−Tengo que irme− Olivia tomó las manos de su mejor amiga. Había esperado hasta el último momento para decirle a Lizi –mañana ya no voy a estar más acá, sentada con vos, pero siempre voy a estar – la abrazó – pero ¡ánimo! Andrea se quedará con vos – le costaba ver a su amiga triste – no es un adiós, nena.
−Te voy a llamar cada día, lo prometo – quería que ese abrazo dure para siempre – te adoro un mundo y muchos más, Oli – no podía dejar de llorar.
Y así fue, incluso hizo pequeños trabajos para comprar las tarjetas para recargar el celular, esas tarjetas, las que se raspaban y tenían un pin ¡qué tiempos! Su amiga estaba en algún lugar del campo, ya que el padre quería borrar lo imborrable y arrastraba a sus hijas con él ¿quién iba a escuchar a Olivia?
Los días pasaban y se sentía el vacío que generaba su ausencia. Ya no había risas estruendosas, ni canciones cantadas a todo pulmón, ni quien la llamara nerd por el hecho de vivir sumergida en libros.
−Grupos de cuatro –gritó Emiliano, el profesor de geografía –Elizabeth y Andrea, con Dylan y Emiliano. Vamos, ritmo gente − ¿era una escuela militar o qué?
− ¿Por qué tenés esa cara, últimamente? – le preguntó Dylan, con un dejo de preocupación, mientras acercaba su silla.
−Sí, estás rara− añadió Maximiliano, que enseguida paró la oreja.
−No lo sé, tal vez sea sueño – se encogió de brazos la muchacha, le incomodaba hablar de ella misma, de cómo se sentía, porque le parecía que no era relevante, acostumbraba a guardarse todo. No se atrevió a decir que estaba triste por la partida de su amiga. Todos pronto empezaron a trabajar y la charla pronto cambió de rumbo.
− ¿Qué pasa? – Andrea no dejaba de temblar –Andi ¿estás bien?
−No, acompáñame al baño –Andrea apretaba con fuerza el brazo de Elizabeth.
−Vamos− la muchacha de largo cabello castaño le hizo una seña al profesor y ambas salieron a toda prisa − ¿qué pasa?
−No lo sé – la voz de la muchacha de ojos verdes se entrecortaba y pronto comenzó el torrente de lágrimas. Elizabeth, no sabía bien que hacer, cada persona es diferente de consolar; así que la abrazó y le daba palmadas en la espalda, no dijo una palabra, la verdad, no sabía qué decir. Se había auto consolado muchos y, aun así, no sabía cómo hacerlo con otros.
Pronto Andrea comenzó a faltar a las clases, el pánico la comenzaba a invadir cuando se encontraba el asiento de al lado vacío, sin nadie a fin. Tenía a Olivia lejos y a Andrea con su salud mental un poco frágil.
− ¿Puedo sentarme acá? – Dylan interrumpió sus pensamientos, se adelantó a la respuesta de Lizi y puso su carpeta y útiles en el pupitre.
−Claro – la muchacha de ojos tristes, asintió, un poco tarde…
Los días cambiaron, si bien extrañaba a sus amigas, comenzó a tener un extraño entendimiento, un código que hacía que se entendieran casi a la perfección. Tenían varias cosas en común, amaban la música, él le presentó artistas como Nirvana, Queen, Porta. Estaban apasionados por el arte, pintaban, dibujaban, él hacía grafitis y ella admiraba su espíritu libre. Ella tocaba el piano, él la guitarra. Ambos escribían y llevaban el dolor muy en el fondo de su alma, un dolor profundo y que parecía ser lo que constituía su extraña hermosura, la de los dos.
Poco a poco, el dolor de Elizabeth despertó de su letargo. Ese dolor se acrecentó cuando al fin lo supo, estaba perdidamente enamorada de Dylan Thompson. Lo quería más que lo que se quería a ella misma, pero, tan pronto como descifró sus sentimientos, sumió que ella, Elizabeth Banks, no era suficiente para él. Muchas noches se torturó pensando si debía decirle o no, pero, sabía que echaría a perder su amistad con Dylan y eso, era lo que menos quería. Desde ese día, hubo un receso, sin vuelta atrás, volvió a ser la misma persona triste, ese ser que acostumbraba a llorar tanto como podía, incluso cuando cuidaba a sus pequeños hermanos, que tan feliz la hacían, pensaba en él y quería soltar una lágrima, o tal vez, más.
Al mismo tiempo, empezaron los problemas con su alimentación, otra vez. Un desfile hacia el baño, después de cada comida. De la obesidad a la bulimia.
Ella dice que lo que pasó con él, era la típica fuerza que posee el primer amor, pero, yo creo que, a veces, amamos con tanta fuerza, el amor nos quemaba tanto, que nos perdemos a nosotros mismos, así como también, creo que nada es más importante que nuestra salud, física y mental.
− ¿Por qué no tenés novio? – Dylan y Elizabeth habían ingresado al aula antes de que finalice el receso.
−No lo sé –la muchacha que llevaba una camisa color crema y el cabello suelto, se apoyó en un pupitre – supongo que no soy tan genial.
−Hey, no pienses así – la retó el hombre que la hacía llorar por las noches, era tan blanco como la nieve, sin exagerar y se acercó a ella – yo… −la charla fue interrumpida por una ola de adolescentes que ingresaban al salón. Elizabeth apretó los labios, largó un suspiro y se acomodó en su silla, seguida por el muchacho. El aire se había vuelto un poco tenso.
− ¡Buen buzo! – exclamó Lizi, queriendo mejorar el ambiente.
−Gracias, voy a regalarte uno – le dio un codazo sutil. Llorar y sufrir, hasta volver a verlo. Llamar por teléfono a Oli como si nada estuviera mal. Pronto, el amor unilateral que atravesaba se transformó en canciones y poesías, canalizó su dolor en arte.
−Eu – una voz llamó a Elizabeth – sí, tú, la de camisa beige – la risa elocuente resonó en toda la galería de entrada. Elizabeth volteo abochornada, la confusión se apoderó de ella cuando al voltear vio a su amiga, su querida Oli. No sabía qué decir, no iba a llorar delante de todo mundo, las piernas no le respondían.
−Y si te vas, no habrá nadie aquí – canturreo Lizi.
−Para que pueda hacer a mí sentir – extendió los brazos la pelinegra.