Marina terminó de limpiar la mesada sobre la que trabajaba. Había restos de crema, frutas y chispas de chocolate alrededor de un maravilloso pastel de dos pisos. Era para una quinceañera. Otra princesa más a quienes sus padres la festejaban.
Levantó el pesado pastel y lo guardó en la heladera industrial. Cuando tuvo todo en orden, destapó una cerveza de lata plateada y recorrió el local de la cafetería con la mirada. Adentro, solo estaba alumbrada la cocina. El salón se iluminaba de a momentos, gracias a los destellos de los autos que pasaban.
Se sentó en una banqueta alta delante de la barra, en la semioscuridad.
Ya era diciembre y pronto acabaría el año. Otro más que se iba cargado de dudas. A pesar de sus esfuerzos y del paso del tiempo, aún no había podido descubrir la verdad. Había vislumbrado una luz de esperanza meses atrás, cuando vio llegar a Adrián de vuelta al pueblo. Su inalterada amistad tenía un objetivo: que él confiara a ella la verdad. Pero, ¿qué verdad sería esa? Puesto que Adrián todavía no daba el brazo a torcer.
Días atrás, Marina había llevado su auto al taller de Lucio y lo encontró allí, repantingado en una reposera de arpillera vieja. Su viejo amigo, tan conocido durante las épocas de colegio, tan compinche, ahora era una máscara seria detrás de la que se ocultaba un oscuro secreto: aquel de la última noche de Estrella.
“Tengo una sorpresa preparada para Adrián”, había confiado la reina a sus amigas.
Esa frase atormentaba a toda la familia Cévoli desde hacía siete años. ¿Cómo él pudo aprovecharse de una adolescente? Porque, aunque la investigación no daba en el clavo y aún no se sabía a ciencia cierta cómo esa tarde de bromas y chistes había terminado con la vida de Estrella, los dedos apuntaban acusadores a Adrián.
Él, ¿había recibido la sorpresa de parte de Estrella?
Ahora Marina lo miraba estar, solamente existir, y se lamentaba: ojalá hubiera actuado esa tarde. Tal vez hubiera podido evitar la desaparición de su prima y luego… Eso también… Su pérdida. Tanto le costaba decir “su asesinato”.
Se sentó en una reposera al lado de Adrián mientras Lucio levantaba el capó de su auto bordó.
—Hola, extraño —lo saludó.
—Hola, chica. ¿Tu carroza anda mal?
—Hace este ruido extraño cada tanto y yo no entiendo si es de viejo, de maña o qué…
Lo miró de reojo. Adrián fruncía el ceño en silencio y miraba algún punto perdido en el horizonte.
“Es él”, pensó. “O tal vez no”. Y fue sentada a su lado en un taller mecánico que se preguntó por millonésima vez por qué nadie había dicho la verdad.
Estrella estaba enamorada de Adrián. Sí. Y todos lo sabían.
Pero Adrián, él no estaba interesado en ella.
Esa información hubiera cambiado el rumbo de la investigación. Tal vez la fiscalía hubiera pedido más peritajes, se hubieran hecho más interrogatorios. Pero no. La gente con sus habladurías había dado el caso por cerrado. Para ellos, era una simple suma de dos más dos: Adrián gustaba de Estrella y ella no de él, por eso la había matado. Todo lo equivocado que podía ser.
Pero tal vez, y solo tal vez, él fuera realmente inocente como siempre había asegurado.
Sin embargo, estaba esta incipiente situación con la nena del supermercado, la artista. ¿Cómo se llamaba? Claro que se sabía su nombre a la perfección: era Selena.
Marina los había visto charlando. Algunas veces, de casualidad, los había encontrado compartiendo alguna conversación a solas. Le llamaba la atención la actitud de Adrián quien, desde llegado, había mantenido un perfil bajo. En su lugar, y con esta chica, no parecía cuidarse. Si bien la expresión de su rostro se mantenía siempre impasible e impenetrable.
¿Qué pasaba por su cabeza?
Quería sacar el tema a colación, pero no se le ocurría cómo.
—Como sigas dándole vueltas al asunto, te marearás, Marina —le sugirió Adrián. La miraba de costado, con una media sonrisa en la comisura de la boca.
—Solo estoy preocupada —tanteó un inicio—. Te he visto con la artista, Selena. Me preocupa que la gente también te vea.
Adrián se envaró.
—¿Por qué? No hay razón para que no me vean. No estoy haciendo nada malo. Selena es una compañera de trabajo.
Sus palabras se le agolparon en la boca, apuradas por salir. Su mente viajó en una milésima de segundo a ese instante en la playa. ¿Alguien los había visto solos? Él luego la había traído hasta la casa. ¿La gente lo había notado?
—Simplemente quiero que te cuides. La gente tiene mucho odio todavía. No perdonan y no olvidan.
Sí, había pasado algo. Lo vio un instante en su mirada: lo había asustado. Un recuerdo lo atravesó mientras ella le llamaba la atención. Nuevamente, la duda. ¿Quién era Adrián? ¿Era seguro seguir jugando a la amiga para conocer su verdad?
—Tal vez Selena está en peligro.
Marina, rumiando el mismo tema, se acercó a Lucio.
—¿Qué te hace pensar eso? —El mecánico se levantó de debajo del capó del auto de su amiga y la miró a los ojos. Quizás un poco nervioso, quizás un poco preocupado.
Marina le contó la charla con Adrián y sus sospechas.
—Nadie pudo probar la culpabilidad de Adrián. Tal vez deberíamos darle una oportunidad… —La chica quiso interrumpir, pero su amigo apuró la palabra—: Pronto se irá. Quizás deberíamos confiar en que esta vez lo hará sin hacer ruido.
—Quiero que Estrella descanse en paz.
—Tranquila, nena. No la vas a traer a la vida. Deja el pasado atrás.
—Tampoco confías en él.
—Tampoco desconfío.
—¿Y si Selena es la nueva Estrella?
—Entonces tendrás resuelto el caso de tu prima…
Adrián había dejado olvidada la billetera en el taller. Volvió justo a tiempo para escuchar la charla de sus amigos. O de quienes creía amigos.
De vuelta en su camioneta, se sentó en el silencio de la cabina y olió el aroma de Selena, más imaginando que sintiendo.