----- Aria ------
El corazón se me quiere salir del cuerpo, estoy agitada, avergonzada y dolorida. La pelinegra delante de mí debe estar pensando que soy subnormal. Si lo cree, no lo demuestra porque está siendo muy amable conmigo. De hecho, me acompaña hasta el salón donde todos están concentrados en sus tareas.
– Allí hay un espacio libre – susurra Deva y le agradezco porque con los nervios que cargo no veo más allá de mi propia nariz.
– Hola, siento llegar tarde – me dirijo hacia la profesora.
– Bienvenida Aria. No hay problema, toma asiento, enseguida te explico lo que estamos haciendo – responde Luciana en tono amable.
Me sorprendo cuando la veo, porque supuse que sería mucho más grande, pero por su apariencia, no debe pasar los veinticinco años. Me siento en el lugar que me indicó Deva y mi compañera de banco ni se inmuta en mirarme cuando la saludo.
<Bien, ya estoy sentada. No hay forma de seguir haciendo el ridículo ahora, ¿no?>
Luciana me indica lo que debo hacer y no hay forma de que mi corazón vuelva a un ritmo normal, me cuesta concentrarme, más aún cuando giro mi cabeza hacia la izquierda y veo a Deva bebiendo café y comiendo bocadillos.
<<Lo que daría por un café ahora mismo>>, pero me da mucha vergüenza preguntar.
Pasan cuarenta minutos de la clase cuando alguien apoya una taza frente a mí. Levanto mi vista y Deva está delante de mí.
– Te vi mirar la máquina de café con lujuria y supuse que te apetecía – susurra.
– ¿Enfermera y vidente? Estoy sorprendida – respondo pensando qué tan obvia debo haber sido para que lo haya notado.
Ríe y da la vuelta de nuevo a su lugar.
El resto de la clase para tranquilamente y para el final estoy muy conforme con lo que he hecho.
– Gracias a todos por venir. Han hecho que mi primera clase fuera maravillosa. Espero verlos a todos el próximo sábado – Luciana se despide.
Recojo mis cosas y cuando quiero levantarme, la piel de mis rodillas comienza a doler de nuevo, por lo que disimulo lo mejor que puedo caminando despacio. Luciana y Deva están hablando en la puerta.
– Gracias Luciana, disfruté mucho la clase y... gracias Deva, mis rodillas te lo agradecen.
– No hay por qué, solo intenta llegar entera el próximo sábado – contesta riendo y no puedo evitar sonrojarme.
– ¡Deva! – Luciana se la come con los ojos – Discúlpala. Nos vemos Aria, gracias por venir – asiento con la cabeza y salgo por la puerta.
El camino de vuelta me toma cuarenta minutos en autobús. Cuando llego a casa, mi padre está sentado en el salón comedor tomando mate.
– Creí que estarías ocupado – dejo un beso en su mejilla.
– Lo estaba, pero acabé antes y almorzaré contigo. Hija, ¿qué te ha pasado en las rodillas? – pregunta alarmado porque han empezado a sangrar de nuevo.
– El autobús se demoró, corrí para no llegar tarde y me caí – explico mientras intento limpiarme con un pañuelo.
– Vamos al hospital – dice levantándose de la silla.
– Papá, estoy bien, solo me he raspado un poco.
– Aria, vamos al hospital, al menos para que te curen, puede infectarse o algo así.
– Papá cálmate, por favor, no es nada – intento tranquilizarlo, aunque la verdad es que me duele horrible.
El móvil de mi padre comienza a sonar y me pide que lo espere cinco minutos. Mientras tanto, miro mi móvil, no hay notificaciones de ningún tipo y otra vez me inunda esa sensación de vacío. A este punto no sé qué dolor es peor.
– ¿Mate? – pregunta mi padre liberándome de mis propios pensamientos.
– No, gracias. Tomaré un té – pongo el hervidor a calentar.
– Cuéntame de tu clase – pide mientras tomamos asiento.
– Mejor de lo que pensé a decir verdad, todos fueron muy simpáticos. Luciana es muy buena profesora.
– ¿Has hecho amigos?
– Papá, los amigos no se hacen en dos horas – bufo.
– ¿Quién lo dijo? Basta un segundo para conocer a alguien que será parte de tu vida para siempre – me sonríe y las arrugas se forman en sus ojos.
Me hace sonreír también. Si me hubieran dicho hace un año que estaríamos en esta situación me hubiera reído.
– ¿Sabes papá? A veces creo que eres una mezcla rarísima entre un sabio monje budista y un niño de cuatro años.
– Me quedaré con lo de niño, no estoy tan viejo.
– He estado viendo Universidades – digo con la intención de cambiar de tema.
– ¿Te has decidido por algo? – pregunta.
– Estoy confundida, no tengo ni idea lo que quiero hacer – soy totalmente honesta.
– ¿Por qué no eliges algo relacionado con el arte? Eres muy buena y te encanta.
– Papá, eso no me dará de comer.
– ¿Cómo lo sabes? Estudia lo que te haga feliz, luego verás lo del dinero. Quién dice, quizás te conviertas en una pintora famosa o dando clases alrededor del mundo.
– ¿No se supone que esta conversación debería ser al revés?
– Quizás, pero te tocó un padre muy cool. De verdad, hija, quiero que seas feliz y no que te pases buscando la felicidad de los demás – dice guiñándome un ojo. Sé a lo que se refiere y vuelve otra vez esa sensación de pesadez en el pecho – fuera de toda broma Aria, haz lo que te haga bien, yo pagaré tus estudios si es necesario. Estoy aquí para apoyarte, incluso si quieres ser astronauta e irte a vivir a Marte.
– Paso con lo de Marte. Buscaré carreras relacionadas con el arte y veré mis opciones.
– Esa es mi niña –dice y no puedo evitar que mi cabeza retroceda – Ari, hija. ¿Qué sucede?
– No pasa nada papá, en serio. Estoy muy feliz por la clase.
– Sí, no dudo que lo estés, pero sé que hay algo más. Está bien si no quieres contármelo, pero sabes que tienes la confianza para hablar conmigo de lo que sea, ¿sí?
Respiro profundo y el peso de mis pensamientos vuelve a mis hombros. Quiero hablar con él, pero no sé si quiero escuchar su respuesta.