“Para el alma que ella dejó de guardia permanente; como una lucecita encendida, bajo las rotas columnas; entre la nada y el sueño. Para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar mágicamente las hadas”.
UNO
Lú-Anne
Con una sonrisa lozana te conocí; una mañana de verano, y es que recorría presuroso, como el hábito sordo de un viejo marinero, las calles sin asfaltar. Llevaba conmigo una azabache y densa maleta, aquella que cargaba con gran júbilo. El día estaba eternamente sereno, el sol siempre infatigable; relucía petulantemente fluctuando gestos de desdén, las nubes siempre tenues en el verano; permanecían distantes.
Cómplice del viento, navegaba absorto por esos mustios jardines, aquellos que me dejaban embriagado por esos rencorosos aromas; sobre la rama de los árboles surgían las primeras hojas verdes bañadas de rocío. Las aves siempre con su cantar tan alegre combinaban el dulce y majestuoso contraste, produciéndole un tilteo a cualquier alma que la contemplaría. El golpe de la lluvia había deshojado lentamente las frágiles y majestuosas rosas; formando los pétalos una alfombra de perla carmesí. Estaban en el jardín diversas rosas, unas blancas, otras rojas; las rojas bañadas de vino blanco y las blancas salpicadas de vino rojo.
Y es que así apareciste tú, transfigurando el alba como una mariposa, pasando como el viento en las velas del navío cazadora de polens y viajeros; mi corazón con plena lozanía silencio su latido y se embarcó desde entonces en un sueño sonoro, del cual no puede despertar. Pasaste sin mirarme emanando una sonrisa como un dulce contraste; eran tus ojos educados como un sediento mástil, eran tus labios juiciosos como las olas del mar, y es que ella eras tú Lú-Anne, aquella que andaba con pasos lentos, y el caminar dudoso. Ese día descubrí un secreto, y fue el cariño de quererte hondo y discreto quedándome absorto de un eterno ensueño.
Yo venía entonces, de un largo y desdeñoso viaje, para encontrarme lóbregamente con mis abuelos. Ellos estaban acentuados en una vetusta morada; ubicada diligentemente a las afueras de la ciudad. Al llegar me recibieron trémulos con una mirada candorosa y afable, estrechándome dulcemente unos abrazos cálidos; esos de los que ya no hay. El emplazamiento poseía dos habitaciones, reminiscentemente marcadas; una pequeña sala de estar en el interior, acuñada al compás por errantes y apolillados sofás, quiméricas máquinas de tejer adosadas por el color del tenue metal; un veterano escritorio donde relucían los seductores libros esperando despertar ,pero sobre todo ; una culinaria cocina pintada de un rojo perla fugaz, ahí me quede yo, recordando tu lozana sonrisa en cada ocasión.
***
“El tenue aleteo de una mariposa puede ocasionar un vendaval en otra parte del mundo”
Esa noche; soñé como una colilla de cigarrillo, arrojada al azar; ocasionaba un incendio voraz, aquel que con una demente sonrisa devastaba ígneamente lo que se cruzara por su camino . Parecía divertirse como un niño travieso, su llama ardiente emanaba gestos de soberbio desdén ; el ambiente presentaba una ilusión prohibida, la muerte y desolación se esparcían sin preguntar ; esos fuegos fatuos de alevoso veneno , sobrios y gesticulados, crecían ardua y ruinmente llegándose a convertir en el nuevo poniente; carcomiendo de entre las cenizas las esperanzas ciegas. Sin embargo; transfigurando el enrevesado contraste, apareciste tú, como un alevoso molino, moviendo con tus aspas, cual esplendida remadora, suprimiendo las tristezas y el melancólico delirio.
Desperté sobresaltado, esos fuegos fatuos aún seguían consumiendo mi alma, dejándome siempre alicaído y absorto. Recuerdo con desdén, que lo perdimos toda esa vez; salvo esta azabache maleta, donde guardo el recuerdo de mis padres, donde están ellos sonriendo lozanamente como tú. A veces al cerrar los ojos y apagar las estrellas puedo pensar que ya eh muerto, pero esta noche es diferente porque me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo, porque cuando ahora cierro los ojos solo te veo a ti.
No importa la hoja seca de una rama florida, sí el dolor de esa hoja no llega a la raíz.
***
Era Lú, sencillamente Lú por la mañana; era Anne en la escuela, pero en mis brazos era siempre Lú-Anne. Lú-Anne al pronunciar tu nombre la punta de la lengua emprende un viaje enceguecedor de tres pasos, desde el borde del paladar hasta apoyarse en el tercero Lú- A-nne.