~luces a media noche~

◇Callejón sin salida◇

Siento mucho miedo. Pero tengo una idea que puede funcionar. Aunque arruine todo el plan, es la única forma de salir de acá con vida. Le murmuro a Liam que no haga nada y que les siga el juego. Liam asiente, y caminamos hacia donde ellos nos llevan.

—Así que ustedes son los hijos Morgnistar... —dice el hombre—. Siempre le dije a tu padre que Jackie era un buen partido. Veo que me hizo caso.

¿Mi madre? ¿Qué tiene que ver mi madre en esto? ¿Acaso ellos se conocen?

—¿Conocés a mi madre...? —pregunta Liam.

—Quien no conociera a tu madre es porque no tuvo adolescencia —dice el hombre con una sonrisa—. Tu madre era una de las chicas más hermosas de la ciudad. Fue mi novia... y la madre de mi hijo —agrega, todavía sonriendo.

Al escuchar sus palabras, me sorprendo. Me quedo callada y quieta. Mi mente entra en shock... ¿Mi madre le fue infiel a mi papá? ¿Tengo otro hermano? ¿Por qué nunca me lo dijo?

El hombre se gira y me mira. Lentamente se acerca a mí.

—¿No sabías que tenías un hermano aparte de él? ¿Tu madre nunca te dijo nada?

Lo miro. Siento la mano de Liam tensarse en la mía, pero le doy un pequeño apretón, indicándole que se calme.

—No... nunca habló de vos. Pero... ¿podrías decirme quién es mi... hermano? —digo, mirándolo. Nunca me sentí tan desesperada en mi vida. ¿Desde cuándo me preocupa lo que hagan mis padres?

—Podría... —responde él—. Pero eso le saca lo divertido a esto, y quiero aprovechar que los tengo raptados para sacarle provecho.

Mira a sus hombres y da la orden:

—A la sala de tortura. Llévenlos. En habitaciones distintas.

Sus hombres asienten y nos separan. Tengo mucho miedo. Quiero que esto termine ya.

Entro a la habitación y me sientan en una silla metálica. Me esposan las muñecas a unos fierros y me atan los tobillos a las patas delanteras de la silla.

—Alissa Morgnistar... Con vos me voy a divertir muchísimo —dice el hombre sonriendo.

—¿Eso creés? Tarde o temprano mis padres se van a dar cuenta de nuestra ausencia y nos van a buscar —le digo, mirándolo con odio. Tengo miedo, pero si lo reflejo les estaré dando la victoria. Lo menos que puedo hacer ahora es no mostrarme débil.

—Ja, ja, ja... Sos tan, pero tan ingenua, nena —dice el hombre con sarcasmo. Me acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja y me toma del mentón, mirándome a los ojos—. Tus padres están tan metidos en sus vicios que jamás se van a dar cuenta. Y cuando noten su ausencia, ustedes ya van a estar a cuarenta metros bajo tierra.

Mi respiración se entrecorta. Intento calmarme, pero quiero llorar. Siento mis mejillas humedecerse. El hombre me seca las lágrimas con una mirada que intenta parecer compasiva.

—Oh, pequeña... no llores. No todavía.

El hombre sale de la habitación, dejándome sola. Apenas dejo de escuchar sus pasos, empiezo a intentar desesperadamente desatarme los tobillos, a ver si las cuerdas se aflojan. No tiene sentido... No se puede. Las ajustaron bien y, si sigo forcejeando, me voy a lastimar.

◇◇◇

Los minutos pasan, y lo que parecen horas se vuelven eternos. Empiezo a perder la esperanza. Tal vez no sea tan malo morir. Todos, en algún momento, vamos a morir, pero no sabemos cuándo, ni cómo, ni por quién. El destino es cruel. Las páginas de lo que creemos un cuento de hadas no siempre son como las soñamos o idealizamos. No todo es color de rosa. No siempre vendrá un príncipe a salvarnos. A veces, hay momentos en los que nadie puede salvarnos de las garras de la bruja, más que nosotras mismas.

Yo voy a agarrar mi lápiz y voy a escribir mi historia.

Decidida, empiezo a mirar a mi alrededor, analizando cada cosa en la habitación. Noto una rejilla en el techo. Esa podría ser una opción para escapar. Pero... ¿cómo me libero?

Se me ocurre una idea. Trato de estirar mis manos lo más que puedo para ver a qué distancia está el fierro. Lo toco. No está tan lejos. Con mis pies, intento arrastrar la silla hacia atrás. Es casi imposible, porque estoy atada de los tobillos a las patas delanteras, pero igual logro hacer contacto entre metal y metal. Empiezo a frotar las esposas contra el fierro, intentando forzar la cerradura.

Luego de muchos intentos, todos fallidos, me frustro. Intento pensar en otra cosa, pero me distraigo cuando escucho la puerta abrirse. Levanto la vista y veo a un joven. Es lindo. Y en su cadera, del lado derecho, tiene las llaves de las esposas.

Se me acaba de ocurrir una idea... que no puede fallar.




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