Disculpame, ¿lo han visto? Se llama Martín, es alto, morocho, ojos verdes, de Buenos Aires, se le nota el acento porteño, es buen pibe, vino a estudiar acá... Por favor, si lo han visto avísenme. Se los voy a agradecer.
Martín es mi amigo... Mi novio, quizás. Nunca lo aclaramos, pero sentíamos los dos algo por el otro. Vino a Mendoza hace unos dos años, en enero, a estudiar a la UTN. Es un chico tranquilo, no fuma, no toma, no jode a nadie.
Martín perdió a su familia en un accidente en la ruta cuando era chico, por lo que se decidió a cambiar de aires para no estar en su casa, viviendo con los fantasmas de las fotos y las cosas de su hermano y sus padres. Cuando llegó a Mendoza, lo conocí por un amigo en común que tenemos, el Colo.
- Luchi, él es Martín. Es de Buenos Aires, ya que estudiás turismo podrías mostrarle un poco la provincia, ¿no? - me dijo el día que lo conocí.
Él estaba callado, pero sonreía y lo miraba al Colo con un brillo en sus ojos que me atraparon. Se sentó a mi lado y el Colo se fue, dejándonos para conocernos.
- Hola, soy Lucía.
- Martín - me dijo con su acento particular-. Estoy estudiando con Fabricio en la uni.
- Sí, me contó de vos.
- Ah, ¿sí? ¿Y qué te dijo? - me preguntó entre curioso y pícaro. Y así comenzó nuestra amistad.
Salimos al día siguiente, fuimos al Cerro de la Gloria, bajamos al parque en bici y nos sentamos a tomar algo en el lago. Él me contaba cosas de su vida, yo lo miraba maravillada. Tiene un carisma poderoso, cuando habla transmite lo que te quiere decir, sabe expresarse. Yo le dije que tendría que seguir abogacía, que iba a ser muy bueno. Él me dijo que no, que no le gustaba ser cuervo.
Cuando volvimos al centro, nos despedimos en la Peatonal. Fue una despedida sobria, yo quería besarlo, pero no me animé. Él fue muy caballero y tampoco lo hizo.
Volvimos a salir a los días, se nos hizo costumbre ya vernos todas las semanas. Los chicos ya nos hacían una relación que nosotros negábamos. En una juntada en su departamento para ver unas pelis con los chicos, tuvimos nuestro primer beso. Fue robado... Por él. Me acuerdo y sonrío porque fue muy tierno. Se sonrojó y se empezó a reír, mientras me pedía disculpas. Yo me reía con él, quería besarlo, pero estaban los chicos y no daba la situación.
Al tiempo ya empezamos a salir solos, el Colo nos cargaba. Decía que estaba perdiendo a su amigo, que se iba a volver un William Wallace. Martín le festejaba el chiste, yo lo jodía a él que cuando se iba a conseguir su kilt. Tenemos una hermosa relación, lo quiero mucho y él a mí.
Un día decidimos tener una salida distinta, nos subimos a su auto y nos fuimos a la tarde a los cerros cerca del zoológico. Compramos algo para comer y, entre charla y charla, cenamos allá arriba. La noche estaba hermosa, despejada y una luna menguante enorme y brillante. Me tomó de la mano, me acarició el rostro y me besó. Lo besé, y entre caricias, hicimos el amor.
Estuvimos un rato recostados, abrazados, cuando me dijo que necesitaba orinar. Me reí y le dije que no se demorara mucho, que quería estar con él un ratito más. Me dio un beso, sonrío y me dijo "ya vuelvo". Me puse su campera y desde dentro del auto vi cómo se acercaba al borde a orinar, iluminado por las luces del auto, cuando veo que observa algo con curiosidad. Me asomé a la ventana y le pregunté:
- Martín, pasa algo?
- Ahí voy, me pareció que algo se movió.
- Seguro es un perro. Hay muchos por acá.
- Si, eso parece.
Cuando dio media vuelta para volver al auto, algo tironeó de él por la espalda y lo arrastró hacia atrás, desapareciendo en la noche en silencio...
Me quedé helada mirando donde está... estaba Martín. Pensé que había caído o algo, pero cuando salí no había nada. Me acerqué un poco al lugar y vi en el suelo unas marcas de arrastre, que desaparecieron. No que se perdían ni nada de eso, literalmente desaparecieron. Estaba temblando por lo que me tapé más con su campera, pero no temblaba de frío...
- ¡Martín! - grité a la noche- ¡Martín! Respondeme por favor, ¡Martín!
Nada. Los grillos solamente respondían. Intenté mirar más lejos entornando la vista, pero la luna ya no iluminaba tanto como unas horas atrás. Caí de rodillas, tapándome la boca con la manga de la campera. Sentía su olor, su embriagador olor. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas y me comenzó a embargar la desesperación.