Lucha Eterna. Fuego y Agua 1

6

Segundos después de comprender que no tenía tiempo que perder, me puse de pie de un salto, sintiendo cómo me sobrevenía un intenso mareo. ¡Oh, vamos!, exclamé para mis adentros. Merlía, no puedes permitir que el pánico te domine, agregué, consciente de que tenía que dominarlo a como diera lugar, si quería continuar con vida.

Como pude, me aferré a la pared que tenía a mi derecha, buscando estabilizarme, mientras inhalaba y exhalaba, siguiendo la rutina de relajación que me había enseñado mi psicólogo, para luego lanzarme a actuar.

No estaba muy segura de qué hacer, sin embargo, sin pensármelo mucho, revisé todas las ventanas de la planta baja, asegurándome de que estaban debidamente cerradas, para, a continuación, correr hacia la puerta de la cocina, la cual daba acceso al jardín trasero, pero, al bajar el picaporte, comprobé que estaba cerrada con llave.

Intentando controlar la desesperación, miré hacia las escaleras, pensando en que alguien podría haber entrado y estar esperando en el segundo piso, por lo que bien me convenía quedarme en la primera planta.

Con todo el sigilo del que fui capaz, me deslicé debajo de la mesa, donde el mantel lograba cubrirme y ocultar mi presencia, y desbloqueé mi celular, dubitativa. ¿Confiaba en Valentín lo suficiente como para informarle lo que estaba sucediendo? ¿O era mejor que llamara a mi madre?

Luego de un segundo de vacilación, busqué el contacto de la primera opción valorada y me impulsé a llamarlo. Tras dos breves tonos, se estableció la conexión, sin embargo, Valentín no pronunció ni una sola palabra.

—Ayuda —susurré, sintiendo como el sudor recorría mi espalda.

Aún temía que alguien pudiese vigilarme desde el interior de la casa, por lo que me limité a guardar silencio y a esperar su respuesta.

—Espera junto a la puerta trasera. No hagas ninguna locura —dijo, y, acto seguido, finalizó la llamada.

Gateando, salí de mi escondite y miré hacia la puerta principal, tras la cual se encontraba un perchero, adornado por hojas talladas en la madera, en donde estaba colgada mi campera deportiva. Con sigilo y en menos de un segundo, corrí hasta allí, la tomé y regresé a la cocina, posicionándome en el lugar que Valentín me había indicado, a la espera que llegara.

No sabía qué haría de mi vida, cuando todo a mi alrededor se derrumbaba sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo. ¿Quién era yo en realidad? Y, lo que más me asustaba, ¿por qué esos hombres querían verme muerta?

Alerta, tomé de nuevo mi celular y, tras abrir la aplicación de mensajería, escribí un escueto mensaje: Estaré con él, el cual, a continuación, se lo envié a mi hermano. Esperaba que pudiese comprender a quién me refería. No me animé a escribir el nombre, ante el miedo de que alguien hubiese sido capaz de interferir mi celular.

En el momento en el que desactivé la ubicación del dispositivo, temblé de miedo al oír que llamaban a la puerta principal. Fueron dos golpes secos, completamente seguros.

Permanecí inmóvil bajo el marco de la puerta de la cocina, preguntándome por qué Valentín demoraba tanto.

—Cariño, sé que estás ahí —pronunció una voz desconocida, al otro lado de la puerta.

No recordaba aquella voz, o al menos eso creía. Era grave, rasposa, parecía la voz de un fumador empedernido, a quien sus cuerdas vocales le cobraban por ello.

Rápidamente, me coloqué la campera, subí el cierre hasta mi barbilla, y me acerqué a las gavetas de la mesada. Abrí el primer cajón, procurando hacer el menor ruido posible, y tomé un cuchillo de carnicero. Cerré el cajón y me ubiqué a uno de los lados del marco de la puerta de la cocina, frente a la del patio y dándole la espalda a la entrada principal.

Escuché tres golpes más en la puerta que estaba detrás de mí. Cerré los ojos y suspiré. No les sería muy difícil entrar a la casa si así lo deseaban, dado que ninguna de las ventanas tenía rejas, debido a la frecuente tranquilidad del barrio.

Sabía que lo estaban haciendo a propósito. Buscaban que los nervios me carcomieran por dentro, y, en cierto modo lo estaban logrando. Sin embargo, no podía ceder al miedo, si lo hacía, les sería muy fácil atraparme. En mi mente resonaban las palabras de Valentín: «No cometas ninguna locura», por lo que estaba obligada a mantener mi mente despejada.

Empuñé el cuchillo en mi mano derecha. Si entraban, no dudaría en utilizarlo contra quien intentara ponerme un dedo encima. Aunque, era consciente de que no me serviría demasiado. Por razones bastantes obvias, era capaz de suponer que, detrás de aquella puerta, se hallaban al menos dos hombres. Sin embargo, no podía permitirme dudar, tenía que hacer todo lo que estuviera a mi alcance para sobrevivir.

Mientras pensaba en lo que haría, llegado el caso de que entraran, antes de que yo lograse salir, vi, a través de la ventana de la cocina, que una silueta se movía en el patio trasero. Contuve el aliento y esperé, sin siquiera atreverme a parpadear, mientras oía que alguien introducía algo en la cerradura de la puerta principal, buscando abrirla de una manera no del todo sigilosa.

Me removí en mi sitio, incómoda, recordando que había dejado la llave puesta, por lo que tenía unos segundos a mi favor. Me deslicé hasta la puerta trasera y contuve el aliento. Sabía que allí había alguien y esperaba, con todo mi ser, que Valentín hubiese llegado a tiempo.



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En el texto hay: fantasia, accion, amor

Editado: 03.06.2021

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