Empezaste a saludarme siempre. Y a veces me pasabas las pinzas en el almuerzo , o nos ayudábamos en los ejercicios de matemática, o nos dábamos una mirada cuándo nos topábamos y estábamos con nuestro amigos. Pero ese día fue distinto. Estabas molesto. Muy molesto.
–No es normal, Lu.
Habías dicho. Era la tercera vez que me pasaba. Era la tercera vez que estabas ahí.
– Lo sé, Lú.
No sé porque te llamé así. Ni porqué apoyé mi cabeza en tu hombro en ese instante.
– Quiero que vayas a mi casa.
No pude decirte que no.