Por las calles de la ciudad entera se oían los mismos chismes, junto con los nombres de Adrián, Selena y Estrella. Los padres de la reina recibían más visitas de lo normal, tanto que empezaban a planear un viaje que los llevara lejos de todo.
Una tarde de diciembre, sin preámbulos, la señora Cévoli marcó el número de Adrián. Intentó que su voz sonara relajada, pero él notó sus nervios y lágrimas contenidas.
—Quería saber si podemos vernos un momento —tomó coraje la madre de Estrella—. Creo que nos debemos una charla.
Rápidamente, Adrián pensó en negarse. Pero después supuso que sería bueno para ambos, que quizás lograrían cerrar una etapa.
Esa tarde, cuando el calor apretaba menos, Adrián llegó a la casa que con tanto ahínco había evitado durante siete años. En un living perfectamente decorado, se sentaron frente a frente los dueños de casa y el visitante. El lugar era un museo dedicado entero a la memoria de Estrella.
—Sabías que ella era nuestra única hija, ¿verdad?
Adrián asintió. El dolor de esos padres no tenía igual. Y, sin embargo, no podía llegar a perdonarlos del todo por tantos años en que su propia familia había sufrido.
—¿Cómo está Selena? —Preguntó la señora—. Me parece una locura que todo haya vuelto a repetirse… Temo cada noche desde que supimos la verdad.
—No debe preocuparse, la policía está en ello. Más temprano que tarde, encontrarán a Lucio. —Hizo una pausa y agregó—: Lamento mucho no haberme dado cuenta de nada. Él era mi mejor amigo y Estrella, una de mis amigas más queridas. Nunca imaginé que por mi causa pudiera sucederle algo malo.
—Algo muy malo —lanzó el padre, quien no había estado de acuerdo en recibir todavía a Adrián en su casa.
La visita fue corta; no duró más que media hora. La madre de Estrella lloró, su padre se mantuvo incólume, Adrián tembló durante todo el rato.
—Nos debíamos una charla y mirarnos a los ojos alguna vez —saludó la señora Cévoli a Adrián cuando este se retiraba. —Ahora intentemos vivir sin demasiados rencores.
¡Como si eso fuera posible! Como si pudieran tapar todo el daño que le hicieron con un refresco y una palmada en la espalda.
Más tarde, Marina se acercó hasta el hospital a ver a Selena. Había cosas que quería hablar con ella a solas. La enferma la recibió con recelo, insegura de lo que esa visita pudiera significar. Pero finalmente se sentaron frente a frente y hablaron.
—Quiero que me cuentes sobre Lucio, Selena. Por favor.
El tópico de la conversación la asombró. Esperaba que Marina quisiera hablar de Adrián, pero al parecer ella venía con ideas distintas.
—No tengo mucho que contar. Lo que sé es lo que le dije a la policía. Él me dijo que estaba enamorado de Estrella. Sé que pelearon. Es lo que contó mi abuela que vio esa noche en el puente.
—Estrella bebía los vientos por Adrián. Quienes lo quisieron culpar tomaron ese enamoramiento y lo convirtieron en una relación que en realidad nunca existió. Adrián nunca la correspondió. Pero la tarde en que desapareció, ella dijo que tenía una sorpresa para él. Eso levantó sospechas.
—Estrella se fue caminando a su casa, como hice yo. Lucio la interceptó y le prometió alcanzarla. Pero en su lugar, la llevó lejos, cruzando el puente. Ahí se le declaró —Selena hizo silencio—. Es un hombre que da miedo. Cuando me dijo que se había fijado en mí, sus ojos estaban como… No sé cómo describirlos… Feos. Me asusté.
—Pocos meses atrás, él me contó que había conocido a alguien. Supuse que era algo mutuo. Pero en el último tiempo, desde que llegó Adrián, yo lo notaba más evasivo. Nunca me imaginé…
De pronto, Marina bajó la cara hacia sus manos y lloró. Entrecortadamente, se confesó:
—Yo creí estar enamorada de él. Y ahora, sé que él mató a mi prima. ¿En qué clase de mala persona me convierte eso?
Selena quedó estupefacta. Con cada minuto que pasaba, ese drama sí que daba para más.
La abrazó como a una hermana (o como suponía que lo haría con una) y le acarició el cabello. Cuando Marina se calmó, se alejó un poco y le alcanzó un pañuelo de la mesa de noche.
—Está bien, todo va a estar bien. ¿Cómo podías saberlo? Nadie lo sabía. Yo misma lo dudaba.
—Lo sé. Pero algo ha de estar mal en mí si todo este tiempo estuve enamorada de una persona tan mala.
Entonces una claridad que no había tenido antes alcanzó a Selena.
—Marina, tú sabes dónde está él, ¿verdad?
Había una casita de troncos río arriba, donde la tierra no era de nadie y los cazadores pasaban la noche alguna vez. Allí se había recluido Lucio a la espera de que las cosas en el pueblo se calmaran y pudiera volver a su taller. ¿Cuánto tiempo tardaría eso? ¿Un mes? ¿Dos meses? Pero la gente siempre habla de lo que no sabe. ¿Hasta dónde hablarían mal de él? ¿Perdería muchos clientes?
Todo por culpa de esa tonta de Selena. Ella lo había seducido poco a poco con su belleza de nena bien y su sonrisa de supermercado y ahora lo echaba a los lobos. Lo cambiaba por Adrián, un tipo que había tenido la suerte de huir del tedio y la monotonía de esa ciudad que nunca cambia, nunca crece ni se muerte.
Llagada la quinta noche allí, vio acercarse a lo lejos un auto. Alerta, se escondió. Pero no era otra que Marina quien se acercaba en su cacharro pequeño y ruidoso.
—¿Qué haces aquí?
—Lucio, te buscan. ¿Qué has hecho tú?
—¡Nada! —La estrategia era negar, negar y negar. Y apelar a los sentimientos que, siempre supo, la mujer sentía por él—. ¿Puedes creer lo que diga una niña antes que lo que diga yo?
—Aún no te he dicho qué dice quién. Veo que ya estás al tanto.
Era verdad. Marina no había dicho nada de Selena, era él quien ya sabía lo que diría porque no estaría mintiendo. Él la había secuestrado.
—Ella se tiró de la camioneta, como loca. Yo solo la llevaba a dar un paseo —levantó las manos en señal de inocencia el fugitivo.