"Así como el amor puede
expulsar al odio, la luz podrá desterrar
a la oscuridad"
Faltaban tres días.
Para ser concretos, faltaban tres días para que yo recibiera el Leuk. Pero, antes de adelantarnos a los hechos, me gustaría decir unas cuantas cosas. Tal vez de esta manera no se confundirán más adelante con esto que les voy a contar, porque créanme cuando les digo que todo se tornará extraño, confuso e incluso, aterrador al principio. Así que mejor ahorrémonos el mal trago.
Me llamo Svetlana Leblanc de la Fontaine, les daré un momento para digerirlo.
Verán, ahora parecerá que no es nada terrible y mucho menos extraño cuando lo digo desde el principio. No obstante, es mejor que conozcan mi nombre desde antes, para que más adelante no se sorprendan con la bomba que es tener un nombre que tiene más pinta de ser antiguo.
Estoy consiente de que probablemente este no sea un nombre común, sin embargo, este tiene una gigantesca relación con la historia que estoy a punto de contarles. Todo esto no tomó lugar desde aquellos tres días antes de recibir el Leuk, no amigos míos, esto comenzó desde el día de mi nacimiento y sí, podrá sonar trágico, pero la palabra le queda corta a todo el meollo del asunto.
Nací como cualquier otra persona normal, con peso normal, estatura normal y excluida de alguna que otra enfermedad de alto y bajo riesgo. Aunque, cabe destacar, mi parto fue dentro de un palacio con mi tía como partera y uno que otro instrumento de ayuda. Desde aquel día hasta los cinco años, me criaron como cualquier ser humano dentro de los estándares comunes. ¿Por qué digo "hasta los cinco años"? Porque fue ahí, en ese preciso instante donde soplaba las velas de mi pastel enfrente de toda mi familia, cuando la luz del sol se posó en mí y comencé a cambiar tanto físicamente como internamente, ¿a que es imposible, eh? Pues pronto les explicaré a que me refiero, solo les diré que en este mundo... todo es posible.
El rubio opaco de mi cabellera pasó a ser de un color rubio oro, las iris de mis ojos miel pasaron a ser de un verde potente y, por último, la marca de una medialuna en miniatura se posó en mi frente.
A partir de entonces, todos se volvieron locos. Familiares desconocidos llegaban y se marchaban tras verme, todo eso durante tres largos meses, ¿y qué puedo decir? Todo pasó de manera espontánea, era lógico que nadie supiese acerca del por qué de mi cambio. Hasta que llegó el abuelo Luchsteir, él sí supo qué hacer. Al llegar, trajo consigo cien libros muy bien conservados que, en cuanto los acomodaron en una exclusiva repisa de la biblioteca, ordenó lo siguiente: «La niña deberá permanecer en la mansión, no saldrá, se le otorgarán guardaespaldas y estará preparándose para recibir el Leuk con mi esposa y yo liderando su educación».
En resumidas cuentas, recibía una educación alta, entrenaba mi cuerpo, mente y espíritu para que, cuando recibiera el Leuk, no pasara por un mal rato.
Hasta el momento, creerán que lo mío no fue fácil pero que estuve llena de comodidades, así que soy relativamente "feliz". La verdad es que no es así, me privaron de salir al bosque que rodeaba toda la mansión, jamás salí más allá de los altos muros que me rodeaban desde que tengo memoria, me resignaba a las imágenes visuales que brindaban los libros y, para completar, sospechaba que me obligarían a casarme con alguien de absoluta confianza de la familia para mantener lo que ahora todos le decían "La conservación de los próximos αυγή".
Era algo triste, a decir verdad.
Volviendo al presente, ya habiendo aclarado ciertas cosas... estoy a setenta y dos horas de convertirme oficialmente en la αυγή, después de cinco largas generaciones, los Leblanc mantendrán a como de lugar el linaje de αυγή.
-Señorita Svetlana, ¿le gustaría algún tipo de merienda en específico? -me preguntó desde afuera Clarisse, mi nana.
Pensándolo bien... un trozo de pie de fresa no me vendría mal.
-Eh, sí Clarita... por favor tráeme un pedazo de pie de fresa, ¿sí? No quiero salir de mi habitación más, estoy algo cansada.
-Está bien, Señorita Floja, le traeré su pie -sonreí, nana nunca me falla.
Me recosté en la cama y clavé mi vista al techo, desde hace mucho que me gusta el tema de la pintura, por lo que, no es raro ver alguno que otro trabajo mío por la casa, sin embargo, mi mayor obra de arte está plasmada en mi techo, ese paisaje nocturno es el que me hace dormir sin precedentes.
Cerré los ojos un rato y tarareé la melodía que se me ha venido a la mente desde hace una semana.
-¿Qué pasará cuando ya no me ames? -pregunté con temor.
-No habrá fuerza alguna que me obligue a dejar de amarte, Elle -escuché y percibí un atisbo de ternura.
-Algún día me levantaré y no seré aquella joven de la que te enamoraste, mi rostro se verá arrugado, canas se asomarán y mi vivacidad se esfumará, mientras que tú, mi amado, seguirás siendo el mismo hombre de las épocas de mi juventud.