Luciferu

Obertura II: Planificación de la Conquista.

En el vacío interminable del Gehena, donde la ceniza flotaba como un eco de antiguas catástrofes, Lucifer se encontraba sentado en un trono improvisado, hecho no de oro ni de piedra, sino de los huesos de los derrotados. No era por ostentación, sino por mensaje: todo lo que se opusiera debia moldeado para servir. Frente a él, un mapa etéreo flotaba, un intrincado tapiz de fuego, sombras y grietas brillantes que representaba los dominios del Infierno y el Gehena. Lucifer lo observaba con calma, cada movimiento calculado, cada pensamiento afilado como una hoja. A su alrededor, los príncipes y potestades que le eran leales se mantenían en silencio, inmóviles bajo la abrumadora presencia de su señor.

El primer paso era claro: unificar el infierno. Pero incluso para Lucifer, esto no sería una tarea sencilla. Los grandes príncipes de Onio y las potestades que se habían declarado independientes desde la caída en desgracia de Mephisto no cederían fácilmente. Asmodeus, el príncipe de los tormentos; Belphegor, amo del letargo y la corrupción; y Mammon, señor de la codicia, eran los tres obstáculos principales. Cada uno controlaba legiones y fortificaciones que habían convertido sus dominios en fortalezas impenetrables.

Lucifer se puso de pie, y el mapa respondió a su movimiento. Tres puntos ardieron más intensamente en el lienzo: las fortalezas de los príncipes rebeldes.

—Ellos aún creen que pueden resistir —murmuró, su voz como un susurro de hielo quebrándose, calmada pero inapelable—. Aún creen que el poder que ostentan les pertenece. Pero olvidan que todo poder proviene de una fuente... y esa fuente soy yo.

Un principado menor, temeroso, se atrevió a hablar:

—Señor, sus legiones son numerosas, y su voluntad de hierro. ¿Cómo... cómo planea someterlos sin desatar un caos aún mayor?

Lucifer giró su mirada plateada hacia el principado, y este cayó de rodillas, sin atreverse a sostener su mirada. El hijo del Altísimo avanzó un paso, y su presencia pareció doblar la realidad misma.

—El caos ya es nuestra casa. Pero yo no planeo destruirlos, no todavía. Necesitamos sus fuerzas... su devoción. El infierno dividido es débil; un infierno unido será imparable.

Se dirigió entonces al consejo de sus leales:

—Primero, enviaremos emisarios. No de paz, sino de recordatorio. Recordarán quién soy, y lo que significa enfrentarse a mí. Si se doblegan, serán bienvenidos en mi redil. Si no...

Lucifer levantó una mano, y en el mapa, las fortalezas de los príncipes estallaron en llamas.

—Se convertirán en ejemplos.

Uno de los principados, más osado, dio un paso adelante: Abaddon, el destructor.

—Lucifer, sus ejércitos no se someterán sin lucha. Belphegor en particular es astuto. Controla los pasos del Gehena oriental; sus túneles son una trampa mortal para cualquier legión que intente pasar. ¿Cómo espera superarlo?

Lucifer no se inmutó. Su voz, siempre calmada, resonó con una certeza aterradora:

—El letargo de Belphegor es su mayor debilidad. Su reino está lleno de viciosos y perezosos. Mandaremos agentes que alimenten esas debilidades, que siembren discordia desde dentro. Para cuando llegue el momento de marchar, su fortaleza será una ruina, y sus propios generales lo habrán traicionado.

Lucifer volvió su atención al resto del mapa.

—Asmodeus confía demasiado en sus tormentos. Cree que el miedo es la única herramienta para gobernar. Lo enfrentaremos con lo que más teme: la esperanza. Daremos a sus esclavos una razón para rebelarse. Mientras lucha contra su propia casa, lo atacaremos desde las sombras.

—¿Y Mammon? —inquirió otro principado.

Lucifer sonrió apenas, como si la pregunta fuera casi ofensiva.

—Mammon es un comerciante, no un guerrero. Su codicia lo llevará a su propia ruina. Ya le he enviado una propuesta que no podrá rechazar: promesas de poder absoluto... y el vacío que seguirá cuando se dé cuenta de que ha vendido su alma a una mentira.

El consejo murmuró entre ellos, pero el rostro de Lucifer permaneció impasible. Su calma no era desinterés; era certeza. Cada palabra, cada plan, era una pieza en un tablero que él dominaba por completo.

Finalmente, levantó ambas manos, y el mapa se reconfiguró, mostrando un infierno unificado bajo un único símbolo: el suyo.

—La primera fase está en marcha. Cuando el Gehena y el infierno sean uno, nuestra guerra no será una mera cruzada. Será la culminación de nuestro propósito.

Sus palabras resonaron como un decreto ineludible. Mientras los principados y potestades inclinaban sus cabezas en señal de respeto, Lucifer dio un último vistazo al mapa. Su calma, imperturbable, se mantuvo, pero detrás de sus ojos brillaba algo más: una ambición insondable, un deseo de venganza y redención que no se detendría hasta consumir todo.

—Que se preparen los Shama. Estamos viniendo. Que se prepare la Galaxia y el cosmos, pues también lo conquistaremos.

Alzó la mano, y el mapa comenzó a desvanecerse en una niebla carmesí. Los principados y potestades aguardaron en silencio, expectantes de las órdenes que definirían sus roles en la conquista.

—quiero que tengan presente, que uno de ustedes tendrá una tarea, una específica. Cada acción que realicen será un eslabón en la cadena que arrastrará a los rebeldes de vuelta al redil. El infierno no puede permitirse debilidad, y menos aún insubordinación.

Volvió su mirada hacia Abaddon, el destructor, cuya fiereza y lealtad le habían asegurado un lugar prominente en el consejo.

—Abaddon, liderarás la primera ofensiva contra las huestes de Asmodeus. Pero no busques su destrucción inmediata. Haz que sus legiones sangren lentamente. Siembra el descontento entre sus filas. Que sientan el peso de su lealtad mal colocada.

Abaddon asintió, su rostro marcado por una sonrisa oscura. Para él, cada batalla era un poema de destrucción, y esta sería una obra maestra.

—Astaroth, —continuó Lucifer, girando hacia una figura cubierta en sombras, su presencia era un eco inquietante de conocimiento y persuasión. —Tú serás mi lengua. Irás como emisario a los dominios de Belphegor. Háblale en el lenguaje que entiende: el del vacío que lo consume. Dile que le ofrezco redención, pero que esta oportunidad será única. Si se niega, sus propios demonios lo devorarán.




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