Me encuentro tomando mi café mañanero, mi madre aún no se ha despertado, no tengo ningún mensaje de Luke y le he pedido el día libre a James para ir a buscar un coche. Por extraño que parezca me lo ha dado. Entra mi madre por la puerta, va con los pelos desordenados y con la bata puesta. Se acaba de despertar y seguro que ni ha entrado al baño.
—Buenos días madre —digo levantando su taza de café que le he preparado.
—Buenos días hija —dice bostezando y quitándose las legañas.
—Venga que nos van a cerrar los concesionarios —digo tratando de sacar algo de humor.
Se mete al baño y sale ya vestida, me sorprende la velocidad con lo que lo ha hecho. Se toma el café tan rápida que termina antes que yo. Cuando me doy cuenta está ya en la puerta esperándome como si fuera un perro que está deseando salir a la calle.
—¿Quién es la lenta ahora? —dice riéndose de mí.
Llegamos a los primeros concesionarios, en ellos no encontramos nada y las personas que hay trabajando en ellos tienen menos ganas de trabajar que un camarero explotado de horas a la semana.
Llegamos a uno que aparentemente no puede haber nada de lo que buscamos.
—Vámonos hija, aquí no vamos a ver nada —me dice mi madre mientras yo no paro de observar coche por coche.
—Espera… —la paro en seco al encontrar uno que me llama algo la atención.
Me meto para dentro y veo un Chevrolet con unos cuantos años pero en perfecto estado por fuera. Viene el chico del concesionario que ha observado mi amor de primera vista por este vehículo.
—¿Te gusta? —me pregunta el hombre con los brazos en la espalda.
—¿Cuánto cuesta? —decido preguntar ya que no se ve el precio por ningún lado.
—Este cuesta tres mil dólares —me dice casi sin pestañear. Está dentro de mi presupuesto pero me gustaría encontrar otro un poco más barato. Es un buen coche, tiene cinco puertas y pocos kilómetros.
—¿Y otro coche que ronde este presupuesto? —añado.
—Pues tenemos este por doscientos dólares menos —señala un coche que no lo había podido ver pero estaba como oculto detrás de todos. Alcano el lugar donde se encuentro y me topo con él.
—Me encanta —digo sin mostrar tampoco mucha ilusión.
Mi madre está a mi lado viendo a la misma vez que yo y en ella veo también que se ha quedado igual que yo. Es un Mini, un Mini rosa de cinco puertas, algo más pequeño que el Chevrolet pero con más detalles y mucho más nuevo.
—¿Y bien que tal? —pregunta sin darme muchos datos.
—Pues este me gusta mucho más —señalo por supuesto el mini.
—¿Quieres ver alguno mas hija? —me pregunta mi madre.
Pero la realidad es que no quiero, este es el coche con el que he soñado esta noche antes de ir a buscarlo. Y aquí lo tengo delante de mí, es una oportunidad que no debo de perder, ya me imagino conduciendo a todos lados. Me imagino llevándolo al trabajo o yendo de tiendas.
Niego con la cabeza en señal de respuesta a la pregunta de mi madre.
—¿Está bien formalizamos los papeles? —dice el hombre del concesionario muy rápidamente.
—Antes quiero probarlo —me adelanto, no quiero que me timen o me tomen por tonta.
—Está bien, un momento que voy a por las llaves —dice a regañadientes.
No entiendo esa actitud, ¿por ser mujer? ¿porque no entiendo de coches? odio ese trato de machismo hacia las mujeres.
Se va a enterar este de quien es Mia Miller.
Llega con las llaves en la mano, creo que duda en darmelas pero finalmente opta por soltarlas en la mía.
Nos montamos los tres, mi madre en la parte de atrás y el hombre por llamarlo de alguna forma a mi lado, no es una persona que la higiene lo cuide mucho. Tiene unos pelos en la oreja que me podría sacar un ojo.
Arranco el coche, no suena como me imaginaba pero es un ruido más ronco, con más fuerza, me gusta más aún.
—Venga, vamos a ver como funciona esto que es la primera vez que conduzco un coche sin profesor de autoescuela —me encanta la cara que pone el hombre del concesionario cuando mis palabras salen de mi boca. Se agarra fuertemente del asiento y yo lo gozo por tomarme como tonta.
Arranco y me pongo en marcha, dejo que coja confianza y que se relaje para volverlo a poner nervioso. De momento el coche va bien, él no tanto, más bien parece un hombre de setenta años en un autobús en hora punta. Se agarra a todo lo que puede, seguro que si hubiese una bolsa en el coche tomaría algo de aire. Observo el horizonte, hay una señal que señala la autopista. Hazlo Mía.
—Mía no lo hagas —dice mi madre que parece que me está leyendo el pensamiento, aunque es mi madre, si ella no me conoce ¿quién me va a conocer?
No la escucho, el hombre no dice palabra alguna, me mira preocupado, le cae una gota por la asien que le llega hasta el cuello.
Está nervioso, lo tengo donde quiero. Cuando me doy cuenta estoy a más de ciento cuarenta kilómetros por la carretera, solo son unos segundos porque tampoco me quiero pasar porque todavía el coche no es mio, pero coge la velocidad que yo le pido. Cuando bajo la velocidad suelta todo el aire que durante unos segundos había guardado. Con todo ese aire podría inflar todos los globos de una fiesta de cumpleaños.