Lucifer también tiene alas

18.

Adrián se sentó en el living de la casa. El lugar estaba completamente vacío y su voz retumbaba en las habitaciones despobladas. Tocó las baldosas del suelo gris y le gustó la sensación. La casa estaba finalmente lista.

Los contratistas habían terminado de llevarse sus bártulos ese mismo día. Mañana en horas tempranas, un corredor inmobiliario iría a tasar la casa. Cuando ese trámite estuviera listo, él podría volver a la ruta, a la vida lejos del pueblo.

No tenía mucho con qué festejar más que una botella de jugo de naranja que había traído del supermercado. Cuando la destapó, unos leves golpecitos en la puerta llamaron su atención. No esperaba a nadie.

Abrió la puerta de par en par, creyendo que se encontraría con el arquitecto o con algún albañil que podría haber dejado atrás una brocha o una cuchara. Sin embargo, se le reveló adelante la más maravillosa aparición que hubiera podido esperar. Bajo el dintel estaba de pie Selena, aún vistiendo la chomba verde del supermercado y con una coleta alta despeinada.

Adrián se hizo a un lado y la dejó pasar.

—Bienvenida. Esta es casi la casa de mi niñez.

Selena abrió los ojos grandes. Evidentemente, el lugar había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí.

—Solo tengo un poco de jugo para ofrecerte. Y ni siquiera está frío —se disculpó Adrián.

Recorrieron la casa en silencio. Cada tanto, él hacía alguna indicación. El altillo que lo asustaba de niño, la habitación de su hermana, la biblioteca de su padre.

En la habitación de Adrián, se sentaron contra la pared, uno junto a otro. Allí, él narró historias de su niñez, recuerdos de su adolescencia y anécdotas de su primera juventud. Selena, cuya imaginación sobrepasaba los límites conocidos, formaba sus propias imágenes mentales.

Cuando la narración encontró su fin, se quedaron juntos mirando la pared opuesta. El sol menguaba lentamente y robaba luz a la estancia. En la penumbra, Selena extendió la mano y tomó la de Adrián.

—¿Me das un beso? —preguntó mirando hacia el frente, sin animarse a enfrentarlo.

Adrián había estado guardando las ganas desde el momento en que hubo abierto la puerta un par de horas atrás. Ella era hermosa, pequeña y femenina. Incluso con su chomba color verde manzana.

Él se giró lentamente, le acarició el rostro y le besó la boca. Fue un beso muy simple. Fue un beso esperado.

—¿Te gustó? —Indagó Selena.

—¿Cómo no me va a gustar?

La miró de nuevo e hizo un nuevo intento. Esta vez, el beso fue más profundo. Mientras él acariciaba su rostro, ella hacía lo propio con sus manos, bajando por los brazos hasta tomar su cintura.

Se abrazaron. No había necesidad de muchas palabras. Ella sabía lo que ese momento significaba: se estaban despidiendo. Pronto, desde la inmobiliaria se harían cargo de la casa restaurada y Adrián se iría de nuevo. Esta vez para siempre.

Entonces lo besó de nuevo, esta vez con más urgencia. Adrián también sentía el deseo. No había dejado de pensar en ella desde la tarde en la playa. “Es ella”, pensaba y besaba. “Es ella”.

Selena se dejó llevar. Si era la última vez que estaba a solas con él, bien podía valer la pena. Pronto sus ropas eran un montón al costado y sus pieles se rozaban con vergüenza, admiración y sentimientos.

De todas las primeras veces, esta fue la más hermosa. Se habían estado esperando durante siete años. Durante siete años habían sido uno del otro sin recordarlo.

 

Él los vio salir juntos. Selena bajaba la mirada, pero sonreía ampliamente. Adrián iba de ceño fruncido, como era su costumbre, pero robaba miradas a la chica.

Los vio y se dio cuenta: habían estado juntos. Habían hecho el amor. El corazón de Selena pertenecía a Adrián. Y lo peor era que, esta vez, él le correspondía. ¿Por qué? ¿Por qué?

No podía seguirlos. Ella no conocía su camioneta pero él sí; y corría riesgo de que lo reconociera. Debía esperar, pensar con calma. “Las cosas no quedarán así”, se prometió. Ya una vez había casi logrado arruinar la vida de Adrián; ahora lo intentaría de nuevo. Estaba cansado de ser el segundo, el perdedor. “Las cosas no quedarán así”, dijo de nuevo mientras una idea comenzaba a formarse en su cabeza.

 

La mirada de Adrián se centraba en el camino mientras que la de Selena se ocupaba de mirarlo a él.

—Te arrepientes —afirmó ella. Él se mantenía en silencio.

—No es eso… —Él buscó palabras que no pudieran herirla, aunque no sabía si existían—. Es solo que pronto deberé irme.

—Sí, lo sé. Y sé que pronto es posiblemente mañana. No por eso tienes que arrepentirte.

La madurez de Selena lo sacudió un poco. Se imaginó que ahora vendría una escena sobre las muchas o pocas razones por las que él debía quedarse en el pueblo. Pero no hubo discursos románticos y lagrimosos. A cambio, ella le hizo la pregunta obligada de la situación:

—¿Puedo saber qué te pasó en la espalda?

Él se rio un poco, de lado.

—Estuve trabajando en la construcción hace algunos años. Alguna que otra no tenía la habilitación correspondiente y, en esos casos, sucedes accidentes. Me caí desde un segundo piso sobre losa recién hecha. La quebré y me lastimó la espalda. Fin del cuento.

La miró asentir, como si de pronto estuviera oyendo la respuesta a una pregunta demasiado importante.

—Parecen alas —dijo Selena por lo bajo.

Adrián se rio de lado. Era la primera vez que oía esa versión. Si bien generalmente no llegaba a hablar tanto con aquellas mujeres con quienes intimaba como para escuchar sus ideas sobre lo que él podría o no ser.

“Parecen alas”. Pero Lucifer también tiene alas, pensó y no lo dijo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.