Lucille: La marca del Diablo

05. Lo que vales

Era una mañana de un jueves. Lucille estaba sentada sobre una camilla en posición laparoscópica mientras un doctor revisaba entre sus piernas. Las luces en el techo cegaban mis ojos. Inhalaba y exhalaba algo nerviosa lentamente.

-No tienes nada, ni ronchas o protuberancias. -Dijo el doctor-. En este aspecto me pareces bien. Necesito que orines en este frasco. -Escribió en su libreta-. ¿Qué te pasó en la mano?

-Mmm…solo me golpeé con algo. -Aseveró Lucille ocultándola a un lado-.

Ella lo recibió con la mano izquierda y miro su alrededor.

-Después se lo pasas a la enfermera y en dos o tres días vienes a buscar los resultados. 

Mientras hacía todo lo que le dijo el doctor de forma mecánica, mantenía la cabeza en blanco. Lo entregó y se vistió para irse a casa. Estaba decaída arrastrando los pies al caminar. Tenía miedo de perder su trabajo, ni siquiera había pensado en las consecuencias de la muerte de Verónica. Su egoísmo sorprendía cada vez más. 

Ese departamento ni siquiera era de ella. Tarde o temprano, Lucille sabía que alguien la encontraría e iría a casa, pero en eso se adelantó un poco. Compró unos tarros de pintura de color verde manzana y unas brochas, y con todas las horas libres de esta semana pinto casi completa la sala de estar, colocando una nueva plancha en la pared que había hecho el agujero. Su mano estaba tan cansada de repetido movimiento.

La muerte de Verónica no fue más que un simple mal rato. Sabia en lo que estaba metido en el segundo que tomó la mano del Diablo y sabía que luego de Verónica, vendrían más y más almas que tomar. Eso solo le provocaba pequeñas cosquillas.

Con una ropa deportiva puesta y sucia de la pintura, su celular comenzó a sonar. No contestó hasta la segunda vez que el mismo número marcaba el celular de Lucille. Era un número desconocido.

-¿Aló? -Preguntó Lucille-.

-Hola, cielo. Soy la madre de Verónica.

El corazón se le detuvo por dos segundos.

-Ho-hola...-Dijo cortando la voz-.

Todos los recuerdos de esa noche se vinieron a su cabeza, pero esta vez sintió aquel sentimiento de culpabilidad. Ese que no había sentido hace días, y odiaba esa sensación. El mundo se le volvió encima. Las palabras no podían salir de su boca.

-Quería saber sobre Verónica. No me contesta ni nada y ella siempre llama a casa. Se supone que el martes vendría a comer.

-Yo creía que estaba con usted. No la veo desde el domingo. -Mintió-. Estaba algo enojada, la verdad es que mucho.

-Dios mío. -Balbució su madre por el celular. Definitivamente había caído en las mentiras de Lucille-. Voy a ir a tu casa y luego pondré una denuncia de inmediato.

Lucille quedó sin palabras.

-Okay. -Dijo Lucille tratando de mantener el tono de su voz-.

Cortó despegando el celular de su oreja.

Sus manos temblaron y tiró el celular sobre el sofá caminando de un lado a otro sabiendo que en cualquier momento se iba a refalar de entre sus dedos. Su corazón se aceleró e inhaló todo el olor a pintura. 

La puerta de la habitación se abrió a su espalda lentamente. Las cortinas de adentro estaban cerradas, así que no podía ver nada dentro más que oscuridad. Aterrada y confundida, un escalofrío pasó por su espalda y dio un paso atrás.

Miró fijamente aguantando la respiración. Una mano pálida salió de la oscuridad y se posó en la puerta para sujetarla. La puerta se abrió completa y Lucille pudo ver la sombra de alguien de pie mirándola. Lucille retrocedió hasta chocar con la pared recién pintada y mancharse la espalda. El cadáver andante de Verónica salió de su habitación.

Su ropa estaba hecha trisas, sucia y tenía bichos andando en su cuerpo. Caminó derecho a Lucille dejando una marca de sangre que goteaba y los bichos despegándose de su cuerpo.

-Tú estás muerta. No estás aquí. -Comenzó a repetir Lucille como si fuese una canción popular en la radio-. Estás muerta.

El cadáver de Verónica se acercó más a Lucille mientras ella se deslizaba por la pared para sentarse. Ella se aguachó a su altura. 

-Te estamos esperando. -Hablaron mil voces a la vez-.

Lucille pegó un grito que se podía llegar a escuchar a los países vecinos.

Comenzaron a sacudirla.

-Lucille. -Dijo una voz familiar-. ¡Lucille!

Abrió los ojos y vio a Mary con las manos en sus hombros como si tratara de despertar.

-¿Que te ocurre? -Dijo Mary mientras Lucille recuperaba la respiración-.

-¿Qué haces aquí?

-Hoy es jueves. Estas transpirando.

Mary ayudó a Lucille a levantarse. Toda su espalda y pelo está pintada de color verde manzana.

-¿Que te ocurrió? Estas hecha un desastre. ¿Por qué gritaste?

Lucille hizo como si no la hubiese escuchado. En el lavaplatos metió la cabeza para lavarse el pelo para evitar que llegara a ponerse seco.

-Creí que aun estabas molesta conmigo.

-Actúe como loca. Me dejé llevar por la paranoia y algunas heridas se abrieron, pero no tienes la culpa.

Lucille sonrió a un lado.

-¿Como éstas? -Pregunta Lucille dándole la cara y revoloteando su pelo-.

-Pues... ¿Recuerdas al chico que me presentaste la otra vez? -Lucille insistió con la cabeza-. Bueno, hemos estado saliendo desde entonces. Es muy lindo. Ni siquiera nos hemos besado aún.

Lucille no dijo ni una sola palabra. Aun la cara de Verónica pasaba frente a sus ojos como una neblina. Sus manos aun tiritaban y eso le distraía de la conversación con Mary. Ni siquiera podía mantener los ojos sobre ella.

-¿Las chicas están hablando ce ti? -Obviamente el jefe no nos dijo nada, pero sabes como son.

-Estas aquí por eso. -Lucille comenzó a acercarse a ella-. ¿Quieres saber que ocurrió para luego ir con ellos y contarles?

-No, obvio que no, Lucille. No le diría a nadie. Somos amigas.

Lucille traga saliva y mojó sus labios antes de hablar.




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