Llegamos a la hacienda del abuelo, el papá de mamá me encanta estar ahí, me hace sentir paz, bajé del auto en completo silencio y caminé hacia el árbol de abeto que está a la orilla del río que corre en medio del terreno de la hacienda.
Me senté bajo el árbol y lloré, lloré de impotencia, de ser como soy, de no poder defenderme o más bien no saber cómo defenderme de todos los que me tratan como si fuera un monstruo, me quedé dormido el ruido del agua correr me arrulló, una caricia en mi cabello me hizo despertar, era el abuelo.
—Mi nieto, mi muchacho, ¡aquí estás! —me dice mi abuelo con esa calma con la que me habla, —ven, vamos a comer, ya dormiste mucho, no sé que pasó, pero no debes de hacer caso a lo que los demás digan, tú eres tú y nadie va a cambiar tu forma de ser —me dice dándome la mano para levantarme.
—Gracias abuelo, el agua del río me durmió —le digo y es lo que siempre le digo cuando aquí me quedo dormido y es cada vez que vengo a este lugar, —vamos abuelo antes de que venga la abuela y te lleve de la oreja —le digo serio y el abuelo se toca la oreja con una mano y la otra niega.
Entramos a la casa, en la mesa está mi platillo favorito y hecho por mi abuela, nos sentamos en silencio, no quiero hablar y les agradezco que así sea. Comimos en silencio, al terminar de comer, me levanté y subí a la habitación que ocupo cuando vengo, me di un baño y me senté en el balcón a observar el jardín de la abuela.
—Mi amorcito —me dice mi madre entrando a la habitación y volteo a verla —te quiero preguntar si prefieres quedarte con los abuelos o regresas con nosotros a casa, —me dice sentándose a mi lado del sillón donde estoy sentado.
—¿Se van a ir? —le pregunto y ella asiente —quiero quedarme unos días aquí, voy a estar bien —le digo y ella me toma mis manos y deja un beso en ellas.
—Soy tu mamá y siempre lo seré, no importa si no llevas mi sangre, eres lo más maravilloso que la vida me puso en mi camino —Me dice y unas lágrimas escapan de mis ojos.
—¿Por qué no me quiere? ¿Por qué me odia? —le pregunto como si ella supiera la respuesta —veintitrés años y nunca apareció para decirme aquí estoy, yo te quiero y nunca lo hizo —le digo con un nudo en la garganta y viendo el horizonte.
—Óyeme bien Luciano Montemayor, —me dice y me toma el rostro para que la vea a los ojos —¡aquí! —se señala el pecho en específico, del lado del corazón —¡aquí, mi amor! Hay mucho amor para ti y de sobra, sé que ella te dio la vida y que tienes el derecho de tener su amor, pero mi niño hermoso si ella no te quiere dar ese amor de madre, para eso estoy yo y nunca dejaré de amarte como te amo —me dice y yo la abrazo, cosa que se sorprendió porque casi no lo hago por mí mismo.
—¿A qué hora se van? —le pregunto —antes quiero hablar con papá y no te preocupes mamá tú, también estás aquí —me señalo mi corazón, eres la única madre que conozco y me ha dado todo lo que un niño deseaba tener, el amor de su madre —le digo y ella llora —perdón, te hice llorar —le digo y bajo mi mirada.
—No mi amor, lloro de felicidad, porque eres muy especial para mí y para toda tu familia, te amamos mucho y cuentas con cada uno de nosotros, no importa la hora y el lugar ahí estaremos —me dice y sonríe secándose las lágrimas que salieron de sus ojitos.
No me gusta verla llorar, me pongo triste si ella llora y siento que es por mi culpa, por eso, trato de que siempre esté riendo, aunque yo esté serio cuando hablo o digo un mal chiste.
—Nos vamos en un rato más, en lo que termina tu papá y tu abuelo de ver un asunto de la hacienda, creo que con algo de las caballerizas —me dice levantándose y tomando mi mano —ven acompáñame a dar un paseo a caballo antes de irnos —me jala hacia la puerta y solo la sigo, es una de las cosas que me gusta de la hacienda, hay muchos animales aquí.
Nos subimos al caballo y trotamos por la pradera, me reto a una carrera como cuando era niño, yo le decía que hiciéramos carreras y ella me seguía, siempre le ganaba o ahora entiendo que se dejaba ganar.
—Ya no tienes la misma resistencia señora —le digo bajando del caballo, ella también lo hace riendo.
—Lo que pasa es que tú eres el mejor y yo ya no he practicado —me dice y le entrega el caballo al capataz, caminamos hacia la casa donde papá ya está esperando.
—Pensé que se habían perdido en la pradera —dice mi padre y abraza a papá, —¿ya estás lista, amor?
—Ya quisieras que me perdiera, pero no tendrás el gusto de deshacerte de mí, y si ya estoy lista, pero no quiero dejar a mi niño solo y ¿si nos quedamos y mañana temprano nos vamos amor?— dice mi madre dándome un beso a papá y hace un gesto que mi papá le sonríe y no sé por qué hace ese gesto que convence a papá.
—Con esa carita, como no decirte que no —dice mi padre y yo confundido me pregunto ¿qué carita? Si no me ha cambiado nada, mamá tiene la misma cara, bueno encojo mis hombros, solo ellos saben de qué hablan.
Ya más tarde cenamos con los abuelos y después subí a mi habitación, me di un baño y me puse mi pijama para dormir, lo cual no lograba hacerlo, daba vueltas y vueltas en la cama, a mi mente venía su voz, “raro, engendro, inútil” trataba de cubrir mis oídos, mi cabeza dolía demasiado.
#2360 en Novela romántica
#90 en Joven Adulto
amor y amistad, amor amistad, amor esperanzas familia valores
Editado: 27.10.2024