Alissa
El joven entra a la habitación, me mira y yo lo miro a él. Con una pequeña sonrisa le digo:
—Hola... ¿Quién sos? —Intento que mi voz suene lo más confiable posible, pero es casi imposible por el miedo.
El chico se apoya en la puerta cerrada y me queda mirando. En silencio.
A medida que pasa el tiempo, el silencio se vuelve más y más incómodo. No sé qué decirle, pero si quiero que mi plan funcione, tengo que hablarle. Tomo aire y finalmente digo:
—¿Me vas a responder o vas a seguir como un muerto vivo? —digo con un tono algo burlón pero seria.
El chico se ríe ligeramente ante mi comentario.
—No tengo por qué responderte. No es obligatorio, y está a mi criterio —dice con una voz seria y gruesa.
Suspiro. Esto no va a ser fácil.
Vuelve a pasar: ese silencio aparece de nuevo. Solo se escuchan nuestras respiraciones. Tengo que caerle bien. Y, lamentablemente, no soy la persona indicada para caerle bien a alguien. Mayormente le caigo mal a la gente y ni me conocen. Pero bueno. Hipotenusa. En fin, voy a intentarlo. Por mi hermano.
—Oye... ¿Puedo hacerte una pregunta? —digo con voz suave y tranquila.
—Ya la hiciste —dice el chico mirándome fríamente.
Me callo. Es muy irritante que tenga las mismas respuestas que mi hermano cuando quiero preguntarle algo. Suspiro y miro a otro lado. No sé ni qué mirar; no hay nada interesante para ver aquí. Extraño mi cama, las novelas, las llamadas con Maga durante la noche...
Un segundo... ¡¡Maga!! Dios, estaba tan sumida en salir de aquí que me olvidé por completo de Maga. ¿Estará bien? ¿Llegó a su casa bien?... Dios, estoy preocupada, y más encima, secuestrada. Tengo que salir de aquí como sea. Pero me tengo que ganar la confianza de él. Por lo visto, él tiene las llaves para liberarme. Tengo que usar la cabeza a mente fría. Tengo que pensar y usar lo que sé a mi favor.
—Oye, sé que no te caigo bien. ¿Pero por lo menos me podés decir tu nombre? —digo rompiendo el silencio. Lo miro a los ojos... me hipnotizan.
—Soy Elías —dice el chico en un suspiro.
—Elías —repito—. Lindo nombre... para un chico aburrido —digo con una sonrisa.
—No soy aburrido. Solo sigo órdenes. Además, no tengo que darte explicaciones. Ahora cerrá la boca de una vez —dice y desvía la mirada.
Es muy odioso este chico. Yo no sé qué hice para tener que lidiar con esto. Quería pasar una buena noche con mi amiga y terminé teniendo la peor noche de mi vida... y capaz sea la última de mi existencia. No tengo la noción del tiempo. No sé si son minutos u horas, pero son eternos e incómodos. Estoy cansada, tengo sueño, pero no puedo dormir ahora.
Empiezo a cantar en mi mente mi canción favorita: Bring Me to Life, de Evanescence. Es una canción muy linda y transmite muchísimas emociones. Emociones que, claramente, al ser una canción de desesperación, dolor, ira y soledad, hay quienes la sienten verdaderamente, y hay quienes la escuchan porque les gusta la parte metálica o porque no saben el significado de la letra y la historia detrás.
—¿En qué tanto pensás? —dice Elías, mirándome raramente.
Al escuchar su voz, mis pensamientos se detienen. Levanto la mirada y nos miramos a los ojos. Puedo ver cómo sus ojos se suavizan al ver los míos. Siento una sensación cálida dentro de mí. Finalmente, le respondo en voz baja:
—En nada... —digo y miro a otro lado.
Él suelta una pequeña risa, pero sin felicidad. Elías se acerca a mí.
—¿Qué te preocupa...? —pregunta.
Me sorprendo ligeramente al escuchar su pregunta. No esperaba que él me hablara y me preguntara qué me preocupa. Sin mirarlo a los ojos, no respondo.
Él me toma del mentón y me obliga a mirarlo. Mis ojos se llenan de lágrimas y mis mejillas se humedecen. Me mira como si me comprendiera, y me abraza. Me abraza como si supiera lo horrible que se siente no estar con su familia. Me abraza como si lo único que le importara fuera yo. Me abraza tan fuerte que me hace sentir algo de paz en esta situación de mierda. Aunque apenas me conozca.
Me apoyo en él, dejando salir un sollozo lleno de desesperación, ira y muchísimo miedo. Él solo me abraza y deja que me desahogue. Siento una conexión con él. Algo que no puedo explicar con palabras, algo que se siente pero no se habla. Algo que nunca sentí dentro de mí, y tengo miedo de lo que sea.
—¿Estás... mejor? —pregunta Elías susurrándome.
—A-algo... gracias... —digo en voz baja, con una voz apenas audible.
Elías se separa de mí y se pone de pie, alejándose unos pasos. Busca mi mirada.
—Decime dónde está tu padre... y te prometo que te dejamos libre. A vos y a tu hermano —dice Elías. Me mira como si esperara que yo le dijera lo que quiere saber.
—Buf... Era muy bueno de tu parte para ser verdad. No te voy a decir dónde está mi padre, aunque me maten. Andá a ver quién mierda es tu jefe y decile que, si quieren que hable, que dejen libre a mi hermano.