Loving Me Was Your Crime

Capitulo 9

4623df1db69b81743e76aa2aa5a6989b.jpg

Narra Ellie:

Nolan… él era mi novio.
Y sí, dije era. Ya sabrán por qué.

Desde que lo conocí, supe que no estaríamos demasiado tiempo juntos. Lo conocí hace cuatro años, en la escuela. Me habían vuelto a cambiar de institución… otra vez. Y ahí estaba él. Desde el primer momento, congeniamos.

Era bastante alto, delgado. Había repetido de grado, pero compartíamos exactamente los mismos gustos. A los cinco meses de conocernos, nos emparejamos. Y así estuvimos durante un año y medio… hasta que desapareció.

Volvió un mes después: enfermo, drogado, al borde de la muerte. Lo internaron en un hospital… y no duró mucho tiempo.

He pasado por muchas muertes, pero creo que esa fue la más dolorosa.

Habría dado mi propia vida por la suya, para que siguiera respirando… pero conociéndolo, seguro habría terminado suicidándose.

Lo sé… demasiado dolor para tan poca edad, ¿no? Yo también lo pienso.

Mi dolor comenzó desde antes de los diez años. La gente suele decir que es por la famosa etapa de cambios, donde te adaptas, te integras, encajas en un grupo... bla, bla, bla.
Pero para mí no fue así.

Yo sabía dónde pertenecía.
El problema era que los que me rodeaban, no.

Por eso era el blanco fácil. Me veían como la diferente.
Y no es que hubiera cambiado por alguien o por algo. No.
Eran —y siguen siendo— simplemente mis gustos. Eso es todo.

La gente cree que lo que piensan o hacen los demás define el valor de alguien.
Y si todas las moscas comen mierda, tú también tienes que hacerlo.
¿No lo haces? Entonces eres un marginado.
Un raro.
Alguien diferente.

—Así es la humanidad ahora —pensaba, tratando de animarme solo un poco—. Tienes que ser fuerte y aguantar. Buscar a las personas correctas. Acostumbrarte a ser “diferente”. Porque si no, simplemente te quedas ahí… esperando el día de tu muerte.

Miras tu vida pasar frente a tus ojos.
Escuchas el reloj, contando los segundos que te quedan.

Dicen que los suicidas son ángeles caídos. Que añoran su hogar… y solo intentan volver.
Algunos lo logran. Otros lo superan.

Y después estamos personas como yo.
Que simplemente permanecemos a la espera.
Esperamos el momento adecuado… para irnos a nuestro cielo. Ese mismo al que muchas veces intentamos ir.

Los psicólogos pueden decir mil cosas sobre los suicidas.
Pero no lo entienden.

Nadie entiende la mente de un suicida, hasta que lo es.
O lo fue.

Narra Helen:

Corrí tan rápido como mis pulmones y piernas me lo permitieron. Me atreví a mirar atrás un par de veces, pero nadie me seguía.

Llegué a la calle de la casa de Ellie y vi a alguien parado en la puerta.

Oh no… es ella. ¿Qué hace ahí? —pensé mientras observaba cómo La Cosa se movía hacia la entrada. Se inclinó… y tocó el timbre.

Vi a la madre de Ellie abrir la puerta. Apenas logró contener un grito. Después de responder a algo que le dijo La Cosa, le ofreció entrar.

—Diablos... diablos, diablos... ¡¡¡DIABLOS!!! —grité, frustrado.

Corrí hacia la casa y entré de un portazo.

—¡Oh! Creo que ha llegado —escuché decir a la mujer, sonriendo.

—Helen —dijo, acercándose—, llegas justo a tiempo. Tienes una invitada.

Avancé pesadamente hacia el comedor. Y ahí estaba ella. La Cosa. Esperándome, mirando fijamente el florero que estaba sobre la mesa.

—Ella dice algo muy interesante, ¿puedes decirme qué era, cariño? —añadió la madre con una sonrisa maliciosa, dirigiéndose a La Cosa.

—Sí —respondió ella con voz hueca—. Vengo a buscar a mi novio y prometido… Helen Otis.

Entonces escuché pasos detrás de mí. Me giré… y sentí que se me caía el alma a los pies.

Parada en el umbral de la puerta del comedor estaba Ellie.
Tenía el rostro sorprendido… y ruborizado.

—E-Ellie… —tartamudeé torpemente— y-yo...

—No tienes que explicar nada. Lo oí claro y fuerte —dijo con los ojos cristalinos—. Lamento haber interrumpido.

Y sin más, salió corriendo escaleras arriba.

Me quedé paralizado.

Escuché un portazo y luego sentí una mano en el brazo, acariciándome.

—Mi amor… ya deberíamos irnos —dijo aquella cosa.

La furia me invadió.

La empujé con fuerza, derribándola sin piedad.

—No te me vuelvas a acercar en tu pútrida vida —gruñí, conteniéndome para no sacar el cuchillo y atravesarla ahí mismo.

Subí las escaleras corriendo, pero entonces escuché un golpe, fuerte, proveniente del exterior. Aceleré aún más, el corazón en la garganta. Abrí la puerta de la habitación… pero no había nadie.

Algo estaba mal.
Muy mal.

La ventana estaba abierta.

Un miedo helado me recorrió todo el cuerpo. Me acerqué al borde, temblando, preparándome para lo peor.

Y ahí estaba.
El cuerpo inerte y silencioso… de lo que antes había sido la persona que amaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.