia – la imitó.
−No – el docente siguió escribiendo.
−Es porque ella es su favorita – protestó el alumno, indignado. Elizabeth salió rápido.
−Vaya.
−Te odio – Andrés iba por detrás, se adelantó y le dio un empujón a Lizi que cayó sentada – Te odio desde que te vi – la sacudía por los hombros − ¿por qué? ¿por qué te conocí? – la joven Elizabeth apenas tenía trece años y parece que el terror era su nueva forma de vida, porque, aunque a llevaba un año de maltrato por parte de sus compañeros, aunque, más de ese individuo en específico, lejos de acostumbrarse, cada vez estaba más angustiada – sos una desgracia – se paró y escupió a un costado de Elizabeth.
La muchacha miró que nadie hubiese visto, se paró y corrió al baño. Ya encerrad en el cubículo, bajó la tapa del inodoro y se sentó. Se sentó y lloró, porque desde que aquel odioso había aparecido en su vida, todo era un infierno. Se secó las lágrimas, esperó unos segundos para volver al aula sin que sus ojos se vean tan colorados. La vida era eso, al fin y al cabo, pararse, secarse las lágrimas y seguir.