Luces de Medianoche

✨Capítulo 1: El Club del Pecado✨

Nueva York, 1926.

La ciudad nunca dormía, pero cuando caía la noche, despertaba en otra forma. Con sus luces temblorosas reflejadas en el pavimento mojado por la lluvia, con el murmullo de los autos Ford rugiendo en las avenidas, con el aroma de perfume barato y bourbon clandestino flotando en el aire. Era la época del exceso, de las flappers, del charlestón y de las decisiones arriesgadas. En el corazón del East Side, detrás de una tienda de licores que vendía más secretos que botellas, se encontraba The Velvet Swan, el club clandestino más deseado por quienes buscaban perderse por unas horas.

Allí, cada noche, aparecía ella.

Evelyn Dubois, hija de inmigrantes franceses, cantante de jazz, mujer sin dueño. Tenía unos ojos color almendra que relucían bajo las luces doradas del escenario, y un cabello negro que caía en ondas suaves hasta sus hombros. Su vestido de flecos plateados brillaba como si llevara estrellas prendidas al cuerpo, y sus labios rojos eran promesa, advertencia y desafío al mismo tiempo.

A las once en punto, las conversaciones cesaban. El humo se detenía en el aire. Y la ciudad respiraba a través de su voz.

—“Para los que aún creen en el amor, aunque el mundo les diga que están locos por hacerlo…” —susurró al micrófono con una sonrisa melancólica.

Y entonces, la música empezó.

El pianista —su amigo Benny— tocó los primeros acordes suaves de "Someone to Watch Over Me", mientras ella dejaba que cada palabra flotara, sedosa, como terciopelo en el aire. Cada nota era un suspiro contenido, un anhelo disfrazado. Pero no cantaba para todos.

Cantaba para él.

Nathaniel Whitmore, sentado en la mesa más apartada, al fondo del salón, con una copa de whisky en la mano, observaba con una intensidad contenida. Su traje negro a rayas estaba impecablemente planchado. El sombrero descansaba a su lado, revelando su cabello oscuro peinado con brillante. Tenía 30 años, una mirada calculadora, y un apellido que pesaba más que una fortuna: Whitmore. Los banqueros lo admiraban, los políticos lo necesitaban, y su padre esperaba que algún día fuera senador. Pero cada noche, abandonaba los salones de mármol y los bailes con champagne para hundirse en el mundo que Evelyn representaba.

Y cada vez que ella lo miraba mientras cantaba, el mundo entero se apagaba.

Pero no estaban solos.

Aquella noche, alguien los observaba. Un hombre alto, con traje gris, sombrero ladeado y expresión tan sobria que destacaba entre el público eufórico. No aplaudía. No bebía. Solo la vigilaba.

Evelyn lo notó entre verso y verso. Su corazón dio un vuelco. Sabía quién era. No recordaba su nombre, pero reconocía la mirada: era un sabueso del Departamento de Moral y Conducta Pública.
Venía por ella.

Horas antes, Evelyn había estado sentada con Nathaniel en el camerino, con una copa de champán robado y los pies descalzos sobre su regazo.

—¿Alguna vez pensaste en largarte? —le preguntó ella, encendiendo un cigarrillo.

—Constantemente. Pero no es tan fácil, Evie. Mi apellido tiene jaulas invisibles.

—El mío no tiene ni puertas. Ni apellido de verdad. Solo me llamo Dubois porque a mi madre le gustaba cómo sonaba.

Nathaniel se inclinó y le apartó el cigarro de los labios con ternura.

—Ven conmigo. Esta ciudad nos está devorando. Te juro que tengo un plan.

Ella lo miró con una mezcla de ternura y miedo. Lo deseaba. Lo amaba, aunque nunca se lo había dicho. Pero sabía que él pertenecía a un mundo donde ella solo sería una mancha.

—¿Y dejarías todo por una cantante de jazz con medias rotas y un pasado dudoso?

—No eres una cantante. Eres mi libertad.

De vuelta en el escenario, la canción terminó. El salón estalló en aplausos, pero Evelyn no sonrió. Su mirada se cruzó con la del hombre del sombrero.

Bajó del escenario. Benny la vio y le susurró:
—No es cliente. Prepárate.

Antes de poder responder, sintió la mano fría del agente en su brazo.

—Señorita Dubois, viene conmigo.

—¿Qué hice?

—Conducta inmoral. Sospecha de relación inapropiada con un caballero comprometido. Influencia corruptora. Venga sin hacer escándalo.

Nathaniel se levantó de inmediato, empujando la silla con fuerza.

—¡No la toquen! ¡Soy Nathaniel Whitmore y exijo que se detengan ahora mismo!

Todos se volvieron hacia él. El club enmudeció. Su nombre, pronunciado en ese lugar, era dinamita.

—¿Qué estás haciendo? —susurró Evelyn, con los ojos húmedos.
—Voy a sacarte de esto. Lo juro.
—No, Nathaniel... Ya es tarde.

Lo último que él vio fue su silueta desaparecer por la puerta trasera del club, escoltada por los hombres de la ley. Y sobre la mesa que ella solía usar, quedó olvidado un pequeño broche dorado con la letra E.

Nathaniel lo tomó con manos temblorosas, sintiendo que el mundo perfecto que había construido para ocultarse... acababa de derrumbarse.




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