La sangre hervía en mis venas.
—No puedo creer que nuestro padre te haya enviado —refuté exasperada.
—Sabes como es él, no se rinde nunca. Aún así no pienso obligarte hermanita, es lo menos que quiero. Sabes que no soy un salvaje.
—¡Ja! Si, claro. Como si no te conociera en realidad. No te llaman pecado de la gula por nada...
—Bueno, no lo soy ahora. No pienso llevarte al infierno por medio de la fuerza. Tu misma decidirás venir conmigo cuando estés lista.
—Como si eso fuese a pasar. Me fui del infierno precisamente por eso. No me gusta ser manipulada, hermano.
—¡Y yo lo sé! —Exclamó despreocupadamente—. Sabes qué, no hablemos por ahora de eso y mejor vamos a pasear. Muéstrame algo divertido que pueda brindar este plano, hace mucho que no camino entre los mortales.
—Estas desnudo, estúpido. No puedes andar por ahí así.
—Oh, es cierto, pues no se diga más —ríe—. ¡Vamos de compras!
Despues de obtener algo de ropa, quiso quedarse conmigo en casa, cosa que por supuesto no permitiría. Ese era mi templo y lugar de tortura para el sexo, entre otras cosas. Así que le obligué a que se consiguiera otro sitio, no le sería difícil. Increíblemente no se opuso a la idea.
Y así fue como mi estúpido; pero peligroso hermano entró nuevamente a mi vida... digo, a mi nueva vida.