ALICIA
La feria fue superdivertida, comimos salchichas y muchas cosas más, subimos a los juegos, nos tomamos muchas fotos y ganamos pequeños premio, mi pequeña Sheila se durmió en mis brazos, así que volvimos a la casa rodante a descansar, después de colocarle su pijama a Sheila, Angie y yo nos sentamos a fuera para platicar y tomarnos algunas cervezas.
—Angie, ¿y tu jefe como reaccionó ante tu petición de vacaciones? —pregunté por qué su jefe, a pesar de tener nuestra edad y es muy guapo, tiene un carácter de los mil demonios, Angie dice que le falta una buena sacudida para que sonría.
—Jajajá, hubieras visto sus ojos, de azules claros, pasaron al azul mas oscuro que pueda existir, comenzó a darme como mil razones para no darme mis vacaciones acumuladas, pero lo amenace con demandar por explotación laborar y tu jefe, aunque no va a la empresa lo llamo de después de esa llamada me dejo libre —responde Angie con una gran sonrisa.
—¿Aún te gusta? —indagué con curiosidad, porque desde que la conozco, a ella le encanta ese hombre y la verdad sí que es guapo, pero su humor no lo soporta cualquiera.
—Sí, estaría bueno tenerlo toda una noche y enseñarle a reír al condenado, dejarlo bien liviano y que sepa lo que es estar relajado y bien atendido, pero es duro el condenado —confiesa Angie con una cara que le causó mucha risa.
—ja, ja, ja, pobre, me imagino como lo acosaras a diario —comenté mientras reía.
—ja, ja, ja, su cara cuando le hago propuestas indecentes es un poema, se pone más rojos que un tomate, es increíble, me divierto mucho, haciéndolo sonrojar, a pesar de su mal humor —Bromea Angie.
—Pobre, pero de seguro te va a extrañar estos días que no estés —comenté, y es que mi amiga es tremenda, por eso la quiero tanto.
—ja, ja, ja, ni tanto le di indicaciones a la secretaria que me va a suplir —ríe Angie y ya me imagino las locuras que debió de hacer.
—¿Qué hiciste? —pregunté con cara de reproche.
—Ja, ja, ja, nada, únicamente dejé algunos sobres para estos días que estaré fuera para que le entreguen uno cada mañana —confiesa Angie con una sonrisa de una niña cuando hace una travesura y quiere parecer inocente, así es su sonrisa en este momento.
—¿Y qué hay dentro de los sobres? —aunque me daba miedo preguntar, quise saber qué locura había hecho mi amiga.
—Fotos mías en ropa interior, muy sexis—mi amiga se soltó en un ataque de risa y yo la acompañé. ¿Qué más podría hacer? Está loca, pero así la adoro, es imposible estar con ella y no reírse por algo. Lo que me preocupa es la reacción de su jefe cuando vea esas fotos. Dios, espero, no la despidan..
Seguimos riendo y tomando algunas cervezas, más y ya después de media noche si entramos a la casa rodante a acompañar a mi niña a dormir, le di un beso a Sheila y me quedé durmiendo con ella, no quería ir a mi cama y Angie no quería armar la de ella, así que ella se quedó en mi cama y yo dormí abrazada a mí niña.
Desperté al día siguiente, porque un terremoto me sacudió. Mi pequeña se despertó con mucha energía y feliz, saltando en la cama.
—Mamá, despierta, vamos a los auto de carreras, vamos, vamos, madrina, tú también de pie —Sheila comenzó al saltar de una cama a la otra y juro que quería quedarme en la cama y mi amiga igual, pero ni modo quiero hacer feliz a mi niña en este viaje y que nunca lo olvide.
—Bueno, pero primero hay que tomar una ducha, señorita, y desayunar, así que ven acá —la atrapé en mis brazos, le hice cosquillas y la llene de besos.
Luego, si me levanté y la llevé a ducharse y yo hice lo mismo, mientras Sheila y yo nos arreglamos, pues Angie toma su ducha.
Cuando las tres estuvimos listas, nos fuimos a desayunar, Sheila ibas cantando todo el camino, al llegar a un restaurante cercano a donde está la casa rodante pedimos nuestro desayuno y mientras esperábamos me llegó un mensaje, del amigo de mi jefe quien se encargará de cerrar la casa hogar donde yo estuve por un tiempo y donde no la pase nada bien.
—Esta misma tarde estarán revisando la casa, hogar, dígale a Leonardo, que a nombre de nuestra amistad la cerraré sin decir nada, pero que algún día debe contarme por qué la quiere cerrada —escribió Pablo Alcántara, un amigo de la infancia de mi jefe y la persona adecuada para cerrar ese lugar.
—Gracias por su ayuda, señor Alcántara, por supuesto, le daré su mensaje a mi jefe. Él muy pronto se pondrá en contacto con usted —respondí nerviosa. Por lo que está a punto de suceder a unos cuantos minutos de donde estoy, quizás pase por el frente y pueda ver como el personal de ese lugar se va a la calle.
Sé que aún hay muchos niños ahí, pero serán reubicados en otra casa hogar, con mejores condiciones y mejores personas que los cuiden, además le pedí al el señor Alcántara, que los futuros ex empleados de la casa hogar donde crecí, nunca más puedan tener un trabajo que implique que estén cerca de niños.
Él no entendió el porqué, pero dijo que lo haría sin problemas. Yo solamente espero que mi jefe no se entere de esto, aunque no lo creo. Él no va a la oficina desde hace cinco años y no creo que quiera volver ahora.
Editado: 19.09.2024