"El misterio del amor es más profundo
que el misterio de la muerte"
-Oscar Wilde.
Las estrellas brindaban paz, tranquilidad y calma a la desesperación en la que se encontraba. No faltaba mucho para que su vida se acabara, era cuestión de tiempo, esa noche había salido del castillo para darse el lujo de ver por última vez aquel estrellado firmamento que desde niño lo había conquistado. Deseaba y soñaba con algún día pertenecer a algo tan gratificante y pacífico como lo era el cielo.
Empero, no podía darse el lujo de ello...
Montó su caballo y sonrió; lo hizo como hace mucho tiempo no lo había hecho. Ojalá el próximo a quien le sería encargada la tarea de cuidar el tesoro familiar, entendiera lo que él había dejado estipulado en el pergamino, durante muchos años había estado trabajando en un lenguaje que solo el futuro portador sabría descifrar y entender sin esfuerzo alguno.
Cabalgó con rapidez hacia el horizonte, sintiendo el frío viento y la libertad que tiempo atrás no se le había permitido. Su misión ya estaba completada, se había encargado de las arduas investigaciones acerca de sus eternos enemigos e incluso, de su sabiduría compartió un poco al mundo, sin embargo, no podía evitar sentirse egoísta.
Por más que quisiera, no podía compartir todo con el mundo entero.
- ¡Vamos corre lo más rápido que puedas, amigo mío! –gritó con alegría el joven-. Será un largo viaje... -susurró.