Lucifer también tiene alas

10.

Entonces fue esa noche que soñó con plumas.

Estaba usando su vestido de quinceañera, rosa como debe ser, con varios pliegues como el de una novia y bordado de zarcillos brillantes. Estaba en la costanera frente al río. Desde el agua oscura subía una niebla densa y fría. Corría, no sabía de quién ni por qué, pero corría con los pies vestidos con zapatos rosados de tacón alto. Su pelo estaba suelto y cubría sus hombros desnudos en el frío de la niebla. Todo parecía un cuento irreal. Se preguntó cuándo se encontraría con la Bella Durmiente o con una Blancanieves durmiendo bajo el efecto del veneno de la madrastra. Pero a cambio de eso, lo que encontró fueron plumas. El pasto de pronto se convirtió en un colchón de plumas por donde era difícil caminar. Con cada paso que daba, un montoncito blanco revoloteaba alrededor de su tobillo.

La bruma que la rodeaba brillaba bajo los faroles apostados sobre los bancos de la costanera. Su densidad convertía en fríos los haces de luces sobre su cabeza, cuando se presentaba alguno. Siguió caminando como pudo, cada vez más lento. Hasta que distinguió adelante hacia dónde iba. Aunque no era un lugar, era una persona. Adelante suyo, dejando un reguero de plumas tras de sus pasos, estaba Adrián Lerner.

“Nos vamos lejos”, prometía extendiéndole una mano. ¿La llevaría en vuelo? Porque, con cada paso más cerca suyo, Selena podía distinguir con mayor claridad un inmenso par de alas que crecía en la espalda de él.

 

Ocho de la mañana sonó el despertador.

Diez de la mañana era el momento de entrar al trabajo.

Una de la tarde, almuerzo en el comedor del supermercado.

Y en cada momento que pasaba, lo buscaba a Adrián.

Había pasado una noche con la cabeza llena de fantasías imposibles sobre él. Un ser alado, un ángel. Todo lo contrario al principal sospechoso de asesinato de la reina Estrella.

Eran las cuatro de la tarde cuando lo cruzó de casualidad en un pasillo. Él reponía arroz (¡qué cosa simple!) y ella buscaba un código solicitado por una cajera. Selena sonrió tímida. Era un simple mortal. ¿De dónde había sacado tanto guion su imaginación nocturna?

—Hola —acompañó el saludo con un gesto de la mano. No sonrió. Él nunca sonreía. Selena sí mostró una amplia sonrisa. En ese simple gesto, se dio cuenta una vez más que eran dos mundos opuestos.

—Hola, Adrián.

Pronunció su nombre. Selena lo dijo y lo cargó de complicidad. Como si sobre ellos se cerniera el probable viaje lejos, aunque ese lejos fuera la playa.

Luego la última hora pasó lenta para los dos por igual. Ambos esperaban. Y las esperas suelen ser lentas. Por un lado, Selena esperaba a que él le diera otro aventón hasta su casa. Quizás se encontrarían de camino como el día anterior. Por otro lado, Adrián esperaba un mensaje de parte de ella; uno en donde le diera pie para pensar que podía volver a acercarla a su casa.

Al salir, se cruzaron en la puerta y tomaron cada uno su camino. Ni ella le escribió a él ni él viró en la dirección que llevaba a la casa de ella. A veces, solo queda dejar que las cosas se den naturalmente. Al menos así se consolaban mientras uno miraba su teléfono y la otra volteaba al escuchar el motor de algún automóvil acercándose por detrás.




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