DOS SEMANAS DESPUÉS.
Sobre el tejado de una vieja casa Olympia se encuentra escondida mirando hacia abajo, hacía la calle, donde un grupo de soldados reales camina buscando algo. Segura de que es ella el objetivo de dicha búsqueda, se mantiene oculta junto a sus dos compañeros de viaje.
- ¡No se encuentra aquí! – exclama un nuevo soldado que aparece reagrupándose al resto.
El que parece el líder del grupo hace una mueca de disgusto y comienza a gritar al resto de hombres reunidos a su alrededor, no parece para nada satisfecho con su búsqueda y tampoco parece querer darse por rendido. Olympia está segura de que seguirá deambulando por el pequeño poblado en el que se encuentran escondidos.
Un pequeño toque en su brazo llama su atención. Tras girar su cabeza sus ojos se encuentran con los azules ojos de su amigo. Daymon señala con un movimiento de cabeza un camino hacía su derecha, donde parece que no hay ningún soldado y pueden escapar. Sin embargo, Olympia niega con la cabeza y devuelve su mirada al grupo de soldados.
No quiere huir, se ha cansado de hacerlo.
Llevan alrededor de dos semanas escondiéndose de cualquier soldado real que camine en el poblado en el que se encuentran, o incluso por los alrededores. Siempre escondidos y ocultos de las personas. Quiere vengarse y sabe que huyendo jamás lo hará, pero siente temor, todos la buscan, es una traidora que debe morir, al menos así lo ha dictaminado el nuevo rey.
La noticia de que el príncipe Eitan había matado a los reyes se extendió por todo el reino, pero ninguno se atrevió a ir contra él. Con los guardias reales y una gran parte del ejercito real de su parte, solo un insensato se atrevería a pelear contra él. Y Olympia es todo menos una insensata, por ello se mantiene oculta de cualquier persona que se atreva a delatarlos.
El propio rey ordenó a cualquier persona del reino que la buscase y acabase con la princesa en caso de que la encontrasen, ofreciéndole a la persona una suma cantidad de monedas de oro y varios títulos nobiliarios. Hasta los pequeños campesinos de los poblados más pequeños quieren ese dinero.
Se puede notar la incomodidad de los aldeanos con el nuevo rey, todos le tienen miedo y no es para menos, desde que ha sido proclamado rey se ha encargado de sembrar el caos y hacer de cualquier pequeño acontecimiento, una guerra. Hay muertos y sangre en cada rincón del reino y él parece encantado con la idea, pero los aldeanos no.
Ha escuchado a los aldeanos rogando que ella vuelva y se haga con el trono, la quieren de vuelta para reinar Peirl, no quieren a su hermano, pero son todo conversaciones clandestinas que, si llegan a oídos de algún soldado o guardia real, no dudará en acabar con su vida y la de todos sus familiares. Al menos ya es consciente del apoyo del pueblo, la quieren a ella como reina, ruegan que les salve y eso hará.
No puedes ascender al trono acabando con la vida de tus padres ni, aunque fuesen extraños, y no familiares. Los aldeanos siempre seguirán siéndoles fieles al verdadero rey y el hecho de que el nuevo fuese a ser el futuro rey, no significa que pueda ganarse su confianza, no al menos si ha sido puesto en el trono por dichas circunstancias.
En este tipo de casos, la fuerza y el ansia de poder es todo menos una ventaja. En cambio, la paciencia y la sensatez es lo más acertado, por ello los aldeanos quieren a Olympia como su reina, aunque nunca hubiese podido ascender al trono a lo largo de su vida.
Ella es lo que ahora quieren.
- Reconozco a ese hombre – indica Alexander señalando al líder del grupo de soldados. Su ceño fruncido y la mirada de desprecio indica a la chica que no es una persona agraciada para el castaño – todas esas medallas las consiguió asesinando a los salvajes del bosque del oeste.
Los ojos de la princesa se abren desorbitadamente.
- ¿Aún siguen matándolos? – brama en un susurro apretando sus manos en puños – creía que estaba penado desde que mi padre ascendió al trono y mi abuelo murió.
Alexander asiente con la cabeza y una mueca se expande por su rostro. Él tampoco parece contento con la información.
- Siempre hubo una parte del ejército que no estuvo contenta con esa decisión y siguieron con la cacería de los salvajes. Tu padre no lo sabía, pero escuché hace unos meses a dos hombres hablarlo, iba a informarme mejor para contárselo a mi padre, solo que no me ha dado tiempo – chasquea la lengua.
Más cabreada que antes observa al hombre y desea poder saltar sobre él y, tras arrancarle todas esas medallas de la chaqueta, hacerle probar el sabor de su fría espada.
No disfruta matando a la gente, aun por las noches el rostro de los guardias reales que asesinó se le aparecen, hace el esfuerzo de olvidarlo y batallar contra sus demonios, pero pocas veces gana la pelea. Ella no considera que deba ser la persona que decida cuando la vida de una persona deba acabarse, su padre no le enseñó de esa forma.
Repugnante. Eso es lo que piensa acerca de la cacería, así como las personas que decidan seguir llevándola a cabo.
- Detente – la mano de Daymon se coloca por delante de la cara de la chica leyendo sus pensamientos antes siquiera de que Olympia haga cualquier tipo de movimiento – si saltas a por ese hombre nos mataran a los tres, recuerda que tenemos una misión.
Los dientes de la princesa chirrían por retener la furia en su cuerpo.
Es sensata, inteligente y tranquila, pero odia que asesinen a gente inocente solo por el placer de hacerlo, le recuerda a quien alguna vez fue una persona importante para ella, ya ni quiere llamarlo hermano.
- Sí – gira la cabeza para mirar a su amigo, sus ojos relucen por la furia – acabar con el tirano de Eitan y proteger mi reino, todo el reino – hace énfasis en la palabra 'todo' – el bosque de los salvajes está dentro del reino.