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Prólogo
Dicen que el tiempo lo cura todo.
Pero nadie habla de lo que hace el tiempo con aquello que no puede curar.
Las heridas se cubren, sí. Se visten de rutina, de distancia, de silencio. Se entierran bajo la risa forzada, los contratos firmados, los nombres de otros que no supieron —ni debieron— ocupar el lugar de quien partió. Pero hay heridas que no supuran… solo cantan. Suavemente. Como una melodía que regresa en la madrugada, cuando ya no hay ruido que la apague.
Evelyn Dubois conocía esa melodía.
Había aprendido a cantar con el alma rota, a subir al escenario como si la luz no la doliera, como si el pasado no tuviera garras. Su voz fue su refugio y su condena. Y en cada nota, escondía el nombre de quien más amó… y más temió recordar: Nathaniel Whitmore.
Él, por su parte, aprendió a fingir que el deber era suficiente. Que la lealtad a un apellido valía más que el temblor de una mano en la suya, más que la voz de una mujer que lo había salvado del cinismo. Pero el amor, cuando es verdadero, no desaparece. Se transforma. Se esconde. A veces, se disfraza de ambición. Otras, de obediencia. Pero espera. Siempre espera.
Y cuando París los reunió otra vez, en una ciudad que parecía escrita en versos viejos y luces suaves, supieron que no bastaría con recordar. Que amar en los años 20 seguía siendo un acto de valentía. Y que para ellos, amar de nuevo… sería también una revolución.
Porque hay historias que no se escriben con tinta.
Se escriben con el alma.
Y esta es una de ellas.
Luces de Medianoche
Género: Romance histórico | Drama | Época
Ambientación: Nueva York y París, entre 1926 y 1933
Tono: Romántico, nostálgico, con glamour de los años 20 y emociones intensas
Protagonistas:
Evelyn Dubois, cantante de jazz, flapper, valiente y apasionada
Nathaniel Whitmore, heredero de una poderosa familia financiera, dividido entre el deber y el amor