Loving Me Was Your Crime

capítulo 5

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Narra Helen:

Luego de que Ellie se retirara del cuarto, tomé mi ropa y me dirigí al baño. Allí comencé a desvestirme; era la primera vez en mucho tiempo que me quitaba toda la ropa. La dejé caer en el cesto de ropa sucia que estaba a un costado.

Me giré y me miré en el espejo. Hacía tanto que no me veía con claridad...Hasta ese momento, solo había vislumbrado mi reflejo en charcos sucios de las calles o en los vidrios empañados de alguna ventana.

Y ahora que por fin podía mirarme bien, desearía no haberlo hecho.

Tenía la cara llena de manchas, el cabello pegado por la transpiración acumulada bajo la máscara, y restos de suciedad en algunos mechones. La cicatriz en mi mejilla parecía más marcada que nunca.

O quizás simplemente era la primera vez que la veía sin desviar la mirada.

Suspiré y decidí dejar de juzgarme. Me metí en la bañera y dejé que el agua tibia arrastrara el cansancio y la mugre. Me quedé ahí largo rato, sin pensar. Solo existiendo.

Cuando salí, me envolví con la toalla que me había dado Ellie. Me peiné lo mejor que pude y me vestí con rapidez.

Estaba por entrar en mi cuarto, pero algo me hizo detenerme. La escena de abajo me había dejado inquieto, y sentí la necesidad de hablar con ella, de explicarle lo que pasó. De ser honesto.

Me dirigí a su habitación. Por un instante estuve a punto de tocar, pero… no era el momento de seguir fingiendo protocolos. Así que entré.

Ella estaba en la cama, vendándose la muñeca con manos temblorosas. Al verme, se escondió bajo las sábanas de golpe. El gesto habría sido tierno, si no estuviera tan cargado de dolor.

—¿¡Qué haces aquí!? —gritó desde debajo de las sábanas—. ¿¡Por qué no tocaste la puerta!?

Su voz era una mezcla de rabia y llanto contenido.

—Tú sabes que eso no es lo mío —respondí con sinceridad—. ¿Qué haces? ¿Qué escondes?

—¡¿Qué te importa?! —rugió.

—Si no me importaras, no estaría aquí preguntando —dije.

—Qué estupidez… —murmuró, bajando la voz—. Vete. Lo que yo haga no es asunto tuyo.

—Auch, eso fue rudo —me quejé—. Solo venía a explicarte lo que pasó allá abajo.

—¡NO NECESITO QUE EXPLIQUES NADA, NO ESTOY CIEGA! ¡VETE DE AQUÍ! —gritó con la voz quebrada, como si estuviera a punto de romperse del todo.

—¿Ellie…? ¿Qué te pasa? —pregunté, ya alarmado. Al no obtener respuesta, tomé una decisión.

Le arranqué las sábanas de encima. Me daba igual si era invasivo. Necesitaba saber qué estaba ocurriendo.

Y ahí estaba.

Con la cara roja de tanto contener el llanto, mordiendo el labio con tanta fuerza que ya sangraba. En su muñeca, una venda mal puesta chorreaba sangre. La hemorragia era evidente.

La forma en que se apretaba el brazo, como si quisiera esconderlo de mí… como si supiera que no era la primera vez.

—Ellie… ¿Qué hiciste? —susurré, con un nudo en la garganta.

Ella quiso responder, pero solo soltó un gemido.

—Está bien. Luego me lo cuentas. Ahora dime, ¿dónde están tus padres? —pregunté, intentando mantener la calma.

—No están —respondió, apenas audible—. Se fueron hace un rato...

Mi estómago se revolvió. Sabían que su hija se hacía esto. No era algo nuevo. Y aun así…se fueron. Como si nada. Como si fuera normal.

—Yo… —me quedé sin palabras. Miré su herida. Ella me miró, pálida, y dijo con voz débil:

—Debes hacer presión…

Asentí.

Retiré su mano temblorosa y puse ambas sobre la herida, presionando fuerte. El sangrado empezó a disminuir, pero aún no era suficiente.

Fui corriendo al baño, abrí el botiquín y agarré lo que pude: alcohol, algodón, vendas, curitas. Volví con prisa. Le quité la venda vieja, y conté al menos quince cortes. Viejos, nuevos, entrecruzados.

Uno en el centro era más profundo. Demasiado. Casi seguro cortó una vena.

—Te cortaste sobre heridas anteriores… por eso sangra tanto —pensé.

Ya no era un accidente. Era un patrón. Un grito.

Tomé alcohol y algodón. Me arrodillé otra vez. Cuando iba a limpiar, ella apartó mi mano bruscamente, como si le doliera que alguien la tratara con cuidado.

Tomó la botella de alcohol. Por un momento pensé que me la iba a lanzar. Pero no. Sin dudar, la vertió sobre su brazo.

Gritó.

—Así… es más fácil —dijo, sin una pizca de dramatismo. Solo resignación.

Sentí un vuelco violento en el estómago. No era la primera vez. Dios… no lo era.

Seguí limpiando mientras tragaba mis propias lágrimas. Coloqué las curitas sobre el corte profundo y vendé el brazo con firmeza.

—Listo —dije, soltando el aire que no sabía que había contenido. Me levanté, con las manos aún manchadas de sangre—. No hace falta que me agradezcas —intenté bromear, sonriendo débilmente.

Ella bajó la mirada y murmuró:

—N-no tenías que hacerlo. Podía arreglármelas sola…

No lo podía creer. Después de todo eso… ni siquiera un “gracias”.

—¿Cómo puedes decir eso? —exploté—. ¡Aunque hubieras parado el sangrado, esa venda estaba infectada! ¿Y después de todo esto… ni un gracias? ¡Ya está mal que te cortes en primer lugar!... ¡Te estás haciendo daño, Ellie! ¡No puedes seguir así y fingir que todo está bien! ¡Tus padres no están, y aun así te han hecho creer que lo mereces! ¡Y ahora ni siquiera puedes aceptar que alguien quiera ayudarte!

Ella no respondió. Solo bajó la mirada, como si mis palabras fueran más dolorosas que el corte.

—Lo siento… —murmuré, y salí, cerrando la puerta con un portazo.

Definitivamente la rabia me sobrepasó. Sabía que no debía reaccionar así. Que ella estaba rota por dentro. Pero me dolía. Me dolía que se sintiera tan sola. Que nadie hubiera hecho nada antes.

Fui a mi cuarto, me dejé caer en la cama. Mis manos seguían manchadas de sangre, pero no me importó.

Cerré los ojos.




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