La bruja

Lucianna conocía muchas fórmulas mágicas. Su familia se había dedicado al estudio de la magia negra desde hacía mucho tiempo. Aquellos conocimientos habían pasado de generación en generación hasta llegar a ella. Era una mujer de ochenta años, pero gracias a sus conocimientos en magia negra había logrado crear una pócima que le daba la apariencia de una persona mucho más joven. Pero no era el hechizo para no envejecer el único que sabía; tenía conocimientos en cierta magia que era de la cual se sentía más orgullosa. Podía convertir a las personas en árboles. Por eso, cuando vio a la joven Antonella golpeando a los perros callejeros con un palo que había equipado con clavos la maldijo. La razón por la que Antonella había molido a golpes a los perros callejeros es porque estos habían entrado a la granja donde vivía con su esposo. Los animales buscaban algo para comer, encontrando el gallinero y comiéndose así algunos huevos y varias gallinas. Incluso el gallo corrió con la misma suerte. Antonella, furiosa por el acontecimiento tomó el palo con los clavos y masacró a cada uno de los perros callejeros que habían invadido su gallinero. Estos quisieron escapar, pero la mujer les dio alcance. Y estos perros visitaban de vez en cuando a la bruja Luicianna, la cual les daba algo de comer y un poco de agua. Ella lo vio todo. Fue testigo de cómo la joven Antonella los mataba. Luego de eso, la mujer dio media vuelta y se dirigió a su vivienda. El palo con clavos goteaba sangre de perro. La bruja Lucianna se acercó a uno de los perros. Lo abrazó mientras lloraba. Su dolor se convirtió en rabia y maldijo a la mujer, la cual se encontraba embarazada de apenas un mes. Y haciendo uso del hechizo que más dominaba, convirtió a la mujer que mató a los perros callejeros en árbol. Y como Antonella estaba embarazada, los frutos que daba ese árbol eran fetos que al caer servían de alimento para los perros callejeros que pasaban por ahí.

Fin.