Luciferina

Séptimo pecado

Conocí a un chico dentro del bar, se acercó a mi con la excusa de invitarme un trago. Era guapo, alto, de cabello negro y ojos oscuros. Vestía una chaqueta de cuero que llamaba mucho la atención. Por supuesto acepté el trago, una buena copa de alcohol gratis no se puede despreciar.

—Entonces dejame ver si entendí, eres la hija del diablo la cual vino hace unos meses a la tierra para iniciar una nueva vida —dice el desconocido al cual le conté mi vida mientras bebíamos.

—Exacto, no es tan difícil de entender ¿no? —respondí y bebí de mi whisky.

—Ehhh pues debo confesarte algo, resulta que soy mitad humano mitad ángel...

Una carcajada brotó de mi e hizo que escupiera mi trago en su rostro. Los humanos son tan idiotas; pero eso es lo que los hacen tan divertidos.

—¿De verdad? Muéstrale tus alas, "mitad ángel" —dije sarcásticamente, pues sabía de sobra que no lo era. Sería una deshonra para mi y todo lo que represento el no saber identificar un ángel.  Su aroma se distingue a kilómetros y su presencia es muy distinta a la de un demonio, humano u otro ser sobrenatural.

—Ehh... —tose—. No puedo, las personas podrían ver mis alas y asustarse —agrega.

—Idiota, se que tratas de burlarte de mi —dije con tono burlón—. Puedo distinguir un ángel con tan solo verlo y tú solo eres un simple mortal —le acaricié el rostro.

—¿Tan malo soy haciendo bromas? —reía.

—Ya que no me crees, ven conmigo y te mostraré lo ardiente que puede ser el infierno —lo tomé y llevé conmigo de la mano. La parte de atrás a las afueras del bar estaba solo. 

Lo sujete del cuello y le besé, pasé mis manos por todo su cuerpo mientras lo empujaba bruscamente hacía la pared.

—Que fuerte eres —dijo.

—Como no te puedes imaginar —respondí coquetamente.

—Si esto es el infierno, me encanta —agregó irónicamente. Pobre, no sabía lo que decía.

Nuestra respiración empezó hacerse más fuerte y el calor aumentaba. El sexo era bueno, los humanos son expertos en lo que concierne al pecado de la carne y erotismo. Me encanta.

—Soy Damián, por cierto... —dijo entre cortado mientras cogíamos.

—Yo Luciferina, ahora calla... 

 




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