Lucifer también tiene alas

21.

Cortó camino por el campo, incapaz de acercarse a la ruta. La guiaba la luna oscura en el cielo, y las estrellas que no sabía leer. Por la espalda le corría una gota que bien podía ser tanto de sudor como de miedo. Mucho miedo.

Estaba cansada, las piernas le pesaban y los músculos se le tensaban del esfuerzo. Se había caído un par de veces y tenía las rodillas lastimadas. Las manos estaban iguales, o peores. En un intento por ganar terreno, había intentado saltar un alambrado que resultó tener púas. Se le habían hundido en la carne sin piedad y ahora ardía como un infierno.

Los ojos se le habían acostumbrado a la oscuridad, creía que vería alguna casa si pasaba lo suficientemente cerca de una. Pero la realidad es que el campo era más amplio de lo esperado. Y ella lo desconocía plenamente.

Quizás solo debiera tenderse y esperar al amanecer. Eso se decía, pero igual seguía caminando. Así pasaron los minutos, y con ellos, las horas. Así se terminó la noche y dio paso al día.

Con las primeras luces, llegó hasta un bebedero para ganado. Allí se refrescó e incluso reunió coraje y tomó algunos sorbos de agua. Estaba exhausta, sedienta y famélica. No sabía cuánto tiempo había pasado corriendo, sin más reservas energéticas que las que le había dado la ensalada del almuerzo del día anterior.

Se sentó en la tierra pisada alrededor del bebedero. “Un momento de descanso”, se dijo, pero su cuerpo se negó a volver a moverse. Le dolía todo.

Así la encontró un perro, y detrás suyo, su dueño, uno de los trabajadores del campo.

—¡Oye! ¡Despierta! ¿Estás bien?

El hombre la zarandeó del hombro. Selena reaccionó de a poco, asustada ante la intromisión de ese hombre dentro de su sueño. Un sueño raro en el que escapaba a través del campo, tal vez para salvar su vida.

—Despierta, dime quién eres. ¿Qué haces aquí?

Con estupor, Selena se dio cuenta de que aquello no era un sueño.

—Ayúdeme. Por favor. Ayúdeme.

El hombre le tendió una cantimplora de agua y ella se llenó la boca reseca. Luego le dio una mano para levantarse y la acompañó hasta la camioneta.

La visión de esta asustó al principio a Selena, pero luego descubrió que no era la misma del mecánico. En silencio viajó a campo traviesa hasta una casa, donde la recibió una mujer asombrada.

—¿Qué ha pasado, Rubén?

—No lo sé. Intenta hacerla hablar, no me ha dicho nada.

La mujer reconfortó a Selena ubicándola en tiempo y espacio. Al parecer, no estaban lejos de la ciudad, y ya eran las seis treinta de la mañana. Esa era su casa, donde vivían con su marido mientras los hijos, ya mayores, habían decidido mudarse a la ciudad.

—Ahora cuéntame, ¿qué te ha pasado?

Selena intentó beber agua y pidió que por favor llamaran a su abuela. Necesitaba decirle dónde estaba. Quería que fuera por ella. Sentía que contar toda la historia implicaría a Adrián, y no quería hacerlo.

—Un hombre me dijo que me alcanzaría hasta mi casa y luego, simplemente, tomó por otro camino… Me tiré de su camioneta en la ruta anoche y me escondí en el campo. He caminado hasta llegar al bebedero. Por favor, llamen a mi abuela.

Desde un número desconocido, entró finalmente una llamada al teléfono de Nora. Dado el estado nervioso en que ella se encontraba, un oficial tomó el móvil y atendió. Un hombre había encontrado a Selena en el campo, no muy lejos de la ciudad. Había intentado que bebiera agua pero su estómago no la soportaba. No se la veía muy bien. Al parecer, había logrado huir de un hombre que la había raptado.

Más tarde, cuando ya la habían buscado, Selena se desmayó en el patrullero donde la trasladaban a la seguridad de la comisaría.




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