«𝘓𝘢 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪ó𝘯 𝘮á𝘴 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘺 𝘢𝘯𝘵𝘪𝘨𝘶𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘩𝘶𝘮𝘢𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘺 𝘦𝘭 𝘮á𝘴 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘺 𝘢𝘯𝘵𝘪𝘨𝘶𝘰 𝘵𝘪𝘱𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘢 𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘪𝘥𝘰.»
ʜ.ᴘ ʟᴏᴠᴇᴄʀᴀғᴛ
Durante un gran tiempo me pregunté si había tomado las decisiones correctas en mi vida. Mi madre murió cuando me encontraba en la universidad; no solía visitarla porque no tenía el tiempo para hacerlo. Sólo era ella y mi padre en una casa sin armonía. Sólo habían recuerdos, que se desvanecían con el pasar de los años. Mi padre no pudo soportar la perdida de mi madre y murió poco tiempo después. Asistí al funeral viendo caras que mostraban una tristeza hipócrita. Gente que ni siquiera conocía se desvanecía en llanto frente al ataúd de mis padres. Y sin saberlo me encontraba rodeado de personas que preguntaban cómo me sentía.
Luego perdí a mi mujer. La mujer que había conocido durante mi etapa escolar y de la que estuve enamorado la mayor parte de nuestra vida como pareja. Perdí la oportunidad de formar una familia con ella y a raíz de ello había perdido un hogar. Sólo me quedaba el trabajo, y sentía que lo estaba perdiendo también. Cada vez eran menos las cosas que me llenaban. Y sentí que eso había cambiado con Adam y su historia particular.
–Adam se suicidó a las horas de la madrugada - La reverberación de esa llamada me quitaba el aire. Me enojaba. Pensar que podría estar cerca a lo que cambiaría mi vida y ahora verlo tan lejos me frustraba.
Tomé el gabán del perchero, salí de la consulta e intenté tomar el primer taxi que se asomara por la avenida. Tendí la mano a uno que pasaba y que frenó. Abrí la puerta y de él salió una mujer que llevaba un sombrero con una pluma en él. Hizo ademán de pedir mi mano para ayudarla a levantar pero se arrepintió, así que yo la sujeté y terminé de abrir la puerta.
–Muchas gracias -Me dijo con la frialdad con la que yo atendía a mis pacientes.
–Descuide, madam. Espero se encuentre bien -En realidad me daba igual.
–Me va muy bien. ¿Subirá? Si es así no quiero interrumpirle más. Se nota un poco su afán.
–¿Eso cree? -Era fácil de notar. En mi frente sentía los pliegues de sudor. También sentía cómo me bajaban por la nuca. -Pues acertó, sí tengo un poco de afán.
–¿Va a subir o no? -interrumpió el taxista-. Tengo trabajo que hacer y el tiempo precisamente no es mi aliado.
–sí. Subiré. ¿Puede llevarme a Boulevard Rose?
–Está bien. Entonces súbase.
–Vale. Me despido madam. Tenga una muy buena tarde.
–Lo mismo. Feliz tarde.
Me subí y partimos hacia Boulevard Rose. El taxista era muy callado en su mayoría, exceptuando las veces que nos atascabamos en los trancones. Espetaba insultos a los otros conductores como si no le importara nada. Sólo que lo hacía con las ventanas cerradas. Lo hacía para sí mismo. Algo muy peculiar. Ver a un hombre haciendo gestos de inconformidad por el retrovisor sin duda debe ser algo totalmente gracioso e inusual. Cuando salimos del atasco le pedí que me dejara dos casas abajo de la dirección acordada.
–¿Lo espero? -me dijo intrigado mientras veía las patrullas rodeando el lugar.
–No será necesario -Le di el dinero y observé cómo se alejaba del lugar mientras yo esperaba a dos casas de Boulevard inquietado y atemorizado.
