Lucifer también tiene alas

22.

—Despierta, hija. Te estamos esperando.

Selena entreabrió los ojos, arrullada por la voz de su nana que le acariciaba el cabello. Tenía una vía en el brazo por donde la hidrataban. El médico había dicho que pronto recuperaría el conocimiento, pero habían pasado horas cuando finalmente despertó.

—Abuela, tuve mucho miedo.

Nora la abrazó fuerte y lloró. Le contó sobre el nudo en la garganta que tenía desde hacía siete años y la nieta le abrió el corazón finalmente sobre el mismo tiempo: ella había ido hasta allá con Adrián y lo había ocultado.

—La policía necesita tu declaración, hija. Y creo que Adrián quiere saber que ya despertaste.

—Abuela… —Comenzó Selena. Pero Nora cortó su frase:

—Está bien, ya lo sé. Ya lo venía presintiendo desde hace meses. Solo espero que no te rompa mucho el corazón.

—Ya está roto —dijo ella en un susurro.

Adrián entró a la habitación blanca contrastando con jeans y remera negra. Su cabello revuelto por los nervios. El ángel caído de Selena. La miró y sonrió de lado. No quería acercarse y que ella notara toda la ansiedad que había experimentado al saber que estaba en peligro. Prefería guardar algunas sensaciones para sí.

Se tomaron de la mano mientras la abuela se alejaba discretamente. Ella las tenía vendadas.

—¿Cómo estás? Aún no entiendo qué fue lo que pasó. O por qué pasó.

Selena puso en orden sus pensamientos y se largó a hablar:

—El mecánico… Él estaba enamorado de Estrella. Dijo que ella murió por tu culpa. Dijo que al principio solo serví para amenazar a mi abuela, pero que después, con el tiempo, se fijó en mí. Que yo le gusto igual o más de lo que le gustaba Estrella. Y que no era justo que tanto ella como yo nos fijemos en ti estando él de por medio.

En la mente de Adrián, fragmentos de recuerdos vividos hacía siete años e incluso más se mezclaban de pronto con frases escuchadas de boca de Lucio. Imaginar de pronto un enamoramiento de su parte hacia ella no parecía ser tan descabellado. Incluso estaba esa rosa por la que tanto se había enojado él.

—Dijo que no me iba a perdonar por ese día en tu casa. Adrián… Él inició el fuego. Estaba enojado. Mucho. —Hizo una pausa—. Creo que está muy loco.

Había pasado tanto tiempo, y tantas cosas en el medio, que parecía imposible que se pudiera esclarecer la muerte de Estrella. Él, entre todos, ¿por qué Lucio? Si parecía ser su mejor amigo, su único amigo.

Adrián le daba vueltas pero nada parecía tener sentido.

Pero lo único que le importaba en ese momento era ella, la única ella, que estaba físicamente agotada y emocionalmente devastada por su culpa.

 

El diario local no daba abasto. En cuarenta y ocho horas, había publicado un incendio, un secuestro, las nuevas pruebas en el caso de Estrella, la búsqueda de un prófugo… Y en todas las notas se lo mencionaba, por una u otra razón, a Adrián Lerner.

El pueblo que ni olvida ni perdona seguía apuntando el dedo hacia él. “Es lo de menos”, pensó. Lástima por esa noticia en la que se revelaba el nombre de Selena y su relación naciente. Si bien ella permanecía en el hospital con custodia policial hasta nuevo aviso, los curiosos ya se habían acercado a casa de la abuela Nora en busca del chisme.

Una psicóloga del servicio acompañó a Selena en su recuperación y declaración ante la policía.

–¿Cómo te sientes con respecto Adrián Lerner? Él ha estado en la mira de la ciudad por muchos años. ¿Crees que puedas manejar las habladurías que se tejerán de ahora en más en torno a ti también?

La terapeuta era baja, de cabellos enrulados esponjosos y ojos buenos. Se notaba su preocupación.

—No estoy del todo segura sobre lo que pasa ahí afuera. Mi abuela no me cuenta mucho, Adrián tampoco. Pero sé que han salido algunas notas en el periódico donde se menciona mi nombre. No sé si eso está bien.

—¿Sabes si Adrián sigue con la idea de irse? Quizás deje en ti una carga muy grande cuando lo haga. Tú te quedas en la ciudad, él puede irse a un lugar donde vivir de nuevo en el anonimato.

—No puedo arrepentirme por enamorarme —Selena bajó la mirada—. Él estuvo presente años atrás. Me reconfortó cuando era pequeña, una vez acá en el hospital, en la sala de espera. Y luego me acompañó cuando vi a mi padre drogado y empapado de su propio sudor y babas…

—A veces, el amor se disfraza de lealtad —agregó la psicóloga.

—Pero la lealtad es también parte del amor. —Hizo una pausa y la miró a los ojos—: Yo sé lo que siento, sé lo que hice y asumiré las consecuencias de eso. Adrián se irá pronto. Incluso sé que tiene listo su boleto. Pero yo me quedaré y seguiré viendo las mismas caras todos los días. Hablarán, sí, y tendré que asumirlo. Al menos hasta que yo también, algún día, tome el coraje de irme.

—¿Piensas irte con él?

—Doctora —los ojos de Selena se volvieron tristes—, yo no creo en los cuentos de hadas.

Pero, ¿quién, en su sano juicio, no cree en los cuentos de hadas? Sobre todo cuando el mismísimo Adrián (el de las alas) entró a la habitación donde dormía Selena y la despertó con un beso en la frente.

—Hola, pequeña.

Juntaron las cabezas y hablaron bajito, como quienes tienen secretos que contarse y planes para revelarse.

—Me quedo unos días más. La policía todavía me quiere acá para declarar. La fiscalía reabrirá el caso de Estrella.

—Oh… Lo lamento. Sé cuántas ganas tienes de irte.

—No lo sabes. Tampoco sabes cuántas ganas tengo de tener razones para quedarme.




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