Luces de Medianoche

✨Capítulo 10: La Elección que Parte el Corazón✨

París. Finales de otoño.

Los días eran más cortos y los silencios más largos. En la ciudad del amor, la guerra por la verdad se libraba entre cartas selladas, susurros en cafés, telegramas cifrados… y besos que temblaban.

Nathaniel Whitmore ya no era el joven heredero que temía a las sombras de su apellido. Ahora era un hombre que había aprendido a usar esas sombras para proteger lo que amaba.

Y estaba listo para contraatacar.

—Voy a exponer a Margaret —dijo mientras hojeaba documentos confidenciales—. Tiene vínculos con firmas de manipulación mediática, cuentas offshore y relaciones con jueces del tribunal federal. Todo está aquí.

—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Evelyn, incrédula.

—No todo se aprende en Harvard —respondió con una sonrisa amarga—. Algunas cosas se heredan… aunque uno las odie.

—¿Estás dispuesto a destruirla?

—No es venganza, Evie. Es autodefensa. Por ti. Por nosotros.

Pero mientras él tejía su plan con precisión quirúrgica, Margaret Stanford ya había soltado su última carta sobre la mesa.

En la embajada estadounidense en París, Evelyn fue citada con urgencia.

—¿Es oficial? —preguntó.

—Extraoficialmente… sí —dijo el asistente consular con mirada incómoda—. Han reabierto el caso Murphy. Aunque no existió en su momento, ahora se ha construido un proceso nuevo... con su nombre encima.

—¿Un juicio… retroactivo?

—La acusan de obstrucción y falsificación. En ausencia. Y la están presionando para que usted vuelva a EE.UU. para “limpiar su nombre”.

Evelyn lo comprendió de inmediato: era una trampa.

—¿Y si me niego?

—Podrían solicitar su extradición.

Ella se levantó. El aire se volvió espeso.

—¿Y si acepto?

El funcionario suspiró.

—Tendrá la oportunidad de testificar, limpiar su nombre públicamente. Y convertirse, posiblemente… en un símbolo de injusticia redimida. Pero si lo hace, deberá mantenerse alejada de toda influencia política durante el proceso.

Evelyn parpadeó. Lo entendió.

—Debo alejarme de Nathaniel.

—Y renunciar a cualquier vínculo con su campaña, sus empresas… incluso su apellido.

Era un ultimátum. Uno que no vino de un juez… sino de Margaret. Una jugada fría, elegante y devastadora:
Si quieres tu libertad, suéltalo.

Esa noche, Evelyn lo esperó en el umbral del apartamento. Él llegó empapado por la lluvia, con el rostro iluminado por la esperanza. Traía un sobre con las pruebas que destruirían a Margaret.

—Evie… lo tengo todo. Es el final.

Ella lo miró… y no sonrió.

—¿Y si ese final no nos incluye a los dos?

—¿Qué quieres decir?

—Tengo que irme. Volver a Estados Unidos.
—¿Qué?
—No para huir. Para enfrentar esto. Para acabarlo en mi idioma.
—¿Y si es una trampa?

—Lo es.

Nathaniel dio un paso hacia ella.

—Entonces no irás.

—Debo hacerlo, Nate. Porque si no lo hago… siempre seré “la mujer que él protegió”, no la que se defendió sola.

—¿Y qué pasa con nosotros?

—Nosotros… merecemos algo limpio. Algo sin cadenas.
(Silencio)
—Pero para eso, primero debo romper las mías.

Nathaniel bajó la mirada. Por primera vez, no supo qué decir.

Horas más tarde, Margaret observaba desde su habitación la confirmación en el telegrama:

“DUBOIS ACEPTA. JUICIO EN MANHATTAN – PRIMERA SEMANA DE DICIEMBRE.”

Sonrió.

—Y así… se rompe una sinfonía.

Pero lo que no sabía Margaret… es que Nathaniel ya tenía todo preparado.

Y que si Evelyn iba a enfrentarse sola… él también tenía un último movimiento. Uno que no se vería venir. Porque hay amores que duelen… pero no se rinden.

Y cuando se ama en los años veinte…
se ama con todo o no se ama en absoluto.




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