Había una carta. Podría ser una pista. Una revelación de último momento. Todo eso me revolvía el estómago y me impedía avanzar. Los pies me pesaban. Las axilas se empapaban al igual que mi frente. No me sentía de esa manera desde la vez en la que me enteré que mi padre había muerto por un derrame cerebral.
Avancé con la fuerza de voluntad con la que un niño quiere aprender a andar en bicicleta. Ansioso pero temeroso a la vez. Si no había nada entonces sería imposible para mí seguir la línea que Adam me había dejado, pero que se había torcido con su muerte.
Una detective me saludó. Su aspecto era inquietante. Una mujer que no salía de la oficina. Lo sabía por las ojeras y el cabello largo pero despeinado. Notaba como quería acabar con este caso de una manera rápida. Frente a un suicidio no hay mucho que una detective pueda hacer.
–¿Es usted Thomas? -Espetó-. Al parecer su paciente estaba peor de lo que usted pensaba. Él ya había planeado acabar con su vida.
–Sí. Soy Thomas. Bueno no puedo afirmar su opinión sin antes ver a Adam. -dije intentando que no se notara la mentira que estaba soltando. Al fin y al cabo no sabía nada de este muchacho. Lo único que nos conectaba era la oleada de asesinatos y su supuesta declaración de saber quién era el autor intelectual del susodicho.
Me llevó hasta la sala. En ella los retratos estaban rotos. La tapicería de las paredes estaba rasgada. A la esquina había un calendario en el cual los meses llegaban hasta enero. Los que le seguían a este estaban arrancados. Los días estaban tachados con un marcador rojo y la fecha que correspondía a hoy tenía un gran círculo rojo. Encima de él comedor habían cartas. En cada una de ellas estaba depositado cierta cantidad de dinero. Cada carta correspondía a una fundación. Unas eran para personas longevas y abandonadas. Otras correspondían a orfanatos.
–No lo entiendo... -Me dije a mi mismo-. ¿Qué carajos hiciste Adam?
Fui hacia la caja de basura que estaba al lado de la cocina. En ella habían tarros vacíos. En su mayoría eran barbitúricos. También había una nota arrugada. Soporté el hedor y estiré la mano hacia la carta. La desdoble y empecé a leerla. El mensaje no era muy largo. Estaba escrito en un rojo sofocante y tildaba:
«𝘛𝘳𝘢𝘴𝘵𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦𝘯í𝘢𝘴 𝘴𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘤𝘦𝘥𝘪ó 𝘢𝘤á 𝘺 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘫𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘺𝘢 𝘵𝘦 𝘩𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘰𝘴𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘷𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘮á𝘴 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦𝘴 𝘱𝘰𝘦𝘵𝘢𝘴 𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘯 𝘫𝘶𝘨𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦.»
𝘞. 𝘓
Leí el poema una y otra vez dejando que nada se me escapara. Divisé las iniciales y una sensación gélida recorrió toda mi espina dorsal. No dudaba de que esas iniciales representaban el nombre de William Lovery. Una parte de mí quería creer lo contrario. Qué sólo era una simple coincidencia. Cómo encontrar dinero en el asfalto. La otra parte sentía el tintineante sonido del nombre pasando una y otra vez. Me decía a mí mismo que esa era la prueba suficiente para hacer lo que Adam había planeado con tanto ahínco. Él sabía que no iba a estar escondido y libre toda la vida. Con anticipación a qué se le encontrara había planeado su muerte. Sólo que al parecer era antes de lo esperado. La carta no disponía de una fecha, pero por el hedor que había en ella, la suciedad y lo vieja que se veía, puede que correspondiera a semanas atrás. El mensaje era una especie de poema. Poema que había causado un estrés y ansiedad gigantes en Adam. Se notaba cómo había tratado de mitigar esos pensamientos, pero el tiempo era de lo que menos disponía. Por ello me visitó. Él no podía volver a tal lugar. Y para mí, hubiera sido de gran ayuda su presencia. Yo no conocía a William y los rasgos que Adam me había dado no eran suficientes.