Luciferina

Sexto pecado

Al parecer el enfrentamiento contra Blasfemadiel era inevitable. El muy bastardo se atrevió a golpearme y esa ofensa no la dejaría pasar.

—Te arrepentirás por lo que acabas de hacer —le dije.

El demonio se abalanzó nuevamente sobre mi, creyendo que me sorprendería; pero soy más rápida y evidentemente más fuerte. Lo esquivé y agarré del brazo, lo golpee en su feo rostro para luego tirarlo hacia una pared fuertemente.

—Sabes que no tienes oportunidad Blasfemadiel.

—Eres fuerte, como es de esperarse de la hija del diablo. Que te hace querer estar aquí, con estos humanos —respondió.

—No lo sé, simplemente me aburría y quería divertirme con algo diferente. Mencionale eso a mi padre —dije mientras lo sujetaba del cuello y lo llevaba hacia la brecha dimensional.

La brecha a simple vista no era visible, al menos para un humano. Esta al sentir la presencia de un ser espiritual, se abre al instante succionando aquel que este muy cerca de ella. Por desgracia para él, Blasfemadiel estaba a punto de experimentar lo antes mencionado.

La brecha se abrió al sentir nuestra presencia y solo bastó acercar lo suficiente al demonio para que lo arrastrara a las profundidades del averno nuevamente.

—Listo, la basura está sacada —dije sacudiendo mis manos la una con la otra.

Las clases de hoy se me habían sido interrumpidas y no tenía la menor intención de volver a clases en lo que resta del día, digo, en realidad es una verdadera tortura estar ahi; no sé como todos los humanos lo soportan voluntariamente. Ademas, me siento algo estresada y prefiero ir por un trago.

Había un bar cerca del lugar en donde estaba, a unos cuantos kilómetros, así que me dirigí allí. Llegué a su entrada y un tipo fortachón estaba parado interrumpiendo.

—A un lado, gordo —le dije.

—Que hace por aquí una niña, las mocosas como tú no deberían estar solas por estos lugares —dijo el hombre con su voz ronca.

—Cállate y déjame pasar.

—A menos de que traigas una identificación que certifique que eres mayor de 18 años, largo de aquí

—¿18? —solté una carcajada—. Estupido humano, tengo más de 2000 mil años y no tengo ánimos de seguir escuchando tu fea voz, así que me dejas entrar o pasaré a la fuerza y sufrirás las consecuencias —agregué mientras mis ojos brillaban con un rojo escarlata amenazante.

El fortachón de hace un momento se quebró al sentir tal intimidación y no tuvo más opción que dejarme el paso libre. Era hora de embriagarme o tratar al menos.

 




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