Lucille era la mujer que con lo que la mayoría de hombres les gustaría amanecer en la mañana, esa mujer que te erizaba la piel con solo verla a lo lejos y que imaginas que al tocar su pelo sería una nube en el cielo.
Antes de que subiera al escenario, ellos le lanzaban billetes. Ella no era la más atrevida. No era la chica del tubo que solo se meneaba. Era la bailarina más hermosa de entre las demás chicas poco profesionales. Tenía las mejores curvas, era una muñeca Barbie con cuerpo de una latina. Se notaba por las reacciones de los hombres al ver su sombra.
Caminó lentamente por la pasarela meneando sus caderas con una tenue luz sobre ella. Se aferró al fierro bailando al ritmo de la música tocándolo suavemente.
-¡Eso, nena! -Ella soltó una sonrisa falsa-.
Nunca nadie podía adivinar en lo que ella pensaba o en lo que quería, siempre sonreía. Solo con eso te dejaba pensando. Su mente con el paso de los años se encerraba as a si misma
Luego de la muerte de su padre, Lucille cayó en una fuerte depresión, logrando que con solo 28 años se convirtiera en la mejor bailarina de este "especial" club. Siendo la más adorada. Pero, aunque esto tuvieras sus pro y contras, ella amaba ser la más adorada. Era la manera de recibir “cariño” del que tanto leía en los libros o veía en películas sin cegándose del sin notar que todo era falso.
Tenía un cuerpo de muñeca, unos ojos tan azules como el cielo desierto, un color café rojizo de cabello, una piel perfectamente tornada blanca y hermosas suaves manos.
Recogió disimuladamente los billetes del escenario mientras hipnotizaba a los hombres con sus movimientos. Siempre provocando una distracción.
Se despidió lanzando un beso de espalda por el escenario al terminar la canción, hasta volver al camarín. Se colocó su bata negra trasparente quedando frente al espejo para sobar su cara sobre sus pocas pecas. Estaba cansada, aun con el “cariño” que la recibían odiaba este trabajo al bajarse del escenario en donde yacía entre la oscuridad, pero no tenía como escapar del.
Contó los billetes y los dejó en el escritorio de su jefa.
-¿Estas bien? -Preguntó Mary-.
Su compañera de trabajo con la que tenía más confianza, pero no la suficiente como para establecer una dulce amistad.
-Te ves mareada.
-Estoy bien. -Ignoró cualquier malestar-.
Salió de la sala principal para encontrarse con William, el barman del club y también el único amigo que tenía, o eso creía él. Él le sirvió el trago de siempre y ella lo bebió quemando su garganta, siguió sujetando el vaso para que volviera a servir, William captó la idea y no tubo de otra a que Lucille volviera a quemar su garganta.
-¿Vas a esperarme? -Dijo él quitando el vaso de su mano-.
Sabía que algunas de las bailarinas debían de llegar a un estado de ebriedad para facilitar su trabajo de alguna manera, pero para William no le gustaba ni la mínima cantidad que podían consumir gratis.
Ella asintió con la cabeza levantando la cabeza.
Suzanne apareció detrás de Lucille tocando su hombro, era su insistente jefa. También fue una de las mejores bailarinas hasta que en uno de sus actos, haciendo un mal movimiento, no logró sujetarse del fierro y cayó, se fracturó la cadera; y como muchos dijeron lo que no se ocupa se tira a la basura.
-Un hombre quiere un privado. -Dijo Suzanne arqueando ambas cejas-.
-Sabes que no me gustan esas cosas. -Lucille se cruzó de brazos-.
-Pide un baile. Es un hombre adinerado, ganaras mucho dinero esta noche con esa propuesta…-Se acercó a su oído-...y se cuánto lo necesitas. Por algo vine a ti.
Lucille suspiró tocando el bar con la yema de sus dedos con la cabeza quieta. La tentación se hizo más fuerte y tomó de un sorbo lo que le quedaba en su vaso.
-¿Solo un baile? -Lucille sabia en lo que terminaba un baile. No la engañaban-.
-No hay primero sin segundo. -Suzanne sonrió maliciosa-.
Lucille tensó su mandíbula y se encogió de hombros. Ella odiaba esta clase de cosas, pero necesitaba el dinero más que mantener su dignidad.
Se quitó la mini bata dejándosela con Suzanne. Ella caminó hasta la cabina pasando junto el guarda espalda. William regaño a Suzanne, pero no le puso ni el más mínimo de atención porque sabía que este trabajo funcionaba así.
-Es mi mejor bailarina. Este club se está yendo a la quiebra. Es la chica indicada para todos los casos.
-No es lo que quiere...
-Pero es lo que necesita.
Suzanne bebió de su vaso y se lo dejó en el mesón a William para que él lo lavara.
-No le digas nada. Solo has tu trabajo. Limpia estos mugrientos vasos. -Ella se alejó meneando sus caderas con un abrigo de piel sobre sus hombros-.
Solo tardaron tres bailes. 13 minutos con 54 segundos para que un hombre joven de traje azul quisiera, -como ellos decían- arrendarlas. Como si fuesen objetos manipulables. No eran objetos, solo desafortunadas.
Ella lo miró directamente a sus ojos encontrando maldad y malas pasadas de otras mujeres.
-Te dije que no hicieras eso. No me mires así.
Lucille quitó la mirada del para colocarla en frente. Sus ojos grises le llamaban la atención.
Ella se levantó para ir con Suzanne a decirle que se iría. Lucille alcanzó a despedirse de William y disculparse por su decisión. El hombre la ayudó a subir a su lujoso auto. Abrió una botella de champan dentro de su auto mientras Lucille se reía de sus aburridos chistes. Ninguna gracia había en ese hombre.
Al llegar a su casa, pasaron la gigantesca reja que rodeaba el terreno con sus guardias en ellas.
El hombre se bajó del auto esperando a Lucille caminar detrás de ella, fue por las escaleras haciendo que Lucille lo siguiera hasta su habitación. Se sacó la ropa para meterse en la cama junto a ella y así pasó la noche Lucille, se quedó bajo sus manos por una noche cual se hizo eterna.
Editado: 25.04.2020