—¿Te queda mucho Mía? —la voz de James interrumpe a través de la puerta mientras yo termino de arreglarme.
—Puedes pasar —le imploro.
Abre la puerta y se me queda mirando —. Nena estás guapísima.
—¿Seguro que eres homosexual y no me estas haciendo el lio para acostarte conmigo? —le pregunto, lo conozco de hace una semana solo.
Parece mentira que llevo ya una semana trabajando en la agencia y ya he hecho un amigo, y un buen amigo al que en principio puedo contar todo.
—Que sí chocho, venga que a primera hora se mueve lo mejor —me dice haciendo aspavientos con la mano en señal de que me levante.
—Ay, es que no se si salir, ¿seguro que no quieres quedarte aquí viendo una película con palomitas? —le sugiero.
—No, venga no me seas abuela de setenta años.
Al final después de una larga negociación consigue que me marche con él de fiesta. Pero no me lleva a una discoteca cualquiera ¡no!
Me lleva a una de las mejores discotecas de Nueva York, está llena de gente, de chicos que aunque está mal que yo lo diga están como un quesito.
—Venga, camarero ponnos otra —le demanda al pobre camarero que desde que hemos llegado no ha parado de trabajar y de esquivar a la gente. Sobre todo a la mirada seductora de James que está que ataca a todo lo que se mueve y aquí no hay precisamente gente quieta.
—Venga Charli que hoy es mi noche, date prisa que hoy vas lento —dice una chica de una edad similar a la mía que se ha puesto a mi lado.
Se me queda mirando y yo sin darme cuenta hago lo mismo con ella.
—¿Y tú qué miras? —me responde bordemente, con esta no me voy a llevar bien.
—Nada —y miro para otro lado, no quiero tampoco peleas y sobre todo crear una mala imagen de mi.
Se marcha mientras no le quito ojo.
James que acaba de llevar del baño se da cuenta de la escena.
—¿Qué te ha ocurrido con esa chica?
—Nada, es un poco extraña.
—Como todos… —me responde mientras se ríe.
—Voy al baño —le digo al oído para que me escuche bien porque la música de la discoteca es muy alta.
Voy atravesando la muchedumbre y apartando a gente que está como pegada con algún tipo de pegamento invisible.
Llego al baño, dentro está esa misma chica retocandose.
Me pongo justo al de su lado, no porque quiera estar a su lado sino porque no hay más libres.
—Tu no eres de por aquí, ¿verdad? —me pregunta mientras se termina de pintar de nuevo y seguro que por decimoquinta vez los labios.
—No, soy de fuera —le respondo sin saber muy bien que más decir.
—Anderson, me llamo Anderson, Elizabeth Anderson —me dice mientras me extiende de la mano—. Creo que te vendrá bien tener una amiga por estas tierras —dice mientras me guiña el ojo con la raya del ojo más grande que he visto en mi vida.
Quien me iba a decir a mi que esa persona que me cayó fatal al principio iba a ser una de las personas mas importante para mi en Nueva York y una de las razones bastantes importantes para que no me marche de Nueva York.