Lovesick girls: Viraha

Capítulo 2: Banks, bankito (Parte 2)

−Mamá ¿puedo faltar hoy?

−No, guarda esas faltas para cuando llueva o te enfermes, ahí vas a necesitar faltar de verdad− se moría de ganas de decirle que no podía más, pero su madre siempre le exigió que no sea una debilucha.

Se cambió y como era costumbre, su padre la llevó a la escuela secundaria. A veces, por mucho empeño que se ponga, pararse, secarse las lágrimas y seguir no es para nada fácil.

 

 

−Profesor ¿puedo salir del aula un momento? – solicitó Elizabeth− me siento mal – aquella frase se volvería una frase habitual en la joven. Elizabeth se dirigió al baño, se encerró en un cubículo, sus manos temblaban y transpiraban helado. Tenía la punta de los dedos de los pies agarrotados, la panza le hacía un ruido feroz, como un león enojado, pero ¿era un león enojado? ¿o era un gatito asustado? Cuando lograba salir, se dirigía a la preceptoria –Preceptor ¿puede llamar a mi casa para que alguien me venga a buscar? Me siento muy mal – suplicaba y sí, definitivamente podía notarse por como temblaba, como una hoja que movía el viento. Por suerte, su madre, su padre o su abuelo, va, no era su abuelo, era el marido de su abuela, su abuelo había fallecido cuando ella era una niña, pero eso, se los contaré más adelante; estaba disponible para ir a buscarla. Con el tiempo, esto se volvió algo de casi todos los días.

De médico en médico, le diagnosticaron a Elizabeth ataques de pánico. Las faltas a la escuela, ese año, comenzaron a estar al límite, aun así, ella seguía siendo la estudiante con mejores notas de la escuela. Pudo regresar a cursar cuando al fin consiguió lograr controlar su pasar, cuando en algún lugar de su interior encontró la fuerza para enfrentarse a vivir esa situación que le tocaba vivir y aunque no hizo nada para cambiarla, porque no sabía cómo luchar con ello, se sentía valiente por poder atravesar ese calvario cada mañana. Aunque, sí le restó importancia, lo que de alguna manera hizo cesar las agresiones, aunque no del todo. No obstante ¿cuál es el precio de sobrevivir? Como si fuera un pacto con la vida, todos tenemos que morir un poco para sobrevivir.

 

 

 

Un día más, dos años de aguantar aquello que la hacía más fuerte y más rota. Saben, mis queridos lectores ¿es verdad que lo que no te mata te hace más fuerte? ¿o es una mentira que nos dicen para justificar hacer daño a los demás?

Ese día, las sillas volaban, botellas y bolas de papel, también cartucheras. Súbitamente, la profesora de Literatura ingresó al aula y se escuchó un estruendo.

− ¡No! – exclamó Olivia. Elizabeth que estaba que discutía con Esteban quién de los dos sería el mejor estudiante ese año, corrió al lado de su amiga.

− ¡Andrés Benítez! – gritó la joven docente, llamada Carolina – No puede ser – la mujer estaba sacada – usted no cambia más – tenía un pupitre encima.

−Cállese, vieja de mierda− respondió en medio de un ataque de ira, todos se quedaron estupefactos.

−Ya a la dirección – le proclamó la mujer, que se paró como le fue posible. Se acercó y quiso hacerle una seña para que saliera, pero ante la negativa de este se vio obligada a buscar al director para que lo llevara. –Elizabeth, copia en el pizarrón esto – le extendió unas hojas antes de salir, dejando a la joven Elizabeth de encargada. Tener que pasar al pizarrón era algo que le causaba cierto pánico, pero, aun así, se paró en frente y comenzó a copiar.

El ambiente era de tensión, esta vez nadie le dijo nada por su apellido, ni por su físico, todos en silencio, copiaron.

En un momento, la puerta se abrió. Entró la docente, el director y Andrés, en la puerta se encontraba quien era la madre del joven.

−Diga lo que tiene que decir – ordenó el director.

−Lo siento, profesora – se disculpó poniendo su mejor y más linda cara de nada.

−Despídase de sus compañeros – saludó a uno por uno, como si pegar a una docente fuese algo triunfal. Llegó a Elizabeth, Andrés le extendió la mano, pero Lizi lo rechazó.

−Elizabeth, no seas mala – le suplicó Andrés. Pero, la chica lo ignoró, así que él se agachó y le depositó un beso en la mejilla –Chau chicos, es una pena irme – pasó la puerta y su madre lo tomó del brazo, agarrándolo con fuerza, sin dudas estaba enfurecida con Andrés. Esa fue la última vez que lo vio.

Ella dice que sintió pena por él, pero no puedes solucionar todo el daño que causaste con un apretón de manos o un beso en la mejilla, porque al menos, esperaba explícitamente la palabra perdón. Porque ella tuvo que haber matado una parte suya para sobrevivir al dolor que sintió esos años de maltrato. Porque para Andrés cumpla su cometido de ser un chico cool, quemó en una hoguera a la única persona que vio más frágil que él y es que, ella lo reconoce, era sensible por naturaleza. Pero, que alguien sea más sensible, no te da derecho a maltratarlo.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.05.2021

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