María, dulce y fría María. Quiero saber tus secretos. Desde el primer día en que me topé contigo, fuiste interesante. Puedes parecer común ante ojos normales; pero con los míos puedo ver lo singular que eres. Saber que te hace especial, es lo que ahora llama mi curiosidad.
—Me asustas, Luciferina —refuta María.
—Que, ¿por qué? Puedo sentir tus sentimientos y sé que no sientes miedo.
—Es una expresión —responde—. Quiero decir, que son esas cosas que me acabas de decir. ¿Secretos? ¿Que soy especial?, lamento decírtelo pero soy una chica normal.
—Claro, eres tan mortal como cualquier otro humano de por aquí. Lo que te hace diferente es algo que aún no puedo ver —dije.
—Hablas como si tu no fueses humana también.
—Ya te lo he dicho, ¿no?
El timbre que marcaba el final del receso sonó.
—Si, eres la hija de Satán —responde sarcásticamente mientras recoge sus cosas y se levanta del asiento—. Bueno, entonces suerte con tratar de encontrar ese "algo" —agrega—. Lo lamento, pero tengo que ir a clases.
—¡A quien le importan las clases! —Exclamé.
—A mi, nos vemos —y se despide con una sonrisa forzada en su rostro.
Un suspiro salió de mi boca. Como podía alguien tan pequeño causarme tanta intriga. A mi, la hija del diablo. Aquella que lo ha visto todo al pasar de los siglos.
Mientras tanto, algo que no esperaba estaba surgiendo de las profundidades del averno. Las cosas se iban a poner feas y yo no estaba de humor para lidiar con pestes infernales por el momento. Ya tenía suficiente con los Tracks.
Pero lo que yo quería no importaba en lo más mínimo, ¿no es cierto, papá?
Como te odio...