Lucille: La marca del Diablo

03. La marca

03. La marca.

El silencio abundaba en la habitación, las aguas tranquilas de su bañera no se movían y sus ojos azules no se abrían aún. Lucille se mantuvo durmiendo en el agua por horas. Sus dedos estaban arrugados de las manos y pies. Su maquillaje estaba corrido sobre sus mejillas y los recuerdos de esa noche pasaban en su mente logrando ver su peor pesadilla. Esa horrible noche.

Fue un 29 de octubre cuando su madre entró a la habitación. Con los ojos rojos e hinchados y sus manos temblaban; y antes de que su madre abriera la boca Lucille ya sabía la noticia.

Su padre murió a las 17.37 p.m. de un día 29 de octubre. El día de que parte de ella también murió.

Abrió de golpe los ojos en el momento que su cerebro dejo de recibir oxígeno. Se levantó de la bañera y se sujetó de ambos lados. Las tranquilas aguas se transformaron en una gran tormenta. Respiraba hondamente una y otra vez hasta controlarse, pero al mismo tiempo sentían manos que la sumergían en los hombros.

Se salió de la bañera tirando el tapón para que el agua fluyera aun asustada y con el corazón latiente. Colocó una toalla alrededor de sus senos y se miró en el espejo, notó que se marcaba un numero 37 en una de las esquinas entre las gotas que del caían. Lo borró de inmediato y salió del baño para ir a su habitación sin darle mayor importancia, pero si recurando el aliento.

Secó su piel y se colocó un simple vestido negro que cubría hasta la mitad de sus muslos. Amarró sus altos tacones a los tobillos y alzó su cuerpo para mirarse en el espejo, y arreglarse. Acomodó su escote y tomó un abrigo para cubrir su espalda. Sujetó su cartera y abrió la puerta. Sintió una ráfaga del frio viento al colocarse en el quicio de la puerta. Las luces dejaron de iluminar la calle mientras los tacones chocaban contra el cemento. La calle estaba vacía y aferró su abrigo más cerca de su cuerpo.

-Mamacita. -Escuchó Lucille decir de un hombre que pasó junto a ella-.

Lo ignoró sintiendo un escalofrío en su espalda en lo que aceleraba el piso. Al doblar la esquina, miró a su alrededor sin encontrar ninguna otra alma que significara peligro, o una ayuda.

Puso atención al sonido de sus pasos escuchando un eco en el aire. Caminó más lento mirando hacia atrás. Arrugó la frente y siguió caminando tratando de mirar de reojos hacia atrás y se detuvo de improviso. Sintió más pasos que los de ella.

A quien consideraba su socio en lo más profundo de su cabeza, apareció al frente de ella. Soltó su bolso dejándolo caer al encontrárselo de repente casi parándole el corazón.

-Que susto me has dado. -Dijo Lucille con la mano puesta en su pecho-. Ha pasado un largo tiempo desde que no te veía.

Ella se agachó a recoger su bolso. Al levantarse. Él tomó su mano y la alzó. Notó su cara de seriedad.

-Deberías tener más cuidado. -Él comenzó a caminar-.

Lucille aceleró su paso hasta llegar junto a él.

-¿Qué quieres decir? -Preguntó curiosa-.

-37 años.

Recordó el numero grabado en su espejo aun tratando de alcanzar sus pasos.

-¿Esos son los años que me quedan?

-Esa va hacer la edad en la que mueras. -Lucille quedó perpleja y se detuvo-.

-No. No. -soltó una risa nerviosa-. Hicimos un trato.

-Lo sé. Pero no incluye cuidarte. No soy ninguna clase de guarda espalda, niñita.

Lucille se colocó en frente de él. Sus ojos irritados lo miraron directamente mientras él soltaba una risa por su actitud algo infantil como si a un niño pequeño le quitaran su peluche recién comprado de las manos. Antes de que ella dijera algo, vio pasar a las espaldas del Diablo al hombre que pasaba a medio día para vender su pan casero.

-Espera. Él solo aparece a las 12 p.m…-Lucille arrugó su frente al apuntarlo-...yo me metí a la ducha a las 8 a.m.

El Diablo comenzó a reír cada vez más fuerte con esa risa maliciosa que se escuchaba entre las sombras haciendo temblar los vidrios.

-¿Porque te ríes? -Preguntó Lucille cambiando el tono de su voz-.

Él la ignoró y comenzó a caminar sin quitar aquella sonrisa de su cara corriendo a Lucille a un lado.

-¿Que me hiciste? -Ella se colocó al frente de él, pero la ignoró por completo-. ¿¡Que me hiciste!?

Lucille tiró de su manga, pero a él no le hizo nada de gracia su actitud.

Él sujetó fuertemente su hombro y colocó su bastón en frente de los ojos de Lucille y una de las tres cabezas de perros brilló con una intensidad que cegó sus ojos. Llevó ambas manos a su cara para apretar sus corneas. Ella abrió los ojos y estaba en un lugar oscuro.

-¿Aló? ¿¡Eres tú un...!? -Dijo y sintió un estruendoso ruido que la hizo pegar un brinco-.

Una puerta se abrió de golpe y alguien encendió a luz. Verónica apareció y Lucille pudo ver a su alrededor. Estaba en el baño de su casa y pudo notar aquella escena. Estaba bajo el agua en su tina desnuda cuando Verónica corrió a ella y trató de reanimarla, pero no sirvió de nada. Los ojos de Lucille se cristalizaron y sentía un golpe en el pecho. De un pestañeo volvió a la realidad para mirar el bastón del Diablo con ambos ojos centrados en el.

Lucille llevo ambas manos a su pecho y comenzó a derramar lágrimas acumuladas sobre sus mejillas, pero sin sentirlas del todo.

-Yo...

-Moriste, Lucille. -Él comenzó a caminar detrás de ella sin dirigir la mirada-.

Lucille sintió algo recorrer su nuca al girarse para mirarlo.

-Espera.

Pero él ya no estaba. Miró a todos con las ansias de encontrarlo, pero no veía ninguna alma pasear a su alrededor.

Se quedó inmóvil y su cuerpo muerto aparecía frente a sus ojos como un espejismo. Cerró sus ojos al limpiar cualquier rastro de lágrimas. Al abrirlos empezó a caminar con un paso acelerado tratando de quitarse aquellas imágenes de su cabeza.

Pasando entre la multitud se sintió asustada creyendo que nadie podía verla como espera ni recibiendo la misma atención de siempre. Su corazón se comenzó a acelerar y se dobló un tobillo sin tanta gravedad. Al levantar la cabeza se dio cuenta que estaba frente a una de sus cafeterías favoritas. Los primeros suburbios del inicio de una nueva vida ya la querían superar. El llanto de un bebe comenzó a sonar dentro de su cabeza y su propio cuerpo desnudo lo veía tendido en el piso y por todos lados.




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